El 15 de marzo Rosario amanecía con la noticia del primer caso de Covid-19 en la ciudad: un joven de 28 años que había estado en Inglaterra, que presentó síntomas leves y que permanecía internado por precaución en el Hospital Carrasco. En ese momento los enfermos en la Argentina eran 11. El virus que había surgido en China empezaba a hacer los primeros estragos en Europa y se asomaba en la Argentina para modificar la vida de todos.
A casi dos meses de la detección del paciente 1 en la ciudad, los contagiados ascienden a 109 y se produjeron dos fallecimientos. La mayoría de los casos sospechosos y los positivos se dieron en la zona céntrica, pero en los últimos días empezaron a confirmarse pacientes en los barrios de la periferia donde los centros de salud cumplen históricamente un rol central en el cuidado de los vecinos, y ahora, mucho más.
No es nuevo que el personal que asiste a las poblaciones más desprotegidas realiza muchas más tareas que las vinculadas a lo médico. Los equipos de los centros sanitarios barriales (repartidos en todos los distritos de Rosario) conocen bien a las familias y personas solas a las que asisten, las acompañan en cuestiones que van más allá del chequeo de rutina, el seguimiento de las enfermedades crónicas o la colocación de las vacunas, las orientan para hacer trámites, las ayudan a resolver problemáticas intrafamiliares y del barrio, las guían para conseguir alimentos o un trabajo. Son referentes para cientos de individuos que pocas veces salen de los confines de su zona.
Con la aparición del Covid-19 se sumó una nueva preocupación, un nuevo problema que obligó a hacer cambios sustanciales en las modalidades de atención sin descuidar todos los aspectos cotidianos.
Las puertas no se cerraron, pero se está evitando la atención de pacientes en los consultorios cuando no es imprescindible que sean vistos personalmente y se habilitaron los WhatsApp de los distintos centros de salud, que en algunos casos reciben hasta 200 mensajes diarios.
Los equipos tuvieron que acostumbrarse a trabajar con todas las medidas de bioseguridad que el virus exige, lidiar con el temor al contagio (están entre los más expuestos al Covid-19) y, al mismo tiempo, dar seguridad y confianza a las personas a las que deben cuidar.
En este escenario, aparecieron desafíos inesperados para el personal médico, como el hecho de tener que contener a los pacientes que dieron positivo, quienes son increpados o maltratados por vecinos por el sólo hecho de haberse contagiado de coronavirus.
Culpa y estigma
La discriminación hacia una persona a causa de alguna enfermedad estigmatizante no es extraña para los médicos, pero muchos no esperaban que sucediera con el nuevo coronavirus. Estaba pasando hace semanas con el personal de salud en algunos edificios o barrios céntricos de la ciudad y del país, y comenzó a ocurrir con los enfermos.
El psiquiatra Manuel Francescutti comentó al respecto, hace pocos días, en una nota con La Capital: “Muchos pacientes sienten culpa por haberse contagiado y por la posibilidad de contagiar a sus seres queridos, pero además tienen miedo al estigma, a que los señalen”.
Las que siguen son las vivencias de algunos profesionales de la ciudad, de dos centros de salud municipales y del Hospital Carrasco (institución referente en Covid-19), en un escenario tan particular y desconocido como el que estableció esta pandemia en la ciudad.
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