En un primer momento, Federico y su mujer alquilaban el local, que era además su casa. Pero con el tiempo pudieron comprarlo.
La vidriera de Pieles Federico no pasa desapercibida. Es que el local, ubicado en Maipú entre Córdoba y Rioja, es una verdadera reliquia. Su dueño, Pablo Wurm, hijo de Federico y continuador del negocio, sabe cómo impresionar a los clientes y piensa en cada detalle. La bolsa en la que el cliente se lleva su compra, las perchas, las luces, el vitraux: nada está librado al azar y todo forma parte de la experiencia.
Durante muchos años, se exhibió en la vidriera medio auto. Fue tan impactante aquella estética que, cuando Pablo lo vendió, siguió siendo la referencia para hablar del local. “Capaz estuvo 15 años, pero a la gente le pareció que fueron 50”, cuenta el dueño de la peletería en diálogo con La Capital. Lo cierto es que, con o sin vehículo, la fachada del negocio es ineludible. De un lado, el escaparate con los maniquís y sus tapados y del lado izquierdo, enfrentado, un enorme espejo.
Al abrir la puerta, un muñeco de un mozo, parado sobre una mesada de mármol, con lentes, moño, chaleco y delantal ofrece a quien acaba de entrar unos caramelos. Así empieza la experiencia. Pablo tiene una forma de concebir el comercio que es de otro tiempo, de cuando los productos no eran estandarizados y la relación entre el vendedor y el cliente era más estrecha y se creaban vínculos que duraban años. Esa forma de entender el negocio la heredó de su padre.
Federico Wurm llegó desde Rumania a principios del siglo XX escapando de la guerra en Europa. Se instaló en Rosario, aprendió el oficio de peletero y en 1935 abrió el local en calle Maipú que todavía mantiene su actividad.
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“Al principio hacían arreglos porque eran nuevos y nadie iba a comprarles. Todo lo que los otros locales rechazaban ellos lo tomaban. Y fueron creciendo. Mi padre siempre fue una persona muy hábil, daba mucha confianza. Despacito empezaron a hacer el nombre”, cuenta Pablo.
En un primer momento, Federico y su mujer alquilaban el local, que era además su casa. Pero con el tiempo pudieron comprarlo. Los cinco hijos de la pareja ayudaban aunque, lentamente, cada uno fue haciendo su camino.
“Amaba el negocio, mi padre me enseñó a amarlo. Mi padre siempre fue muy inteligente, siempre me daba un lugar. Por ejemplo, había que cuidar el motor que daba frío a los tapados y si no lo cuidabas el motor se quemaba. En vez de decirme “cuidá el motor”, me decía: “Sos el encargado en jefe de cuidar el motor”. Y claro, era una responsabilidad impresionante”, rememora.
Cuando Federico murió, Pablo tenía apenas 18 años y, al poco tiempo, se constituyó como el continuador de un legado que sigue cuidando después de medio siglo. “Cuando falleció mi padre me quedé al frente del local junto a mi madre. Mi padre creó un nombre de confianza. Comprar acá es como hacerlo en una joyería. No es como comprar un vaquero, que es lo mismo en cualquier lado. Tenés que generar confianza. Por eso a mí me resultó fácil el negocio. Sólo tenía que mantenerlo”, cuenta.
Con una mente joven e inquieta, a Pablo el negocio le pareció chico. “Le hice otro piso, puse un ascensor, hice una sala de espera con un bar”, detalla. Es que, durante varias décadas del siglo XX, los tapados, sacos, ponchos, capitas y camperas de piel eran productos casi obligatorios para las mujeres. Pieles Federico llegó a tener una veintena de empleados y en Rosario los locales que ofrecían pieles se contaban de a decenas.
“Antes había que fabricar, atender a la gente, estar en el piso de arriba, en el de abajo. Ahora está mi señora, mi hijo cuando puede, y ya está. Todo lo fui haciendo con mucho amor, nunca pensé que las cosas iban a cambiar”, sentencia. Y es que, un día, las cosas se modificaron. Pablo no sabe exactamente cuándo porque, como dice, no quiso darse cuenta. Pero en la segunda mitad de la década del ‘90 empezaron las transformaciones y el oficio cambió.
“Antes cumplías 15 años y un tapadito de piel y una joya era lo que se regalaba. Ahora se vende, pero no como antes”, suma. Además, ahora hay mucha reconversión de prendas viejas: “Se convierten en mantas para la cama, almohadones, chalecos. Muchas veces vienen porque quieren transformar el saquito de la abuela en otra cosa para que quede en la memoria de la familia”.
Y también existen quienes quieren cuidar ese saco que quedó en la familia. La cámara frigorífica era un espacio imprescindible para este negocio ya que lograba proteger los productos de las inclemencias del clima. “Hoy funciona, aunque no como antes. Siempre hay alguien que quiere cuidar su piel o tiene varias pieles y algunas quieren guardar. Otros tienen el saco de su mamá y quieren cuidarlo porque ella siempre lo cuidaba”, detalla.
Sucede que también cambió la relación del consumidor con los productos: “Cuando vos comprabas algo la idea era que durara 30 años y si eran 40 mejor. Pero hoy el que compra un saquito en tres años no lo quiere ni ver. Cambió todo el concepto de las cosas. El tapado antes tenía que ser negro o marrón. Hoy es verde, rojo, azul. Es otro pensamiento. Nadie quiere tener algo por tanto tiempo”.
A pesar de los cambios, la peletería Federico sigue. Arregla prendas heredadas, las transforma, las cuida y produce otras. La piel que utiliza ahora es la de conejo, que se compra en los frigoríficos ya que es un animal que se consume. A partir de ahí confecciona una infinidad de prendas, de distintos colores, tamaños y usos.
Los detalles
El local de calle Maipú es un pequeño mundo que impresiona. Las prendas cuelgan de percheros que poseen techos de vitraux. Allí se pueden apreciar maniquís de mujeres, siempre distintos, con tapados de piel. Y, al lado, la fecha del local: “Fundado en 1935”.
Pero también hay: espejos, espejos, espejos. En el probador, afuera, frente a la vidriera, adentro del local por todos lados. Del piso al techo, el negocio y sus productos se duplican y el cliente encuentra su reflejo mire donde mire.
Las perchas, de madera, llevan el nombre del local y el cliente se las lleva a su casa. La bolsa en la que el producto se envuelve también es una pieza única. Pablo va cambiando y las últimas que hizo son de gabardina. Los detalles no son algo menor: elementos que generan confianza en quien se acerca. Es que Pablo aplica muy bien, y a pesar de los años que pasaron, las enseñanzas de su padre.
El negocio de las pieles, hoy
Si bien el negocio de las pieles cambió, conciencia ecológica mediante, la venta de tapados de piel no está prohibida. Su legalidad depende del animal del que provengan y la normativa local e internacional. Es ilegal y está prohibido fabricar, vender o poseer productos de pieles de especies protegidas, como el yaguareté, debido a que están en peligro de extinción. En cambio, el uso de pieles de animales no protegidos, como ovino o bovino, sigue permitido, siempre y cuando se cumpla con las regulaciones comerciales y de importación.
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