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Las Malvinas, cuestión de Estado
Cuando en enero de 1833 la corbeta de guerra británica HMS-Clío desalojó al comandante Pinedo de Puerto Soledad (a unos 25 kilómetros al noroeste del actual Puerto Argentino), las autoridades bonaerenses -ya que entonces las Islas y toda la Patagonia eran parte de la provincia de Buenos Aires- hacía más de diez años que ensayaban proyectos de colonización y ejercían el gobierno. Retomaban así los esfuerzos de la corona española, que había poblado las Islas ininterrumpidamente desde 1770 hasta 1811, cuando fueron abandonadas a causa de las revoluciones de independencia hispanoamericanas, entre ellas la de las Provincias Unidas que luego se transformaron en la República Argentina.
Las Islas eran desde fines del siglo XVIII un lugar estratégico para quienes pretendían ejercer control sobre las rutas comerciales interoceánicas y gobernarlas era “cuestión de Estado” para las coronas inglesa y española. Como herederos de España, los gobiernos criollos continuaron haciendo esfuerzos por la ocupación efectiva de las Islas, condición necesaria para el legítimo reclamo soberano según el derecho internacional vigente entonces. Inmediatamente ocurrida la usurpación británica, el gobernador Balcarce protestó ante el representante diplomático británico en Buenos Aires, y ese mismo año el embajador argentino en Londres Manuel Moreno, hermano de Mariano, presentó una protesta formal en el Foreign Office. Desde entonces Argentina nunca abandonó el reclamo de sus derechos soberanos sobre el archipiélago, solicitando el arbitraje de la comunidad internacional para resolver el conflicto con Inglaterra.
Sin embargo, la cuestión Malvinas fue durante todo el siglo XIX un tema únicamente de Estado. Fue una preocupación de gobernantes que buscaban asegurar el control del Estado sobre el territorio patagónico; de diplomáticos que buscaban avanzar en las negociaciones con el gobierno inglés; de militares que miraban con justificado recelo la presencia tan cercana de una Inglaterra que ya había intentado invadir Buenos Aires en 1806 y 1807 y que miraba la Patagonia con apetito imperial. Pero no era una preocupación para la gran mayoría de la sociedad argentina. El tema no se trataba en las escuelas primarias, la institución fundamental en la formación de la nacionalidad argentina. No era discutido tampoco por publicistas ni intelectuales, no era mencionado en los diarios, el único medio de difusión masiva de entonces.
La única excepción a esta ausencia que encontramos en los diarios del siglo XIX es célebre por su autor, más que por su contenido: se trata de dos notas publicadas en noviembre de 1869 por José Hernández, autor del Martín Fierro, en el periódico El Río de la Plata. Estas notas dejan ver con claridad dos cosas: el genuino compromiso patriótico de su autor y su falta de información sobre el tema. La primera de esas notas es una introducción a una carta descriptiva de las islas Malvinas realizada por el jefe de la Armada argentina, comandante Augusto Lasserre. Allí, Hernández reconoce que "contiene curiosidades ignoradas por la generalidad de nuestros lectores" (y téngase en cuenta que en esa época los lectores eran pocos y pertenecían a la élite cultural, ya que la mayoría de la población era analfabeta). Lo que llama la atención es que no hace una sola referencia a ninguna disputa por la soberanía de las Islas. El interés en conocerlas radica en su "situación geográfica" cercana a Argentina.
Una semana después publica una segunda nota que, dice, responde al interés que suscitó la primera. Aunque más bien parece responder a que en ese lapso se informó sobre la situación política de las Islas, ya que ninguno de los diarios de Buenos Aires respondió o replicó su primera nota (dialogo que era común en la prensa de la época), excepto por una traducción parcial al inglés de la carta de Lasserre publicada en el diario The Standard. En esta segunda nota Hernández afirma con convicción, ahora sí, los derechos argentinos sobre el archipiélago. Aunque sus argumentos –la integridad territorial, la colonización efectiva y la herencia hispánica- son apropiados, el desconocimiento generalizado sobre esta parte del territorio sud atlántico queda expuesto en las imprecisiones históricas y geográficas que riegan los párrafos de Hernández.
