Manhattan es Nueva York, pero Nueva York no es Manhattan. Es mucho más. Y aunque Manhattan baste y sobre para enamorarse de la ciudad, es apenas una pieza de un rompecabezas multicultural que se completa con el Bronx, Brooklyn, Queens y Staten Island. Rara vez se los visita, y es un grave error, porque cada uno de los distritos que componen la Gran Manzana tiene un color, un sabor, un ritmo que lo hace único, idéntico a sí mismo, irresistible. Es inevitable dejarse encandilar por las luces de Times Square, el estilo de la Quinta Avenida, las arboledas de Central Park, el ambiente del Soho. Cómo no subir hasta la cima del Empire State y ver el río Hudson, los puentes, el edificio Chrysler, mientras el viento se empeña en arrebatarles los sombreros a los guardias, que se resisten estoicamente, con una mano en la cabeza y la otra señalándole a los turistas a dónde tienen que mirar para hallar lo que buscan.
Imposible. Igual esa mañana hay que quedarse en el hotel en vez de caminar hasta Union Square, buscar en el Starbucks de la esquina una mesa que de a la ventana y tomar un café mirando el parque, la gente, la estatua plateada de Andy Warhol que le recuerda a propios y extraños que, aunque las tiendas de café son iguales ahí que en la China, se está en la ciudad del Moma, del Lincoln Center, de la Factory que ahora es un hostel del YMCA. A la hora señalada llega la camioneta, que tiene olor a nuevo y lugar de sobra para el grupo de aventureros que se dejó tentar por la promesa de “mostrar los cinco distritos de Nueva York como nunca los han visto” del folleto del tour “Contrastes” de la agencia ArgenNYC Travel.
Primera sorpresa: el chofer es cordobés, vive hace 22 años en Estados Unidos y cuenta las historias de la ciudad con la inconfundible tonada de la tierra que lo vio nacer. Hay que apurar la marcha, hay que llegar a tiempo a Harlem para asistir a la misa dominical, con el tradicional coro gospel, que no espera rezagados. Antes hay que salir del estado, cruzar a New Jersey, la ciudad dormitorio donde nacieron Bon Jovi y Bruce Springsteen y vive la gran mayoría de los trabajadores que durante el día pueblan Manhattan, y hacer un parada para tomar fotos de una de las mejores vistas de los emblemáticos rascacielos de Nueva York.
Una veloz carrera a través del puente de Manhattan, una mole de hierro altísima hecha de columnas, vigas y tensores de metal desnudo, desembocan en las puertas del Cotton Club. Apenas hay tiempo para asomarse al interior del bar donde tocaron Duke Ellington, Louis Armstrong y Count Basie y a la historia del jazz. El oficio religioso empieza puntual y no hay que perderse ni un minuto, es una fiesta, que rescata la pasión afroamericana por la música y la religión. Harlem no es lo que era, el desembarco de Bill Clinton, que mudó sus oficinas al 55 W de la 125 St., y el boom inmobiliario, le dio un vuelco. Los edificios tapiados, las pandillas en las esquinas, los yonquis desaparecieron y las familias jóvenes, tentadas por los buenos precios de los alquileres, eligieron vivir en el barrio. Por la ventanilla de la camioneta se puede ver a los chicos jugando en la plaza donde, a fines de los 60, entrenaban los Panteras Negras.
Para llegar al Bronx hay que ir hacia el norte un largo trecho. En el camino se pasa frente al Tom’s Restaurant, lugar de encuentro de los amigos de “Seinfeld”. Pese a la política de “tolerancia cero” de Rudolph Giuliani, el barrio no ha perdido la reputación de ser peligroso. No como en los tiempos en los que los zares de la droga eran los reyes de las calles pero hay que andar con cuidado. Los turistas son una rara avis en la zona y, si se descuidan, son presa fácil los ladrones. Hay una amplio sector residencial, con árboles añosos, casonas señoriales y jardines de ensueño, también una “Little Italy”, repleta de tratorías, pizzerías y panaderías que son atendidas por inmigrantes italianos que hablan un simpático “cocoliche”. Los amantes del cine van en procesión al restaurante Mario’s, en el 2342 de Athur Ave., donde cuenta la leyenda que se rodó la escena de “El padrino” donde Al Pacino busca una pistola escondida en el baño. Las historia negra del Bronx, que el guía cuenta con lujo de detalle, como si la hubiera vivido, enamoraron a Hollywood, así que pasear por sus calles, aunque más no sea en coche, es como estar adentro de una película.
Lo mismo les deben haber sentido a Tony Curtis y Jennifer Lopez, quienes crecieron en el barrio y cumplieron su sueño de conquistar a la industria del cine y al mundo. Como Woody Allen, con las imágenes de su Manhattan mágica y misteriosa. El final del camino está en el extremo opuesto de la ciudad, en Brooklyn, a donde se llega con las primeras sombras, justo para ver iluminado el puente y los edificios de cristal de Wall Street. La parada inevitable es en Brooklyn Heights, donde las casas de cuatro pisos, con paredes de ladrillos vistos y ventanas de marcos de madera pintados de blanco, asoman entre los arboles flacos que pueblan las veredas y le dan a la urbanización un aire señorial. Sentado con la espalda apoyada en los bancos de madera que acompañan el paseo que bordea el río, mirando las luces de la ciudad, vienen a la memoria Marilyn Monroe y Arthur Miller, que vivieron en una de las casas que dan al Hudson y pasearon por ese lugar una y mil veces.
El vecindario, tranquilo, luminoso, alejado de la frivolidad de la Gran Manzana, atrajo también a Norman Mailer, Thomas Wolfe y Truman Capote, que vivieron en sus casas victorianas. Cuando parece que la recorrida llega a su fin, la camioneta hace una parada más. El chofer, que disfruta con su papel de guía, abre la puerta con una sonrisa cómplice en el rostro. Al salir a la calle, el shock: al final de Plymouth Str., hay una pequeña playa de guijarros flanqueada por los dos puentes, el de Brooklyn a la izquierda y el de Manhattan a la derecha, al fondo Pier 17 y la gran ciudad. La foto del afiche de la película “Manhattan” de Woody Allen. Inolvidable.
Datos útiles
• Tour Contrastes: AgenNYC Travel LLC. www.argenyc.com, msnager@argennyc. com, USA Toll Free: 1-877-2522692, NYC Phone: 1-917-216- 1930, Argentina: 0351-5680505, España: 91-123-9057
• Cómo llegar: Con Copa, salidas diarias de Buenos Aires y llegada al aeropuerto John F. Kennedy, en NYC. Tarifa final: U$A 1317, impuestos incluídos.
• Dónde parar: San Carlos Hotel, excelente ubicación en 150 E 50th. St, en el Midtown Easte, cerca de la Gran Central Terminal. WiFi gratuito y desayuno incluído.