Un joven de 21 años que trabajaba como electricista fue asesinado de un tiro en
la espalda ayer a la madrugada, cuando estaba sentado junto a unos amigos sobre una columna de luz
caída que hace las veces de banco en la entrada al Fonavi de Grandoli y Lamadrid. Un auto que
circulaba por la avenida se detuvo frente ellos, uno de sus ocupantes bajó y sin más disparó al
grupo al menos cuatro veces con una pistola calibre 9 milímetros. Jesús Díaz estaba sentado de
espaldas a la calle y casi no tuvo tiempo de advertir lo que pasaba antes de sentir el proyectil
quemándole el cuerpo. En tanto, el atacante se fue sin siquiera verle la cara a su víctima.
El movimiento en el sector comercial de avenida Grandoli era el habitual ayer al
mediodía, pero nadie resultaba indiferente a la mancha de sangre que quedó en el acceso a las
torres del Fonavi, al 4900 de la avenida. "Mataron a un pobre inocente. Todo el barrio lo sabe",
comentaron dos vecinas al pasar con las bolsas de las compras por el lugar donde asesinaron a Jesús
Díaz. "Tiraron al montón, esa es la palabra de los vecinos", agregaron las mujeres.
De rebote. El relato coincide con algunos datos que manejaba ayer la policía,
que atribuye el ataque a una venganza aunque no podía asegurar que estuviera dirigida a Jesús. La
ejecución fue a corta distancia, unos dos metros, y a sólo dos cuadras de la esquina donde estaba
apostado un patrullero. "El disparo parece ser indirecto, como si le hubieran dado de rebote. No
sabemos si lo buscaban a él o a alguno de los amigos", dijo un investigador. Otra fuente remarcó
que el joven fallecido no tenía antecedentes penales, un dato en el que los pesquisas suelen poner
los ojos en casos de este tipo. "Ni siquiera estaba identificado", dijo un portavoz de Jefatura que
aclaró que el caso es investigado por la Sección Homicidios y agentes de la comisaría 11ª.
El chico asesinado vivía con sus padres y dos hermanas, de 25 y 7 años, a unos
150 metros del lugar donde lo mataron. El padre también es electricista y solían trabajar juntos.
Su mamá trabaja varias horas al día como empleada en un supermercado chino.
En el barrio describen al chico asesinado como un pibe gordito, morocho,
grandote y que no tenía sobrenombre. Todos le decían solamente Jesús.
“El lunes estuvo trabajando fuera del barrio, en la casa de uno de mis
hijos. Le hizo toda la instalación eléctrica de la vivienda y cuando terminó con eso se puso a
pintar. Estuvo todo el día conmigo y volvimos tarde, como a las 11 de la noche. Lo traje en mi auto
y lo invité a cenar, pero me dijo que se quería ir a la casa”, contó Rafael, tío materno del
chico asesinado. El mismo hombre que un rato después, alrededor de la 1.15 del miércoles,
prácticamente lo sintió morir en sus brazos.
Charla inconclusa. El ataque ocurrió en Grandoli al 4900. La avenida divide allí dos
escenarios: hacia el oeste nace la calle Olegario Víctor Andrade. Hacia el río se abre un callejón
de tierra y piedras que se pierde entre las torres del Fonavi.
En ese lugar Jesús se encontró con dos conocidos del barrio y se quedaron reunidos bajo los
árboles, en un par de bancos improvisados formados por una columna y algunos troncos. En ese
momento un auto que iba por Grandoli hacia el norte estacionó frente a ellos. La única referencia
obtenida en el barrio es que se trataría de “un auto azul”. Uno de los ocupantes bajó,
caminó hacia el grupo en silencio y efectuó varios disparos que retumbaron en la oscuridad. El
vehículo luego se fue a toda velocidad por Olegario Víctor Andrade hacia el oeste. En el lugar la
policía secuestró horas más tarde cuatro vainas servidas calibre 9 milímetros.
“Eran dos pibes con los que a veces se juntaba a charlar, pero no se veían nunca. Jesús
estaba de espaldas y no tuvo tiempo de reaccionar. Sólo alcanzó a empujar a uno de los amigos para
que zafara”, contó en medio de un llanto desconsolado un primo del chico, sentado en la misma
columna de cemento donde horas antes ocurrió el ataque. En medio de los disparos, contó el joven,
los muchachos corrieron hacia el interior del Fonavi. Jesús, perdiendo abundante sangre, dobló en
la entrada a la torre E7 y allí se desvaneció, a unos veinte metros del lugar del crimen.
Apenas ocurrido el hecho, los vecinos le avisaron al tío del chico, un administrativo de la
Municipalidad que vive a metros de allí y al que lo habían sorprendido los disparos cuando estaba
en su casa. “Perdía sangre y se quejaba del dolor que sentía”, describió un hijo del
hombre, con la mirada perdida como si no pudiera borrarse la imagen de su primo agonizando.
Desde atrás. Al lugar llegaron casi en el acto policías de la Patrulla Urbana que estaban
apostados a en Grandoli y Gutiérrez haciendo un control de taxis y colectivos y escucharon los
disparos. Los efectivos subieron al chico al patrullero y en Ayacucho al 5300 se cruzaron con la
ambulancia número 2 del Sies. Los médicos diagnosticaron entonces que ya había fallecido. Tenía un
disparo en la espalda, a la altura de los pulmones, sin salida.
“Teníamos la misma edad, nacimos juntos, con dos meses de diferencia. Trabajaba desde los
14 años. Era mi mejor amigo y nunca nos metimos con nadie. Si venían a buscar problemas nos íbamos,
para evitarlos. Y mirá cómo terminó Jesús”, lamentó el primo del joven, con la voz convertida
en un quejido, antes de romper una vez más en llanto entre los vecinos que se acercaban a darle el
pésame.