Como ocurrió con la primera nota, esta tampoco tuvo mayor impacto en el público. Que sepamos, ni José Hernández ni ningún otro publicista volvió a ocuparse del tema hasta casi medio siglo después. En 1910, sin embargo, esto cambió gracias al director de la Biblioteca Nacional. Paradójicamente, se trataba de un extranjero.
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Paul Groussac, un hijo adoptivo
Paul Groussac era francés de nacimiento, pero estaba radicado en Argentina desde 1865. De su pluma salieron cuentos, novelas, ensayos, crítica literaria, historiografía, notas periodísticas. Personajes de la talla de Rubén Darío o Jorge Luis Borges le dedicaron palabras respetuosas. Para 1910 Groussac hacía 25 años que ejercía la dirección de la Biblioteca Nacional. Como parte de sus funciones editó entre 1900 y 1915 una revista titulada Anales de la Biblioteca, dedicada a la publicación de documentos históricos relativos a la región del Río de la Plata que eran introducidos por un estudio de su autoría.
En el año del Centenario de la Revolución de Mayo publicó, en el Tomo VI de los Anales, una selección de documentos referidos a las islas Malvinas. Eran precedidos por un estudio histórico, que su autor ofrecía "como un hijo adoptivo", que evidenciaba los derechos argentinos a las Islas. Con su estilo literario agresivo e irónico característico, el escrito destaca por su calidad historiográfica: contiene precisión en los hechos narrados y una interpretación de los mismos que no ha perdido actualidad aunque haya pasado más de un siglo.
Escrito en francés, Les Iles Malounies narra el descubrimiento y colonización del archipiélago; las disputas entre Francia, España e Inglaterra por su posesión en la segunda mitad del siglo XVIII y la colonización argentina como heredera de los derechos españoles; la usurpación británica y los reclamos diplomáticos realizados por diversos gobiernos locales. Incluía también una descripción geográfica y económica y un mapa del archipiélago. Sin embargo, la publicación no tuvo demasiada repercusión en el espacio público, aunque sí despertó el interés de algunos políticos de la época, entre ellos de Roque Sáenz Peña, que ocuparía la presidencia de la Nación sólo unos meses más tarde. Al parecer, las Islas seguían siendo una cuestión de interés para los hombres de Estado, pero no para el resto de la sociedad. En el contexto del Centenario, los debates públicos sobre la naturaleza de la nacionalidad argentina no giraban en torno a los límites geográficos y la relación con Inglaterra. El gran problema del momento era la inmigración masiva que afluía al país desde hacía tres décadas y la amenaza que, según las elites intelectuales, significaba esto para la cultura nacional.
Aunque su escrito no tuvo demasiada repercusión en 1910, llenó un vacío fundamental: a partir de entonces existía una historia de las islas Malvinas y una argumentación sólida sobre los derechos argentinos a las mismas. Por eso mismo, el estudio de Groussac no permaneció en las sombras demasiado tiempo: en la década del treinta, cuando el contexto nacional puso en tela de juicio la tradicional relación con Inglaterra, adquirió otra importancia. Sin embargo, el polígrafo tolosano no vivió para verlo: había fallecido en 1929.
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Gran Bretaña, enemiga nacional
A partir de la crisis económica desatada en 1930 comenzó a cuestionarse la histórica relación amistosa que existía entre Argentina e Inglaterra (país que compraba la casi totalidad de nuestras exportaciones desde hacía medio siglo). El exponente más conocido de esta ruptura en el plano cultural es, seguramente, La Argentina y el imperialismo británico de los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta, publicado en 1934. Los trabajos de Scalabrini Ortiz sobre la relación argentina con Inglaterra también fueron escritos en los treinta, aunque se publicaron más tarde. Aunque ni los hermanos Irazusta ni Scalabrini Ortiz prestaron atención a las Malvinas dentro de su crítica a la relación con Inglaterra, a partir de esta década la causa por la soberanía de las Islas creció de manera exponencial en el espacio público argentino. Los escasos antecedentes sobre el tema que existían en el campo intelectual cobraron impulso, como fue el caso del estudio de Groussac.
