La pobreza degrada las condiciones de vida y esmerila los valores sociales. Entonces lo cotidiano no se vuelve mágico, sino fatídico. En esa pérdida de expectativa la ambición comienza a mutar en resignación. Bajando así el umbral de la exigencia al conformismo. Por lo que la resistencia sólo abreva en el fanatismo, donde se diluye la razón. En este contexto se encuadra el fútbol rosarino. Deslucido, empobrecido, precarizado y cada vez más distante de la búsqueda de la gloria. La que ya no plantean como la lógica meta por el orgullo de identidad, sino que la presentan como una utopía.
Sí. A los hinchas de Central y Newell's desde hace un tiempo las conducciones sucesivas de los clubes los fueron acostumbrando a sobrevivir. A convivir en un ámbito tan reducido en el que la pretensión no tiene espacio. Encarcelando las aspiraciones lógicas de una sociedad futbolística que hizo del amor propio un símbolo de pertenencia. Pero que hoy es más un símbolo que un elemento de la realidad.
El entrenador canalla, Cristian González, expresó después de la última derrota que el objetivo de la Copa Sudamericana era del cuerpo técnico, que no sabía si era el de los dirigentes, porque el club puso como objetivo foguear a los juveniles.
El técnico leproso, Adrián Taffarel, no se reconoce como interino, pero mientras los directivos buscan un técnico titular, y en un contexto adverso, se refugia en dos victorias producto de sendos remates aislados y rendimientos deficientes.
Estos ejemplos son solo síntomas de la devaluación que le produjeron al fútbol de la ciudad, en la que los entrenadores no son las causas, sino las consecuencias. Porque las políticas que le bajaron el precio a Newell's y Central fueron instrumentadas por las dirigencias, las que sistemáticamente optaron la conveniencia y perdurabilidad propia por sobre los anhelos colectivos de dos sentimientos que referencian el ADN de la pasión de Rosario.
Hoy blindan la aspiración natural de dos hinchadas de salir campeón con alternativas pobres y vergonzantes. Clasificar a una copa internacional es el plan de máxima. Sumar puntos para no complicarse con los descensos por ahora postergados es el de mínima. Como si no se tratara de Newell's ni Central. Como si no fuesen dos clubes grandes. Con una historia como sustento y una mayor grandeza como fundamento.
Si hasta resulta inadmisible que algunos simpatizantes hasta se hagan eco de los argumentos falaces que esgrimen los directivos. Excusas que amplifican mediáticamente ciertos analistas con exagerados elogios coyunturales que no hacen otra cosa que fortalecer la justificación de la pobreza. Renunciando al espíritu crítico que la profesión impone.
Central y Newell's merecen otra realidad. Deben recuperar el protagonismo competitivo con el que se retroalimenta la grandeza. Porque los títulos son los mejores nutrientes. Pero para ello los socios e hinchas tienen que exigir las condiciones para volver a ser. Rebelarse ante tanta precariedad. Y romper con la conformidad para recuperar aquella cultura futbolística que los hizo grandes.