Un muchacho de 26 años que, según él mismo confesó ante sus familiares, asesinó a Sergio Jesús Militano en el Rosedal del parque Independencia el segundo día de diciembre de 2015, fue condenado ayer a 10 años de cárcel en el marco de un juicio abreviado homologado por la Justicia.
La pena recayó en Jonathan Silva, quien fue defendido por el abogado Iván Russo y acusado por el fiscal que investigó el homicidio, Pablo Pinto. En tanto, fue el juez penal Alejandro Negroni quien firmó el acuerdo de partes por el cual el muchacho tendrá que purgar una década tras las rejas como autor de un homicidio en ocasión de robo, un delito que no prevé ninguno de los beneficios de la ejecución penal, como las salidas transitorias, la libertad condicional o asistida. O sea que cumplirá los diez años completos adentro de la cárcel.
El crimen. La madrugada del 2 de diciembre de 2015 un par de personas que caminaban por el parque Independencia se toparon, bajo la glorieta que se erige junto al lago artificial del Rosedal, en inmediaciones de Moreno y Dante Alighieri, con el cuerpo de Militano. El hombre tenía 52 años y residía a sólo dos cuadras de allí en situaciones precarias.
Los análisis forenses indicaron que el hombre presentaba signos de haber recibido un feroz ataque. Según esos estudios tenía un fuerte traumatismo en el cráneo producto de un botellazo y varios puntazos en el abdomen, el cuello y el rostro. Al lado del cuerpo se halló su billetera desparramada y restos de vidrio de una botella utilizada para matarlo. Además, tenía sus pantalones bajos y estaba prácticamente desnudo. Sólo le habían robado el teléfono celular y una tarjeta magnética del transporte urbano personalizada a su nombre y que fue hallada en poder del muchacho ahora condenado cuando fue detenido.
Confesó. Tras el crimen, Silva volvió a su vivienda de la zona oeste de la ciudad. Una casita humilde que compartía con su hermana y su cuñado, ambos fieles Testigos de Jehová. Cuando pasaron 48 horas del hecho, tiempo más que suficiente para carcomer la conciencia de cualquiera que pudiera estar involucrado en un homicidio, Jonathan se quebró y le contó a su hermana lo que había hecho. Incluso le dijo que había matado a un hombre al reaccionar ante una agresión previa de la víctima.
Ante ello, la mujer se aferró a sus creencias y no dudó en llamar a la policía para denunciar lo que había escuchado azoarada de la boca de su hermano. Poco más tarde la policía llegaba a una villa miseria cercana al barrio de Fisherton y detenía a Jonathan Silva en la casa familiar. Por entonces, el nombre del joven ya estaba en la carpeta de los pesquisas policiales guiados por el fiscal Pablo Pinto a partir de informaciones recabadas en la calle por los investigadores.
Al ser apresado Silva admitió haber cometido el hecho y manifestó que "no conocía de antes a la víctima, que tuvieron un encuentro casual y fugaz durante la madrugada y que su reacción se debió a una primera agresión o roce" que recibió de parte Militano. De acuerdo a lo asentado en las actas policiales que sirvieron de base para la audiencia imputativa, en el momento de ser detenido dijo que todo fue porque "este viejo se hizo el pitín y lo maté".
Más allá de esa confesión, en poder del muchacho se hallaron elementos que pertenecían a la víctima (el teléfono celular y la tarjeta magnética de colectivos) y se le secuestró vestimenta propia con manchas de sangre que las pericias confirmarían luego que se correspondían con el ADN de la víctima.
El llamado. Militano tenía un hermano asentado en Rosario y una hermana radicada en la ciudad de Sidney, en Australia. Cuando esta mujer se enteró a través de su hermano que Sergio estaba desaparecido desde hacía un par de días, llamó a su teléfono celular y fue Silva quien la atendió y le respondió: "Sergio me dejó el celular a mí y se fue con otros chicos". Por entonces el aparato estaba intervenido por la Justicia y al momento de la conversación se activó la celda que se corresponde con el domicilio de la hermana de Jonathan.
Los vecinos y conocidos del barrio donde residía Militano, dijeron el día de su muerte a La Capital que era un hombre humilde y que los últimos cinco años de su vida estuvo casi en la indigencia, durmiendo de prestado adentro de un auto en el galpón de una cochera ubicada muy cerca de donde murió, en Italia al 2200, a sólo una cuadra de la comisaría 5ª de la policía.