—En rigor se tratará de 24 elecciones diferentes, ¿cree que se van a nacionalizar?
—La agenda sí, porque la agenda es porteña, pero el resultado no, porque la calle se camina distinto por distrito. Por suerte no sé quién va a ganar —porque si supiera no sería democracia—, pero imagino que el gobierno va a perder por bastante en Córdoba y en Capital, en Mendoza y probablemente en Corrientes, y va a ganar cómodo en Formosa, Santiago del Estero y Misiones.
Para Malamud, el cierre de listas confirma la solidez del bifrentismo
—¿Qué está en juego en estas elecciones intermedias?
—En primer lugar, no está en juego la república, sino la distribución de bancas en el Congreso, que puede definir que el gobierno tenga mayoría en Diputados. Parece difícil que lo consiga, pero es algo a lo que apunta. Tan importante como esto, hay quienes piensan que el gobierno puede aspirar a los dos tercios de senadores y esto es imposible; lo más probable es que el gobierno pierda senadores. La proyección racional lleva a pensar que el gobierno va a estar más cerca de la sanción de leyes y más lejos del nombramiento de jueces. En tercer lugar, se están jugando las candidaturas presidenciales, aunque es más improbable que estas elecciones definan algo. De hecho, Antonio Cafiero, Graciela Fernández Meijide y Sergio Massa ganaron elecciones intermedias, todos tuvieron expectativas presidenciales y a ninguno se le cumplió. A una sí: Cristina Fernández ganó en 2005 las intermedias y dos años después la presidencia. En cuarto lugar, se están definiendo los equilibrios internos de las coaliciones. En el caso del Frente de Todos, ganar o perder la provincia de Buenos Aires no es lo mismo para Cristina: si gana ratifica, si pierde será desafiada o cuestionada. En el caso de Juntos por el Cambio es el radicalismo el que está dando el paso y viendo si se puede convertir en el socio mayoritario de un espacio en el que hasta ahora fue secundario.
—¿Las palomas se impusieron a los halcones?
—Eso en parte sorprende: las elecciones intermedias son buenas para polarizar, y las presidenciales para moderar. En las intermedias el voto se fragmenta: la gente vota sincero en vez de estratégico, y se da el gusto de votar candidatos idiosincráticos, extremistas, o locos, y sin embargo no es eso lo que garpa. Eso es lo que detectan los partidos y por eso encabezan los larretistas y los albertistas, y no los macristas-bullrichistas y los cristino-kirchneristas. Mi interpretación es que esto se debe a la pandemia, la gente busca contención y moderación. Pasó en EEUU, Biden le ganó a Trump, y se huele en Brasil, Lula le está ganando en las encuestas a Bolsonaro. Es algo parecido a lo que vimos en las tres elecciones que hubo en Argentina: en Río Cuarto, Misiones y Jujuy la gente no apostó por locuras, sino por la estabilidad y la moderación.
—Parece la dinámica de una elección presidencial.
—Exactamente. Veremos qué vota la gente, y sobre todo, cuánta gente vota: en pandemia la tendencia es que la gente vota moderado, pero vota menos gente, y los que se abstienen son los más moderados. Quizás el día de la elección prevalezcan los intensos y haya más votos para Milei de los que uno podría pensar hoy. Lo dudo, pero dejo abierta la posibilidad.
No está en juego la república, sino la distribución de las bancas en el Congreso, las candidaturas presidenciales y los equilibrios internos de las coaliciones No está en juego la república, sino la distribución de las bancas en el Congreso, las candidaturas presidenciales y los equilibrios internos de las coaliciones
—Se ve una nueva oleada de outsiders —o amateurs, para decirlo correctamente—, y parece haber dos cambios respecto de los ‘90: ahora es la oposición y no el oficialismo el que los convoca y vienen de otros campos, como los medios y la ciencia.
—Bien visto. La tercera novedad es que el radicalismo es el que más amateurs fue a reclutar, cuando era el partido más tradicional. Está rejuveneciendo a través del reclutamiento afuera. Hoy el PRO presenta políticos tradicionales y en el peronismo parece que no consideraron la conveniencia o la necesidad de hacerlo, jugaron por lo seguro.
—Hablando del oficialismo, ¿ve que Alberto intentó aprovechar el cierre de listas para reconstruir la autoridad que se le fue desgastando en los últimos meses?
—Sí, y también se lo permitieron. Él pone la cabeza de listas en las dos Buenos Aires, y lo hace con acuerdo de Cristina y Massa, no es que da un puñetazo en la mesa y ratifica su autoridad. Los demás socios consideran que es bueno para los tres y para el equipo que Alberto no aparezca como un presidente subordinado.
En pandemia los electores buscan estabilidad y moderación, interpreta Malamud
—¿Cómo la ve a Cristina en esta coyuntura?
—Siempre pensé que Cristina estaba más interesada en el pasado y en el futuro que en el presente, la administración cotidiana. El pasado es limpiar las causas judiciales para no perder la libertad y los bienes, y el futuro es dejar un legado, que se encarna en personas: quién va a ser el próximo presidente. Sigo pensando parecido, y creo que ella es muy astuta, y lo demuestra perdonando; perdonando a Alberto, a Vilma Ibarra, a Perotti, cuando hace falta. Santa Fe es la más imprevista y más difícil de explicar de las internas que tenemos en este escenario, porque el radicalismo y el PRO ya hicieron desastres en 2019, no es inesperado lo que están haciendo. Lo de Santa Fe debe ser muy local, porque a nivel nacional es incomprensible: Rossi es un ministro que viene del cristinismo, pero es de Alberto y no responde a ninguno de los dos. No sé decir si Alberto está con el candidato de Cristina en Santa Fe, pero Cristina está con el candidato de Perotti.
