Con su imagen en el tobogán y el ego golpeado por el triunfo del socialista Zohran Mamdani en su Nueva York natal, Donald Trump se cobró rápido la ayuda para que su amigo Javier Milei llegara con vida a las elecciones.

Estados Unidos cobra el salvataje al libertario con un acuerdo asimétrico. La ecuación de costos y beneficios y el impacto en Santa Fe. El kirchnerismo y el macrismo, dos proyectos en crisis
Por Mariano D'Arrigo
Donald Trump se cobró la ayuda a Javier Milei con un acuerdo comercial donde Estados Unidos pone las condiciones.
Con su imagen en el tobogán y el ego golpeado por el triunfo del socialista Zohran Mamdani en su Nueva York natal, Donald Trump se cobró rápido la ayuda para que su amigo Javier Milei llegara con vida a las elecciones.
Lo blanqueó primero Scott Bessent. Viejo zorro de Wall Street, el secretario del Tesoro reconoció que Estados Unidos hizo un gran negocio financiero con la intervención directa en el mercado de cambios. Ahora, la Casa Blanca anunció un acuerdo comercial entre EEUU y Argentina en donde el país del norte pone las condiciones y la otra parte debe abrirse. Un esquema asimétrico, lejos de la reciprocidad de un tratado de libre comercio (TLC), y que desnuda la desigualdad de poder entre ambos socios.
Más allá de las coincidencias ideológicas y las afinidades personales que lubrican la relación entre Trump y Milei, lo que está en juego son intereses económicos y geopolíticos. Después de más de dos décadas de concentrar la energía en Medio Oriente, Estados Unidos descuidó el patio trasero y corre de atrás a China en la carrera por la innovación tecnológica. En busca del liderazgo global, el gigante asiático aprovechó el vacío que dejó EEUU en la región y lo llenó con una política exterior muy agresiva, basada en inversiones en infraestructura y compra de materias primas.
El acuerdo con Argentina, que se suma a convenios similares con Guatemala y las dolarizadas Ecuador y El Salvador, le permite a Trump exportar trabajo norteamericano y levantar la bandera de “Estados Unidos primero”. También, abastecerse de alimentos baratos y tratar de desacelerar la suba de precios en EEUU, señalada como una de las causas de la derrota electoral en Nueva York y los estados de Virginia y Nueva Jersey. Trump será proteccionista pero no come vidrio.
No se conoce todavía la letra chica del entendimiento. Sí que va en línea con la visión de Milei: alineamiento automático con Occidente, una economía con menos barreras y una inserción internacional de Argentina como proveedora de minerales, energía y materias primas. Un pacto Roca-Runciman del siglo XXI, en el que Argentina se ata a la potencia declinante: Gran Bretaña entonces, EEUU ahora.
Tampoco está clara la ecuación en costos y beneficios. Como un revival de los ‘90, la apertura podría implicar avances en la productividad —por ejemplo, vía la importación de maquinaria— y una inflación más baja a través de una ampliación de la oferta de bienes pero al precio de ahogar industrias completas y destruir empleo.
A priori, los laboratorios por la pelea por las patentes y el complejo automotriz por la importación de autopartes y vehículos aparecen como dos de los sectores más amenazados. El entendimiento fractura la Política Automotriz Común (PAC), el convenio bilateral entre Argentina y Brasil, justo cuando Lula se prepara para anunciar esa delicada obra de arquitectura política y económica que es el tantas veces postergado, y boicoteado, acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea.
El seguidismo de Milei a Trump también enciende alertas en el complejo sojero por las consecuencias que podría tener en el comercio con China, el principal destino de las exportaciones agropecuarias argentinas. Una cláusula que establece que Argentina prohibirá la importación de bienes producidos con “trabajo forzoso” también podría elevar la tensión con el gobierno de Xi Jinping.
Ese reordenamiento global no es abstracto: baja a los territorios y redistribuye ganadores y perdedores. En la Casa Gris hay cautela. “Puede haber oportunidades, sobre todo en carnes. Pero estamos esperando la letra chica y queremos ver cuáles son los condicionantes”, dice un alto funcionario del gobierno de Maximiliano Pullaro.
