El encargo que el 8 de julio pasado recibió Daiana Becerra de parte de su novio preso en Coronda consistía en ir hasta una dirección del barrio San Francisquito y filmar la cuadra. Poco antes de las seis de la tarde la chica pidió un remís y cumplió con la tarea. “En esa casa vive mi tía”, se le escucha contarle al chofer, en tono casual, en el video grabado con su celular. En contacto telefónico permanente con ella, su pareja le dijo entonces que se había equivocado de lugar. Que debía registrar la otra vereda, del lado del conductor. Daiana cumplió, como cumplía con lo que exigía desde el encierro Facundo Mariano Moreira, detenido a más de cien kilómetros de Rosario e imputado hace dos semanas por el femicidio de esta mujer de 30 años.
Lo que Daiana no sabía cuando filmaba ese lugar es que estaba inspeccionando la escena de su muerte. Un rato después, en las primeras horas del domingo 9, volvió en un remís. Iba acompañada por su hija de 13 años y un hombre al que, bajo instrucciones desde prisión, pasó a buscar en el camino. Tenía la indicación de arrojar un cartel amenazante en un pasillo de Rueda entre Alsina y Lavalle. Apenas entró, el sicario que bajó detrás de ella la mató con un disparo en la cabeza y otro en el abdomen.
Fue el último servicio que prestó Daiana para la banda de un miembro original de Los Monos por entonces preso en Rawson. Su cuerpo fue usado como soporte de un mensaje mafioso que no tardó en llegar a destino. Apenas habían pasado minutos de su muerte cuando su novio le escribió desde Coronda a una mujer que según la investigación regenteaba un kiosco de venta drogas en el pasillo. “Te dejé una persona afuera dormida”, anunció entre amenazas para quedarse con la gestión del puesto.
“Así como te dejé una muerta tirada en el pasillo de tu casa, si quiero entro y te mato. Fijate qué es lo que vas a hacer. No sé qué tanto te hacés rogar, si podés trabajar conmigo tranquila. Pongo los pibes, todo. Nadie va a romper la verga. Ahora soy yo ahí, boluda”, le dijo en una serie de audios que se recuperaron de un celular secuestrado en la celda de Moreira. En el mismo aparato quedó registrado paso a paso cómo Daiana fue conducida hasta el lugar donde sería asesinada mientras el interno coordinaba con otro miembro de la organización cómo sería ese final.
“Mi pensamiento —detalló el preso en un audio enviado cinco horas antes del crimen de Daiana— es éste: mando a la persona esta en el auto y que se encuentre con el pibe que va a martillar. Bajan los dos juntos, se meten al pasillo y el pibe ya sabe que tiene que martillar. Vos sabés de quién te estoy hablando. A esa pinturita la tiene que martillar. El papel ya lo va a tener en el bolsillo, en la mano, así que no se hagan problema. Una vez que martilla ya fue, hermano. Se va tranquilo. El remís que también se vaya. Trabajan, se van y dejamos la cosa en la misma casa en que tenemos que dejarla”.
Violencia de género
En la investigación surgió claro el contexto de narcocriminalidad que rodea al asesinato. Una trama que explica la mayoría de los 62 crímenes de mujeres registrados en 2022 en Rosario, el triple que el año anterior. La fiscal Georgina Pairola encuadró el caso como un femicidio e imputó a “Cabra” Moreira como instigador del asesinato de la chica, sobre quien ejercía una fuerte dominación y en un vínculo marcado por la violencia de género. Todo en medio de una perversión de época que lógicas internas de los los mercados ilegales potencian al extremo.
Según la investigación de Pairola, Daiana era consumidora de drogas y mantenía una relación de pareja con Moreira, acusado de integrar la violenta asociación ilícita autodenominada “La Mafilia”. Una banda dirigida desde la cárcel de Rawson por Leandro Alberto Vilches, quien fuera condenado como parte del núcleo duro de la primera conformación de Los Monos. De 30 años y madre de tres hijos, Daiana vendía drogas desde su casa en Empalme Graneros bajo instrucciones de Moreira, quien proveía las sustancias y controlaba la venta. Ella colaboraba con la organización sin poder de decisión alguno, como un elemento de bajo rango.
“El contexto de violencia de género va más allá de la relación de pareja. Tiene que ver con esta dinámica que consiste en el uso de personas con un grave problema de adicción para que cumplan sus órdenes, presten servicios e ingresen a la cárcel”, explicó la fiscal tras la audiencia en la que Moreira fue imputado de un delito con pena de prisión perpetua. “Se le imputó un femicidio cometido en un contexto de narcocriminalidad en el que todas las personas prestan servicios y cuando ya no sirven son descartadas como objeto”, amplió.