—Macri parecía estar jugando el juego de Cristina, ¿lo ve en una fase crepuscular?
—Depende del resultado de noviembre. A Macri le convino quedarse varado en Europa, porque de esa manera evitó aparecer perdiendo. Entonces la que tiene que dar la cara es Patricia Bullrich, que lo hace muy dignamente, y Macri consigue meter algunos legisladores en las listas. En noviembre los candidatos de Larreta pueden ganar o perder; si pierde, Macri vuelve.
—¿Cuáles son las principales variables que vas a observar en el transcurso del año?
—Primero, el dólar, que hace o deshace una candidatura oficialista: si se mantiene estable puede ganar cualquiera, pero si salta pierde el gobierno. Segundo, la inflación: es menos grave que el dólar, porque la gente la internaliza y la naturaliza. Tercero, la vacunación, pero la pongo un poco atrás, porque mal que mal avanza y es inevitable que lleguemos a las elecciones mejor que ahora. Cuarto, el imprevisible, lo que algunos llamarían el cisne negro. Por ejemplo, violencia institucional: a la policía se le va la mano en una comisaría, matan a un chico, hay una pueblada, incendian la comisaría y surge la cuestión de la inseguridad o la capacidad del gobierno para administrar la policía. Estos imponderables relacionados con la violencia, que en Argentina no son tan graves como en el resto de la región, están siempre ahí, pudiendo explotar en cualquier momento.
Malamud remarca que si Cristina pierde la provincia de Buenos Aires será desafiada y considera que a Macri le convino quedarse varado
—América del Sur es una región que viene estallada, con muchas protestas, ¿cree que en Argentina los diques van a seguir funcionando para contener y canalizar el malestar?
—Es una gran cuestión. En la Argentina puede haber turbulencia social, pero muy difícilmente haya desintegración del sistema político. En primer lugar, las leyes favorecen a los insiders: no existen las candidaturas extrapartidarias, los candidatos siempre tienen que ir en la lista de un partido, y el voto obligatorio les permite a los políticos argentinos saber qué piensa el electorado, del que vota entre el 70 y el 80 por ciento. En segundo lugar, lo que está estallado son las clases medias bajas, y en Argentina las clases medias tienen tradición de cacerolear, no de piquetear. Por lo tanto, el grado de turbulencia que pueden generar es menor al del pasado. En 2001 no había AUH, no había pensiones no contributivas, ahora las clases bajas están contenidas, están atendidas. En Chile y Perú los sectores medios pertenecen a lo que el BID llama clases vulnerables: eran clases bajas que se convirtieron en clases medias y ahora están recayendo; sus expectativas siguen subiendo, y sus satisfacción está estancada. Las clases medias argentinas no tienen esa práctica de protesta salvaje, lo que no significa que no las puedan aprender.
—En distintos reportajes dijo que le tenía más miedo a la anarquía que a la tiranía, ¿sostiene ese temor?
—Sigo, no porque piense que los políticos argentinos son santos. Primero, no hay actores armados: las fuerzas armadas argentinas tienen 70 mil personas y en Venezuela es casi el doble, 130 mil, en un país más chico. No hay con qué ser autoritario. Lo que sí hay es la famosa anomia de la que hablaba Carlos Nino: es mucho más fácil salir a la calle, tirar piedras y prender fuego que seguir a un líder autoritario que te diga para dónde tenés que marchar. Un 2001 es más probable que un Nicolás Maduro.
En Argentina un 2001 es más probable que un Nicolás Maduro En Argentina un 2001 es más probable que un Nicolás Maduro
—Argentina lleva un tiempo de estancamiento, ¿La salida es un gran acuerdo tipo Pactos de La Moncloa, casi fetichizados?
—Te cuento los escenarios. El primero es seguir como estamos: el que gana trata de imponerse, no lo consigue, después viene el otro y le pasa lo mismo. El segundo es acordar juntos para salir de la trampa, y el tercero es acordar juntos para reproducir la trampa, lo que se viene haciendo en el Congreso en los últimos meses. Se llegan a acuerdos, se votan leyes por amplias mayorías y son malas leyes, como las impositivas y la de alquileres. Lo sabemos porque los expertos en el área de los dos partidos te lo dicen. Lo que estamos logrando son consensos tóxicos, en temas puntuales. Sería fundamental encontrar consensos productivos sobre temas estructurales. Si se va a conseguir, no lo sé.
—La pospandemia parece estar más cercana, ¿cómo imagina esa etapa en Argentina y América Latina?
—Depende de si despenaliza la droga. Si no se despenaliza los narcos siempre van a tener más plata que los estados. Por ejemplo, en octubre de 2019 el estado mexicano atrapa al hijo del Chapo Guzmán, el cártel protesta y el estado lo larga; el estado se arrodilló ante los narcos. Los estados están condenados a tener menos plata que los narcos salvo que les extraigamos su fuente de recursos, que es la droga ilegal. Hay experiencias en Uruguay, España, Portugal, Holanda, no es una locura hippie. Depende lo que hagamos con la droga, porque sino vamos a ser lo que la droga quiera con nosotros.
—¿Cuál cree que es el mayor riesgo para la Argentina en el corto y mediano plazo?
—El riesgo puntual es que se dispare el dólar y haya un estallido social. El riesgo estructural es seguir como estamos: seguir decayendo sin conseguir parar la caída, sin encontrar un rumbo nuevo. Digamos desde el ‘75, desde el Rodrigazo. Esto es interesante: tenemos islas de excelencia en un mar de mediocridad: el campo se modernizó, tenemos Invap, el instituto Balseiro, los unicornios. Argentina está llena de islas de excelencia, pero no conseguimos flotar todos con esas islas; hace falta una estructura común, un continente.