En Unidos también están preocupados por un tema todavía más urgente: la avalancha de productos chinos, que llegan al público por plataformas digitales como Shein y Temu y los Todo por 2 pesos versión 2025. “Están destrozando a las pymes. China vende al costo para sacar su producción ante el cierre del mercado norteamericano”, dice uno de los principales dirigentes del oficialismo, que sigue con atención las variables económicas.
Lejos de liberar al gobierno, el acuerdo con EEUU obliga a Milei dejar de lado el darwinismo de mercado y desarrollar una política más sofisticada. Esto implica gestionar beneficios, administrar los costos de la transición, contener de algún modo a los sectores damnificados, desarrollar una narrativa convincente y construir un marco de acuerdos políticos más sólido.
Aunque no tenga el formato de un TLC, la implementación seguramente requerirá que Argentina adhiera a tratados internacionales y modifique normas internas. Ahí es donde entran los gobernadores, que quieren hacer pesar sus votos en el Congreso.
Todavía Diego Santilli no se reunió con Pullaro, pero sí charlaron la semana pasada. Por ahora, las conversaciones son más bien protocolares. “No hubo avances ni compromisos”, dicen desde el entorno más próximo del gobernador.
El presupuesto 2026 será el caso testigo que mostrará hasta dónde está dispuesto Milei a ceder. Por ahora, Milei hace con los gobernadores lo mismo que Trump hace con el libertario: una coreografía del acuerdo en la que una parte impone y la otra debe ceder.
Si Milei puede rediseñar el país casi a pedido de Estados Unidos es porque se siente con el crédito social para hacerlo y ningún espacio político tiene la voluntad o la fuerza para frenarlo. El kirchnerismo y el macrismo son dos expresiones en descomposición, criaturas zombis de otra etapa.
Más grave todavía que una crisis de liderazgo, el peronismo atraviesa una crisis de credibilidad y programática. Asociado al caos inflacionario del Frente de Todos, hoy el PJ no ofrece mucho más que detener a Milei.
El debate sobre la legislación laboral es sintomático del estado de situación del peronismo, en general atrapado en la nostalgia del viejo orden industrial, cuando el empleo formal era la regla.
Aparecen dos grandes líneas. Mientras Cristina se muestra más abierta, al menos en el plano discursivo, y busca conectar con el precariado que experimentó en carne propia una reforma que ya hizo el mercado, otro grupo de dirigentes se muestran más reacios a actualizar el andamiaje legal. En particular, todo lo relacionado con las fuentes de poder sindical, como la negociación por sector, los aportes a las organizaciones y la ultraactividad de los convenios.
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Al menos, el peronismo conserva una base y puede arrogarse el título del principal espacio opositor a Milei. El PRO está en una situación todavía peor. El macrismo paga la factura de haber fallado en sus dos misiones históricas: liderar un proceso de modernización capitalista y dejar atrás al kirchnerismo.
Hoy Macri es presa fácil de Milei, que capturó sus banderas, su electorado y a buena parte de su dirigencia. Sólo le queda esperar que los libertarios la choquen y su oferta de centroderecha tradicional vuelva a ser atractiva. Una apuesta difícil, porque las sociedades no suelen volver atrás.
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El PRO sigue el camino del radicalismo. Un partido cada vez más irrelevante en la escena nacional, que a lo sumo puede gobernar en algunas provincias. En ese tironeo entre el partido y el territorio, que se encarna en un choque de lealtades entre Macri y Pullaro, Gisela Scaglia se inclinó por el gobernador. Tiene lógica: su base política está en Santa Fe y como proyecto Unidos transmite más perspectiva de futuro.
Distinto es el caso de Provincias Unidas, que después del palazo electoral no termina de ordenarse. Sobre todo, por las tensiones en los bloques partidarios, como el PRO y el radicalismo, sobre cómo pararse ante el empoderado Milei. En ese sentido, el socialismo está más cómodo.
“Es una etapa embrionaria, en la que cada fuerza muestra su poderío y juega a que puede estar o no, para tener más poder de negociación sobre los cargos en el bloque y las comisiones”, dice un dirigente que sigue de cerca el proceso.
Mientras la oposición discute más identidades que proyectos, Milei avanza. Lo hace con la velocidad de quien siente que la historia lo empuja y sin un sistema político capaz de hacerle contrapeso.
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