El deporte está de luto. Murió Jorge Trevisán, personalmente un amigo, un hombre que dejó huellas en muchos hombres y mujeres, entre los que me incluyo. Se fue un grande, pero un grande de verdad. Un maestro. Era mucho más que un preparador físico. Era un motivador nato que transmitía pasión en todo lo que hacía y sabía sacar lo mejor de cada deportista. Tenía una personalidad complicada, es cierto, pero siempre mostraba lealtad, humildad y generosidad. Vivía con la misma intensidad con la que le exigía a sus pupilos. No conocía límites. "Gordita, si tenemos que entrenar 20 horas seguidas y nos caemos los dos desmayados, lo vamos a hacer", se ufanaba.
En ese sentido los resultados avalaron su capacidad. Por eso los laureles cosechados fueron muchos. En el rugby, por ejemplo, obtuvo 18 campeonatos con Jockey Club en distintas divisiones, destacándose el Nacional de Clubes de 1997, única copa obtenida por el verdiblanco en ese certamen.
A Guillermo Coria, en el mundo del tenis, lo llevó a ser finalista de Roland Garros. La lista de quienes lo tuvieron como entrenador es larga, pero se puede destacar que, además del Mago, entrenó a Luli Mancini, David Nalbandian y Mercedes Paz, sólo por citar algunos ejemplos.
Jugaba en las grandes ligas. En Nueva York lo contrataron para entrenar durante cinco semanas a promesas de EE.UU en tenis. De hecho, cuando el primer ACV lo golpeó, estaba en esa ciudad cenando con John Mc.Enroe, nada menos.
Su mundo deportivo, como él, tampoco tenía límites. Triatletas, futbolistas, golfistas, jugadoras de hockey y tantos otros pasaron por su gimnasio con la idea de ponerse a punto y terminaron, sin querer, llevándose mucho más que lo que fueron a buscar.
"Para ser deportista solamente hace falta un sueño. El que no sueña no llega a ningún lado. Cuesta lo mismo hacer un perdedor que un ganador, salvo que tengas un sueño. El que tiene un sueño, lo logra", repetía una y otra vez, sosteniendo que siempre hay una meta por delante.
A los 70 años nos dejó Jorge Trevisán, el Kaiser, pero dejó su huella.
Descanse en paz, maestro.