Amor y amenazas
Tres meses antes de morir, la tarde del 18 de abril, Daiana había presenciado el crimen de quien por entonces era su pareja, Jorge Damián “Porteño” Camargo. Un sicario al que le gustaba vestirse de policía y que fue acribillado mientras arreglaba la bicicleta de la chica en la vereda de Einisten al 7200. “En cualquier momento me matan”, le escribió entonces por WhatsApp a su ex, a quien le pidió que se ocupara de los hijos porque con ella corrían peligro. El celular de Daiana fue secuestrado tras el crimen del Porteño y ahí se hallaron mensajes reveladores sobre la banda de Vilches imputada en julio, días antes de la ejecución de la muchacha.
El núcleo de la investigación del femicidio está en la pericia telefónica del celular Samsung J7 secuestrado en la celda de Moreira el 10 de julio. De los intercambios surge que Facundo le pedía a diario que trasladara mensajes, armas y drogas a distintos puntos de la zona oeste, sur y sudeste. “Amor, anotá 4 de mil. Bueno, ya está. No aguanto más, se me parte la cabeza. Me voy a dormir mi cielo, cuando te levantés llamame. Te amo”, le dijo la chica al preso cerca de las 5 de la madrugada del 3 de julio, al rendir cuentas de la venta de esa noche.
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La gestión del negocio, los diálogos amorosos, las discusiones y también gravísimas expresiones de tinte mafioso se entremezclan en esas conversaciones. Por esos días se generó una ruptura entre ellos por la desaparición de un paquete de drogas que le habían asignado a Daiana para la venta, algo que exasperó a Moreira: “Que aparezcan los paquetes porque hago entrar a cualquiera, te hago matar y me llevo todo”, le advirtió, entre amenazas de matarle un hijo o un familiar.
Ella juraba que no se había quedado nada y que era leal: “No me lo gasté, no me la tomé, no sé dónde está”. Luego le dijo que la policía le había sacado el paquete. Pero él no le creía y empezó a exigir que compensara la pérdida con 100 mil pesos que la chica no tenía modo de conseguir. En los intercambios se advierte la desesperación de ambos. “Chau. Perdiste la cabida. Fijate ahora adónde llega mi amor. Me creíste gil. Me estás matando droga, te mato un hijo”, se violentó él, mientras ella juraba que no le “mató” nada, que lo quería y que siempre fue “legal y de palabra”.
Trabajo final
Así llegaron hasta el 7 de julio. Durante todo ese día Facundo le pidió dinero que ella prometía entregar, pero no se halló evidencia de que haya realizado alguna entrega o transferencia. El pedido se reanudó el sábado 8. Ella excusó un problema con la aplicación del banco. A las 15.15 el preso le dijo que tenía que hacer un trabajo en la zona de Avellaneda y Seguí, que debía llevarle dinero a un amigo y filmar el video del lugar donde la terminarían asesinado.
Más tarde le anunció que ya no necesitaba un video sino que llevara "a un pibe hasta ahí: el pibe baja y hace su trabajo, sube y a las tres cuadras se baja el loco y queda ya tranqui”. A las 23.33 Daiana le preguntó qué tenía que escribir en el cartel. “Aguantá que me pongo los guantes para que las huellas no queden en el papel”, previno. La conversación siguió en todo el trayecto en el remís hasta el pasillo de calle Rueda, mientras intercambiaban mensajes de amor y el interno prometía salir de prisión para las fiestas de fin de año.
Cuatro minutos antes de morir Daiana le informó que habían llegado al pasillo de Rueda al 3900. Era la 1.12. Ella bajó del asiento trasero seguida por el hombre que enseguida abrió fuego a su espalda. Una bala le atravesó la cabeza de la nuca a la frente, otra le surcó el abdomen. La chica murió allí mismo, mientras el remís en el que estaba su hija en el asiento del acompañante se retiraba de la escena. El atacante, hasta ahora no identificado, se fue corriendo. “Es un laburo”, le gritó a un vecino al que cruzó en el camino.
De campera negra, remera amarilla, jean y zapatillas Nike blancas con detalles en verde, Daiana quedó tendida en el piso, rodeada por cuatro vainas y tres balas calibre 40. “Está más que cocinado, coronamos sí o sí”, le había prometido un rato antes su novio a sus pares, a quienes luego transmitió un relato sonoro del crimen: “Se escuchó los ruidos. La hice pasar primero y decía no, no. Y se escuchó ¡pam, pam, pam! Creo que le dio en la cabeza”.
Enterados de la muerte de Becerra, otros presos le dijeron a Moreira que escondiera el teléfono entre un par de buzos y lo tirara en una “paloma” hacia otra celda: “Adentro de una bolsa así nosotros lo pescamos y lo guardamos”. Como visitante del interno, Daiana había pisado la unidad de Coronda por última vez el 28 de junio. Tenía previsto volver. Había tramitado un turno de visita a la cárcel para el jueves 13 de julio. La mataron cuatro días antes.