En 1934 el senador Alfredo Palacios presentó un proyecto en el Congreso de la Nación para que la obra de Groussac sea traducida, editada y repartida en instituciones educativas. El proyecto fue aprobado por unanimidad y se transformó en la ley 11904. Dos años más tarde, en 1936, Las Islas Malvinas (ahora sí, en castellano) eran reeditadas en dos formatos: la versión completa, que incluía la selección documental realizada por Groussac, y un compendio con los pasajes más importantes. Fue la única reedición del estudio del francés hasta 1982, cuando fue editado nuevamente tras la guerra. En 2012, en ocasión del trigésimo aniversario de la guerra, fue editado nuevamente por el gobierno nacional.
La argumentación de Palacios en el Congreso para la sanción de la ley también fue editada como libro en ese mismo año de 1936, y sería reeditada por el Partido Socialista años más tarde. Que un senador de un partido que hasta hace pocos años se identificaba como internacionalista y antinacionalista sea el impulsor de esta ley es sintomático con respecto al fuerte clima nacionalista de los treinta.
A esa reedición de la magistral obra de Groussac se sumó, hacia fines de la década, otro libro que vino a completar el despegue definitivo de la causa Malvinas en la cultura política argentina: Nuestras Malvinas, de Juan Carlos Moreno. Editado por primera vez en 1938, el libro narra un viaje realizado dos años antes a las Islas, financiado por la Junta de Recuperación de las islas Malvinas, de reciente creación. Aunque contiene un breve repaso histórico, el tono del libro contrasta con la extrema erudición de Groussac. Se centra en la experiencia de viaje del autor y lo hace de forma atractiva para los lectores, con un lenguaje simple y un marcado patriotismo. El libro fue un éxito comercial y se reeditó seis veces en la siguiente década y media. Cuando el gobierno de Perón incorporó la historia de Malvinas como contenido obligatorio en las escuelas primarias, el libro de Juan Carlos Moreno fue oficialmente habilitado para su uso en las aulas. Para entonces, la causa Malvinas ya era uno de los grandes tópicos del nacionalismo argentino. La inclusión del tema en la escuela primaria significó la incorporación definitiva de la causa a la identidad nacional de la gran mayoría de la ciudadanía.
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Las Malvinas son para siempre argentinas
Los treinta incorporaron de manera definitiva la causa Malvinas al debate público argentino. Desde entonces la causa no paró de masificarse, empujada definitivamente por su incorporación al sistema educativo primario, la principal herramienta de formación cívica de la Argentina. Solo comprendiendo el desarrollo histórico de la conformación de la causa Malvinas en la sociedad argentina podemos comprender que se haya llegado a los trágicos sucesos de 1982.
Como vimos, la forma en que las Malvinas se relacionan con la nacionalidad argentina está siempre atravesada por el contexto. Así como en la década de 1930 la crítica de la relación histórica de nuestro país con Gran Bretaña movilizó la causa Malvinas, en las décadas siguientes fueron otros los problemas políticos que la atravesaron. La adopción de una versión revisionista de la historia argentina por grandes segmentos de la intelectualidad argentina en los sesenta abrió debates que tensionaron la causa Malvinas, el más importante de los cuales fue aquel relacionado con la figura de Antonio "el gaucho" Rivero.
En los tempranos ochenta una dictadura en decadencia decidió recuperarlas mediante su herramienta de costumbre: la violencia. La guerra de 1982 es trágica no sólo porque perdieron la vida cientos de personas, tragedia común a toda guerra. Lo es también porque, en términos de soberanía, destruyó los importantes avances que Argentina había logrado en el plano diplomático para que la comunidad internacional y el gobierno inglés reconozcan sus derechos. Las Malvinas nunca estuvieron tan lejos de Argentina como pasaron a estarlo tras la guerra. Esto no empalidece de ninguna forma el patriótico heroísmo de nuestros soldados. Por el contrario, ese heroísmo en el campo de batalla es el más genuino fruto de la construcción sostenida durante décadas de la causa Malvinas como reivindicación nacional. Los momentos aquí narrados son solo una parte de esa construcción. Nada parecido significan las Islas en la identidad nacional de los ingleses.
(*) Nicolas Medina es historiador. Se desempeña como becario doctoral en el Instituto de Estudios Críticos en Humanidades (CONICET/UNR), es adscripto en la cátedra de Historia Argentina III y miembro del Programa de Investigación y Extensión "Malvinas y el Atlántico Sur" de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad nacional de Rosario.