La pregunta, desagradable, era ¿para qué? ¿Para qué ganarle de casualidad a Nigeria? ¿Para qué? Para ser golpeado después por una selección francesa que por momentos bailó a Argentina, que sometió al escarnio a Argentina. La diferencia de velocidad entre Mbappé y Marcos Rojo en el primer gol, por citar un solo ejemplo es, cuanto menos, una falta de respecto a la competitividad.
El resultado, fue, por suerte, mentiroso y muy generoso con Argentina. Disimula en parte, la penosa actuación de una selección otra vez sin alma, sin conducción y con futbolistas de ciclos cumplidos con guiños mediáticos queriendo inculcarles a los futboleros que a pesar de los pesares son más importantes que la selección.
Y ese es gran parte del problema: armar el equipo teniendo como faro fundacional a los futbolistas que nunca son, o no deberían ser, más importantes que las instituciones.
La mejor Islandia se vio contra Argentina.
Después perdió fácil contra Nigeria y con los suplentes de Croacia.
La mejor Croacia se vio contra Argentina.
Si bien tiene un potencial enorme y puede hacer renegar al más pintado, las diferencias que sacó frente al equipo albiceleste tras el horror de Caballero jamás las pudo exponer contra Nigeria e Islandia.
La mejor Nigeria se vio contra Argentina.
Debió al menos empatar un partido que se vendió al final como una victoria épica, pero fue sólo una especie de extensión de una crónica de final anunciado.
La mejor Francia se vio contra Argentina.
Más allá de las potencialidades de una selección candidata al título jamás había podido exhibir hasta aquí las diferencia que impuso hoy. Ni con Australia, ni con Perú y menos con Dinamarca en un partido de empate cuasi pactado.
Sólo la suerte permitió que el partido terminara 4 a 3. Hasta esa fortuna tuvo Argentina: el resultado final disimula una diferencia escalofriante de juego, estrategia, jerarquía y preparación física.
La pregunta era, es, ¿para qué?
¿Para qué seguir adelante con un ciclo que está claramente cumplido desde hace tiempo y nadie se anima a cerrar?
¿Para qué?
¿Para alimentar una fe evangélica muy de moda en estos tiempos sin el más mínimo argumento?
¿Para qué estirar un final que se veía venir hace un tiempo largo?
Porque la AFA tiene sus culpas, entre ellas el 38 a 38 aquel, pero no toda la responsabilidad está en la calle Viamonte. Es lo más fácil de visualizar y políticamente casi correcto.
Pero dos derrotas en finales con Chile no son responsabilidad de la AFA. O en todo caso habrá que ponerse de acuerdo. ¿Está bien o está mal jugar finales y perderlas? Si está bien la AFA tiene sus méritos.
Si está mal perderlas con una selección inferior, que parece la respuesta más lógica, los desaguisados de la AFA tienen su parte, pero no tanto como los que se plasman dentro de la cancha.
Sampaoli, el mismo que hoy estuvo en el banco argentino, supo cómo maniatar a un equipo temperamentalmente precario al que ahora no supo cómo relanzar.
De nuevo entonces. ¿Dónde están las principales responsabilidades?
Quizás la respuesta más cercana a la realidad esté adentro de la cancha. Seguramente está allí.
Se despide una generación de futbolistas brillantes en sus clubes que nunca dio la talla con la camiseta de la selección.
Ni siquiera cuando las bondades de un sorteo cómplice les permitió jugar la final de un Mundial en el estadio Maracaná.