La noche del jueves Gustavo Darío Rodríguez murió al ser baleado por un agente de la Policía Federal que lo sorprendió robando en su vivienda de barrio Belgrano, en el oeste de la ciudad. Tenía 32 años y toda su vida había vivido en el barrio La Cerámica, en una familia siempre vinculada al delito, a tal punto que él fue acusado de haber cometido su primer homicidio en 1997, cuando sólo tenía 15 años. Su víctima fue el repartidor Rubén Coassollo, a quien junto a otro pibe asaltaron en la zona de Medrano al 2900. Su madre, Norma “La tía” López, purga en la cárcel de Ezeiza una pena por comercialización de estupefacientes.
El debút. La tarde del 17 de septiembre de 1997 la ciudad se conmovió por un terrible asesinato. Rubén Coassollo tenía 39 años y era padre de dos hijas adolescentes. Trabajaba en una empresa ubicada en Génova al 1400 perteneciente a la familia de su esposa y en un Mercedes Benz 608 blanco con caja térmica se pasaba el día repartiendo embutidos y lácteos por distintos barrios de la ciudad, incluso aquellos que por entonces ya pintaban como difíciles.
Aquel día, pasadas las 18, Coassollo llegó hasta una granja en Medrano 2929. Cuando se aprestaba a bajar del vehículo de reparto para realizar una entrega de mercaderías fue abordado por dos adolescentes que, dijeron entonces los pesquisas, “lo fusilaron desde abajo del camión y a corta distancia”. El trabajador fue trasladado poco después al Hospital de Emergencias, pero murió antes de llegar. Las primeras pericias indicaron que el tiro había sido efectuado “por alguien de baja estatura que no le dio tiempo a bajar”.
La investigación quedó a cargo de la subcomisaría 1ª (hoy seccional 30ª) que montó un operativo para dar con los asesinos. Entonces llegó a los oídos de los pesquisas el apodo de “Bere”, un chico afincado en la villa La Cerámica, responsable de varios delitos cometidos hasta en perjuicio de sus vecinos y “todos vinculados al negocio de la droga”, por entonces incipiente en algunas zonas marginales rosarinas.
Un día más tarde “Bere”, o “Moco” como también le decían en la villa, fue apresado en una casilla de Anchoris y Pasaje 1 y trasladado a los Tribunales en compañía de un familiar. Allí declaró ante quien entonces era el juez de Menores 1ª, Juan Leandro Artigas. Aunque entonces no trascendieron sus dichos, contó que estuvo acompañado por un muchacho de 21 años con el cual amenazaron a Coassollo, quien les entregó los 360 pesos que tenía y al que sin embargo él mató de un disparo calibre 38 en la cabeza. Y el 24 de septiembre, acorralado por los pesquisas, también se entregó Ariel Colombatti, de 21 años y cómplice de “Bere”.
Para fines de diciembre de 1999, “Bere” estuvo sospechado en otro homicidio: el de Napoleón Moreno. Por ese caso su compinche, apodado “Costilla” y un par de años mayor que él, se presentó en Tribunales y quedó preso.
El final. Desde aquel hecho a hoy pasaron 17 años y en ese tiempo, dijeron voceros policiales, “Bere” sumó un sinnúmero de imputaciones y pasó varios meses tras las rejas de las comisarías del noroeste rosarino. La última vez que su nombre estuvo ligado a un hecho policial fue cuando la Policía de Seguridad Aeroportuaria realizó un operativo en la villa La Cerámica en 2011 para poner fin a las andanzas de una banda de comercializadores de drogas que actuaba desde atrás de una rotisería y liderada por Norma “La tía” López, su mamá, de 54 años, quien purga una condena a 6 años de prisión en una cárcel federal. En esa causa “Bere” llegó a estar procesado pero luego fue desvinculado y siguió cometiendo de las suyas.
Fue hasta la noche del jueves cuando junto a otros tres delincuentes aprovecharon que un vecino guardaba el auto en su casa de Brasil al 1300, en el barrio Belgrano, para amenazarlo y ganar el interior de la propiedad con fines de robo. En esa misma casa vive el cabo de la Policía Federal Gustavo P., de 43 años, quien al escuchar gritos de su cuñado pidiendo ayuda saltó de la cama donde dormía y fue hacia el garaje con su arma reglamentaria en la mano.
“Bere” no se amedrentó y amenazó al policía con un revólver, pero el agente federeal se identificó como tal e hizo un disparo. Cuando el maleante volvió a amenazarlo le pegó dos tiros y lo mató. La secuencia puso en fuga a los cómplices de Gustavo Darío Rodríguez, quien murió de la misma forma en que había comenzado su carrera delictiva, entre balazos y por fuera de la ley.