Solo sale de su escondite para ir al baño y para buscar comida. Cada tanto, para darles besos a sus hijos. Pasa tres meses tumbado en el suelo para evitar que su silueta se refleje tras el cristal del reloj. Hasta que logre escapar.
Un compañero de militancia recoge a la familia en su auto. Cruza la frontera y los lleva a Francia, a Biarritz. El exilio dura poco, algunos meses. La guerra se alarga y Enrique decide volver. Quiere ser parte de la resistencia republicana . Primero se instala en Cataluña. Luego en Valencia. Pero el avance nacionalista no se detiene. Enrique y su familia están, nuevamente, cercados. Otra vez las valijas. Otra vez la frontera. La huida, ahora, es definitiva. Y por mar. Un puerto, un barco y el enorme océano Atlántico.
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19 de julio de 1936. Las tropas nacionalistas avanzan sobre Pamplona . La capital de Navarra cae veinticuatro horas después de consumarse el Golpe de Estado contra el gobierno democrático de la Segunda República. En ese rincón de España no hay guerra ni resistencia.
Los sublevados toman el poder del Ayuntamiento, donde Enrique, abogado, trabaja como secretario interino. El apellido Cayena Medina forma parte de la pequeña burguesía de Pamplona. Una familia liberal, culta y con una activa vida social, política y deportiva. Una familia con amigos, pero también con muchos enemigos.
Los golpistas no perdonan a ningún Cayena Medina. Deberían estar de nuestro lado, piensan los que ahora, por la fuerza, tienen el poder. Pero están del otro, con los izquierdistas, con los republicanos, maldicen.
El primero en caer es Santiago (25 años), el más pequeño de los hermanos. Lo último el mismo 19 de julio, en la primera tanda de detenciones. “Ya lo van a liberar”, lo tranquiliza Natalio (46), el mayor, a Enrique. “No sé, todo esto me da mala espina”, respondió asustado.
Natalio no se esconde, se queda en su casa. Está convencido de que nadie se va a animar a tocarlo. Es exsecretario de sala en la Audiencia Provincial de Pamplona y expresidente del club Osasuna. Durante su mandato, el equipo de fútbol subió dos categorías, de tercera a primera.
Se equivoca. Dos semanas más tarde, el 3 de agosto, lo colectivo y encierran. Él y su hermano Santiago son fusilados a los pocos días junto a un centenar de republicanos. "Esto impresiona en Pamplona porque han matado a los Cayuela, gente con cierto nivel adquisitivo, político y cultural", explica el historiador español Eduardo Martínez Lacabe en su libro reciente Y el tiempo se detuvo. Natalio Cayuela. Osasuna y justicia (Txalaparta, 2021), una publicación que brinda detalles desconocidos e inéditos sobre la vida de los Cayuela.
El trabajo −próximo a publicarse en las librerías españolas− recoge algunos testimonios que indican que Enrique tuvo un vecino como aliado, quien también habría utilizado el mismo escondite.
“Creemos que algún vecino lo sabría porque él sí que subía y bajaba las escaleras. O hubo buena gente en el vecindario o no se querían meter en líos ”, afirma el historiador.
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24 de julio de 2020. El club Osasuna cumple sus cien años de vida. Un grupo de socios decide saldar una deuda histórica de la institución: sacar del ostracismo a los dirigentes y jugadores republicanos represaliados durante el franquismo.
El primer nombre que se recupera es el de uno de los fundadores del club, asesinado durante la Guerra Civil: Eladio Zilbeti. Lo homenajean. Una peña inaugura un centro cultural con su nombre.
Historia
“Yo conozco a un Cayuela en Barcelona, ¿tendrá algo que ver con esta familia” , dice un socio en una de las reuniones del grupo. Lo llama. El rompecabezas se termina de armar. “Esta persona resultó ser un primo mío, que me llamó y me contó todo esto. No lo podía creer ”, cuenta Luis Weinstein, uno de los nietos de Enrique y pieza clave de este puzzle.
Los socios de Osasuna organizan una serie de actividades para homenajear a los Cayuela, a Natalio ya Enrique. “Nos gustaría que tú y tu familia estén presentes”, le dicen a Luis, que vive en Chile, en una charla telefónica.
“Cuando supe que estaba la posibilidad de subir al reloj, a ese reloj que escuché durante toda mi infancia, saqué un pasaje y me fui a España. El sábado a la mañana estaba en el sillón de mi casa ya la noche arriba de un avión ”, agrega Luis sobre el inicio del“ viaje de la memoria ”.
