Ya no existen más cabos sueltos a la hora de sentirse un habitante más de Beloozersky. Casi dos semanas de estadía en este pueblo de la Rusia profunda bastan y sobran para conocerlo. Descubrir sus secretos y también acostumbrarse a que este país vive obsesionado con la seguridad, mucho más en este tiempo en el que se disputa el Mundial. Todo el mundo vive controlado y te controlan para todo. En el supermercado, en el colectivo, en el subte hay que pasar por varios cacheos y detectores de metales. La sensación es que uno siempre se siente vigilado por alguien o alguien sabe siempre lo que está haciendo uno. Ni hablar cuando hay que ingresar al predio de Bronnitsy, donde está concentrada la selección argentina. Ayer antes de entrar a ver los últimos quince minutos permitidos para la prensa se vivió un verdadero caos. Una fila de más de cien periodistas de todo el mundo esperaba afuera, sin poder realizar su trabajo, porque los agentes de la policía rusa tardaban hasta 10 minutos para palparlos. El examen es exhaustivo todos los santos días y al extremo. No hay manera de desestructurarlos. Cada vez se ponen más extremistas. Miran la foto de la credencial otorgada por la Fifa, te hacen abrir una y mil veces los bolsos, las mochilas, piden el pasaporte, anotan el nombre en una planilla y hasta averiguan los antecedentes a través de los intercomunicadores. Y, como si eso no fuera suficiente, todo el que entra al predio debe pasar por el detector de metales las veces que ingresa y sale.