A la joven le llamó la atención que su madre hubiera dejado a su perra allí y no omitió en su denuncia plantear los antecedentes violentos de Brítez. Para cuando la investigación pudo hallar los restos de Nora en un pozo en el fondo del patio de su casa cubierto por dos losas de 60 centímetros por dos metros su marido era apresado en Misiones antes de huir a Paraguay.
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Brítez fue imputado de “homicidio doblemente calificado por el vínculo y femicidio mediando contexto de violencia de género” por haberle asestado a Nora 17 puñaladas y enterrarla en el patio de su casa. Acusación suficiente para dejarlo en prisión preventiva dos años hasta ser llevado a un juicio en el que afrontará una condena a perpetua. Pero más allá de su derrotero punitivo, tal vez queden sin responder preguntas sobre qué pretendió hacer cuando enterró el cuerpo de su pareja en el fondo de su casa. ¿Qué quiso ocultar? ¿La verdad? ¿Su culpa? ¿Parte de su historia? ¿Su condición maligna y cobarde? Preguntas que pueden aplicar a otros casos ocurridos en los últimos años.
Rocío, un femicidio que no fue
Varias cuestiones coincidieron para esclarecer el crimen de Nora. Por un lado la introducción, en diciembre de 2012, de la figura del femicidio en un código penal que antes no reconocía la violencia de género al calificar un asesinato. Pero las leyes que objetan los mandatos culturales no son suficientes si no hay una sociedad que vele por su aplicación y estos casos siguen requiriendo de la presión de organizaciones feministas para recordar que estos crímenes no son como cualquier otro.
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El cadáver de Rocío Gómez fue hallado en un pozo con cal en una casa abandonada del barrio La Florida
Este contexto de resistencia a la violencia machista no existía en 2011. El 25 de febrero de ese año Rocío Daiana Gómez salió con su bebé de 14 meses de la casa de sus padres en el barrio Norte de San Lorenzo para ir a lo de su novio, Juan José “Pijuán” Lazo, en barrio La Cerámica. Al día siguiente la chica de 17 años llamó a su madre, Norma, para que le llevara la moto que el muchacho le iba a comprar para ayudar a la familia ante una mala situación económica.
Norma y su concubino fueron a la casa donde Pijuán tenía una granja, en Valle Hermoso al 1200. Fueron bien recibidos por Lazo, por su hermano Hernán y otro allegado, Jonatan Vargas. Pero todo cambió cuando la mujer alcanzó a ver que su hija estaba en una habitación contigua con la cabeza rapada y atada con cintas de embalar. Trató de acercarse a su nieto y entonces Pijuán sacó un arma.
Golpes, culatazos y otros tormentos se prolongaron hasta que Norma firmó los boletos de compraventa de dos motos suyas y luego fue violada. Acto seguido fueron echados con su pareja bajo amenazas de muerte para que no denunciaran lo ocurrido; situación que los conminó a mudarse a la provincia de Buenos Aires.
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Norma y su familia nada supieron de Rocío hasta el 8 de mayo de 2011 cuando el pequeño apareció, por fortuna a salvo, en un descampado de San Nicolás. Tres meses después, el 13 de agosto, el cadáver de la adolescente apareció descuartizado en un pozo tapado con cal en una casa abandonada de Martín Fierro al 600, La Florida, que Pijuán había alquilado para poner un bar. Más de un mes después Lazo fue apresado en un comedor comunitario de Baigorria donde se estaba aguantando.
En noviembre de 2011 la entonces jueza de Instrucción María Laura Sabatier lo procesó. Pero la imputación a Pijuán fue atenuada ya que la Cámara Penal dijo que no había pruebas de los abusos sexuales denunciados por Norma.
Tres años después, en agosto de 2014 Lazo fue condenado a 15 años de cárcel por matar a Rocío, la privación de la libertad a Norma y su pareja, además del robo de las dos motos y las lesiones. Por estos últimos dos delitos Vargas fue sentenciado a siete años y medio, y otras seis personas a dos años por encubrir todo.
Diez años después, en agosto de 2021, y mientras la familia de la víctima expresaba su preocupación ante la posibilidad de Pijuán de obtener salidas de prisión, Hernán Lazo fue detenido en la provincia de Buenos Aires y quedó preso por el hecho.
El "homicidio simple" de Floppy
El 6 de mayo de 2013 la madre de María Florencia Chanampa llegó a su casa de General Paz al 500 de Funes y se encontró con su nieto de 1 año llorando. Le preguntó a su cuñado “Chicho”, llamado René Eugenio Araya Saldías, si sabía algo. El chileno de 46 años le dijo que Floppy se había ido a la casa del novio y dejado a su hijo para que lo cuidara.
A la madre de la chica de 16 años le llamó la atención que su hija se fuera sin llevar su celular. Pidió una averiguación de paradero esa noche en la comisaría 23ª y al día siguiente, sin novedades, volvió para ampliar la denuncia. Entonces agregó una sospecha contra su cuñado basada en un antiguo hecho de abuso contra Floppy cuando tenía 4 años.
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El 6 de mayo de 2013 Florencia Chanampa fue hallada descuartizada en el pozo ciego de su casa en Funes.