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24 de agosto de 2021. Luis Weinstein Cayuela atiende el llamado de La Capital sentado en el sofá de su casa, en Santiago de Chile. Acaba de regresar de España y está en cuarentena, con tiempo y ganas de revivir uno de los momentos más emotivos de su vida .
La historia del reloj de Pamplona es la historia de su infancia. Creció escuchando ese relato en boca de su abuela María. Luis no conoció a su abuelo. Murió de tuberculosis a mediados de la década del 50. Lo imaginó y lo created en su cabeza −valiente, audaz y rebelde− a través de aquella narración.
La reconstrucción de esa (increíble) historia familiar llegó de grande. Luis y sus hermanos armaron una línea cronológica. El abuelo Enrique trabajaba en el Ayuntamiento de Pamplona cuando ocurrió el golpe de Estado. Vivía, junto a otros empleados, en un edificio que era propiedad estatal, en el que funcionaba la vieja estación de colectivos de Pamplona, sobre la céntrica avenida Conde Oliveto.
“El inmueble tenía en la parte de arriba un reloj que daba a la calle. Por esa avenida desfilaban las tropas franquistas. Eligió esconderse tres meses allí, en ese metro cuadrado, para escapar a las requisas que hacían los nacionalistas. Ese refugió le salvó la vida ”, explica Luis.
Y agrega: “Salió por Francia cuando pudo escapar. Pero al poco tiempo decidió volver para trabajar por la causa, por La República. Volvió a entrar por Cataluña y luego a Valencia, hasta que también cayó esta ciudad. La familia huyó otra vez a Francia y de ahí en barco a Buenos Aires. Luego se tomaron un tren a Chile, donde mi abuela tenía un conocido. Allí se instalará ”.
El exilio y aquellos fantasmas se actualizaron treinta años más tarde, en la década del 70. Primero en Santiago. Luis era un adolescente cuando sus padres le ordenaron hacer las valijas. El Chile de Pinochet no era un lugar ameno para voces disidentes. Los Weinstein se mudaron a Buenos Aires para poder sobrevivir.
El alivio duró poco. Luego aparecieron los tanques militares comandados por Videla y compañía. Otra vez el miedo. Otra vez el terror. “Yo tenía dieciocho años en esa época. Recuerdo que a mi abuela se le vino todo el horror de España encima. Fueron muy duros para ella esos dos golpes de Estado, el chileno y el argentino. Le parecía que la pesadilla nunca terminaba ”, recuerda Luis.
En diciembre de 1976 sus padres se tomaron un avión a España . Él y sus hermanos (Marisa y José) volvieron a Chile. La vida continua sin mirar mucho hacia atrás. Hasta que sonó el teléfono y una voz española con acento navarro trajo al presente al abuelo Enrique y al reloj de Pamplona.
Luis se tomó un avión y se encontró en la capital de Navarra con su hermana y sus sobrinos. Visitaron el Ayuntamiento y fueron recibidos por el alcalde. Luego llegó el turno de subir al reloj. Los actuales propietarios del departamento que conectan con la torre abrieron la puerta de la casa para que los Weinstein subiesen por las escaleras.
Luis y su familia en el Ayuntamiento de Pamplona (Noticias de Navarra) .jpg
El momento quedó inmortalizado en algunas fotos familiares que José, el hermano de Luis (exministro de Cultura de Chile) subió a sus redes sociales. “Mi abuelo Enrique Cayuela, republicano, debió esconderse seis meses durante la Guerra Civil Española en un reloj de Pamplona. Hoy mis hermanos han podido conocer el mítico reloj del que se hablaba en nuestra infancia ¡Gracias @CAOsasuna por recuperar la memoria de los represaliados! ”, escribió en Twitter.
En una de las fotos se la ve a Tamara, sobrina de Luis y bisnieta de Enrique, de cuclillas dentro del reloj. “La historia del bisabuelo nos la imaginábamos como de película: estuvo medio año escondido, logró huir dos veces, se tomó un barco a otro continente. Es una historia de película, pero a la vez muy triste ”, le dijo al portal Noticias de Navarra al bajar las escaleras.
A Luis le cuesta poner en palabras la vivencia. Habla de un “cúmulo de emociones”. De una experiencia “transformadora y reparadora”. “Estás adentro de un lugar muy chico, que te asusta, que te perturba, escuchando todo lo que pasa en la calle, escuchando las agujas constantes del reloj. Estando ahí dentro pude pensar y dimensionar un montón de aspectos de aquella experiencia de mi abuelo que no había pensado antes ”, dice.
Para su abuelo, el reloj fue el refugio para poder sobrevivir. Para él y para su familia, el reloj de Pamplona será siempre el refugio de la memoria.