Una mueca futbolística lo de Rosario Central en el Monumental, adonde fue a hacer lo que podía. Poco por cierto. Por eso el 4 a 0 a manos de River Plate, que lo superó de principio a fin, que nunca lo dejó jugar y que expuso las debilidades de este equipo remendado, pero de bajo vuelo individual y colectivo.
Un partido como para que este Central, ahora de Ariel Holan, suplique por el final de una temporada para el olvido.
La derrota se explica a partir de los enormes problemas que expuso Central para ser un equipo con un mínimo de competitividad. Es que no lo fue de entrada, con esa apuesta táctica por parte de Holan, ni después de los remiendos que intentó en el entretiempo y los primeros minutos del complemento.
Clarito el plan de Central desde el arranque: defenderse como podía y ver si podía hacer algo en ofensiva. La primera parte la cumplía como podía, la segunda nada de nada.
Rosario Central se plantó muy atrás
El Canalla se plantó muy atrás y desde allí intentó buscar una solidez que nunca fue tal, con una línea de cinco que se descompensaba demasiado fácil. Todo porque River hacía, pelota al pie, lo que quería.
El mediocampo nunca fue el primer dique de contención, con Ortiz e Ibarra a los que les costaba, y fue así como Simón, Meza y Echeverri trasladaban con demasiada libertad, a la espera de algún desmarque de Solari y Colidio.
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La consecuencia de todo eso fue la exigencia hacia un Broun que respondía una y otra vez, como en esa de los 5’, en el mano a mano con Echeverri, como en la tapada frente a Solari.
El desconcierto de Central era tal que tampoco era necesario que River se metiera con pelota dominada dentro del área, porque hubo otras cuantas, con remates de media y larga distancia. Algunos de ellos se fueron demasiado cerca.
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Un Monumental demasiado grande
Pero claro, el mayor problema del Canalla estaba no sólo ahí, sino en lo poco que generaba porque cuando se hacía de la pelota parecía que lo que tenía en los pies era una bola de fuego.
Ni Giaccone ni Duarte desnivelaban por afuera y así Marco Ruben era una figurita decorativa en todos esos pelotazos frontales que le daban. Porque eso también hay que decirlo: nada de salida prolija y pelota al pie, sino más bien bochazos frontales.
Lo cierto es que a los 30 minutos River ya podía haber estado un par de goles arriba, por todos eso errores del fondo en el que, por ejemplo, Giaccone se cerraba, Coyote se adelantaba y Juan Giménez terminaba como lateral.
Una desorganización llamativa. Y tanto fue River que en el final, en una contra bien trabajada, Echeverri encontró a Solari por derecha y esta vez el delantero no falló cara a cara con Broun. Un mazazo porque fue en el final, un alivio haberse ido al vestuario apenas un gol abajo.
Cambiar para que nada cambie
Un intento de corrección por parte de Holan con los ingresos de Solari y Copetti que nada cambió, porque pese a la paridad de esos primeros minutos, cuando River pisó el acelerador definió todo.
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Bastó que Giménez fallara en una salida para que nadie pudiera impedir el ingreso franco de cara al arco de Borja, recién ingresado. Segundo gol y partido liquidado, a los 23’ del segundo.
Pero por si quedaba alguna duda, dos minutos después llegó el tiro libre del Pity Martínez y la entrada solitaria de Solari. Toque y gol.
A partir de ahí, el desconcierto absoluto, pese a algunos intentos aislados, como ese remate de Giaccone apenas alto y la arremetida de Damián Martínez tras el centro de Copetti. Un desconcierto que se profundizó con ese penal en el final en el que el Pity Martínez no perdonó.
Falcón Pérez se apiadó y no adicionó ni un minuto. Una muestra acabada del dolor de cabeza que le significó esta derrota ante River. Porque fue una derrota más, como tantas otras en el año, pero con un sabor a plenamente amargo. Un castigo a la nada misma.