Los policías fueron a la casa y Chicho los dejó entrar. Mientras recorrían la propiedad uno de los efectivos corrió un balde que cubría la boca del pozo ciego y vio el cuerpo de Flopy trozado en pedazos. El tío de la chica, que trabajaba como custodio privado, fue detenido y en la comisaría confesó que había discutido con ella porque “llevaba a sus amantes a la madrugada mientras él estaba trabajando” y no quería que la casa “fuera vista como un prostíbulo”. Contó que la discusión subió de tono hasta que la empujó y golpeó la cabeza con un adorno de hormigón que había en el baño.
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Con su sobrina muerta, pensó en llamar a la policía pero concluyó que no habría modo de evitar la cárcel. Por eso agarró un machete y la cortó en pedazos. Dos meses después fue procesado por homicidio doblemente calificado por la alevosía “en el marco de la violencia de género”. Pero su abogado apeló y la Cámara Penal rebajó la imputación a homicidio simple, figura por la cual lo condenaron a 14 años de cárcel en agosto de 2016.
Elsa, ocho meses de mentira
A finales de noviembre de 2019 Elsa Noemí Mércuri fue hallada muerta en el pozo de un viejo molino de viento en una chacra de General Lagos donde vivía con su marido José María Castro. En rigor, el hallazgo consistía en huesos repartidos en tres bolsas de arpillera y cubiertos con ropa de ella.
Hacía ocho meses que los tres hijos de la mujer de 61 años no tenían noticias de ella mientras su padre insistía en que se había ido de la casa sin llevarse su ropa ni su teléfono, tras gritarle: “Me tenés cansada, me voy y no quiero que me busquen”. Incluso en abril de ese año el hombre había presentado una denuncia contra Elsa por abandono de hogar y dijo que su esposa se había ido del país.
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Los restos de Elsa Mércuri fueron hallados en el pozo de un molino de la chacra de General Lagos donde vivía con su esposo
Castro siguió manteniendo su versión como víctima de una relación que había terminado mal. Y hasta llegó a mostrarse indignado porque Elsa llevaba meses sin hablar con sus hijos. Así fue hasta que en octubre de 2019 los hijos que denunciaron su madre estaba desaparecida.
Entre los testimonios que recabó el fiscal José Luis Caterina uno pareció una profecía. Los hijos de Elsa contaron que el Día de la Madre del año anterior, mientras estaban de visita, Castro le dijo a su hija que iba a matar a Elsa, “la iba a tirar al pozo del molino y que le iba a tirar cal para que no quedaran rastros”.
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Entre las medidas ordenadas por el fiscal un mes después estaba la inspección de ese pozo donde finalmente fue hallada la mujer. “Es un manipulador, lo premeditó con tiempo, nos mintió ocho meses, nos decía que nuestra madre no era lo que creíamos. Que una cosa era cuando estábamos con ellos y otra cuando se quedaban solos, que algún día íbamos a saber la verdad”, contó su hija a este diario un año después, mientras seguían esperando que las pericias terminaran para poder recuperar el cuerpo y cerrar el peor capítulo de sus vidas.
Y Castro, de 68 años, está imputado a la espera del juicio en el que llegará acusado por femicidio calificado por el vínculo y la alevosía.
Marisa y la codicia
A principios de febrero de 2020 el hallazgo de siete bolsas con restos humanos a la vera del arroyo Saladillo conmocionó a la ciudad. Durante un mes se mantuvo la incógnita acerca de quién era la mujer asesinada hasta que una familiar de María Isabel Ruglio, conocida como "Marisa", llamó desde Santa Fe a los investigadores, preocupada porque no tenía noticias de la docente jubilada de 73 años.
El llamado corrió el velo a una oscura trama en la cual una pareja que alquilaba la casa de la víctima en Uriburu al 500, donde además trabajaban una verdulería, terminó acusada de matarla para quedarse con la vivienda. La imputación recayó en Marcelo Alberto Fernández, de 44 años, y su esposa Josefa Richarte Carrasco, española de 58. Para ambos el fiscal Adrián Spelta adelantó un pedido de prisión perpetua en un caso que parecía esclarecido.
Pero un año y medio después la causa tuvo un giro cuando Fernández confesó el crimen, desligó a su esposa e involucró a un remisero al que sindicó como un amigo que lo había ayudado a deshacerse del cuerpo a cambio de un departamento.
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“Yo esa noche estaba muy borracho. Empezó una discusión, ella agarró un cuchillo. Yo la agarré del cuello y se me fue la mano. Nunca la quise matar ni quedarme con la casa”, confesó Fernández en septiembre de 2021 acerca de cómo terminó muerta la docente cuyo cuerpo apareció trozado en el arroyo. Por su parte Josefa, quien había denunciado la desaparición de Ruglio, insistió en que no había estado en la casa al momento del hecho y que se enteró de su muerte cuando la llevaron detenida.
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Marisa Ruglio apareció desmembrada en siete partes en febrero de 2020 en el arroyo Saladillo
En ese marco, la confesión de Fernández decantó en la detención y posterior imputación de Ricardo Alberto M., como “coautor funcional” del crimen por codicia. El ex remisero y repartidor de 38 años negó haber participado de ese plan.
“La única conversación que tuve con él era sobre el departamento. Soy una persona derecha, trabajé toda mi vida para tener lo que tengo y por mi familia. No sé por qué me acusan de esto”, declaró luego de admitir que conocía a Fernández de “toda la vida” y que era amigo de su familia. “No entiendo por qué me quiere involucrar, con qué fin, no sé lo que quiere”.