La tarde pudo tener ribetes con otro lustre porque lo que parecía una victoria cantada terminó en empate, pero igual el brillo de este Central que jugó uno de sus mejores partidos en la era Kily González lo aportó Marco Gastón Ruben, el goleador letal que tiene este equipo y que con las dos conquistas ante el River campeón de Gallardo superó la marca que ostentaba Waldino Aguirre. El Torito ya quedó atrás por el toro que tiene el canalla hoy en cancha, que no se cansa de batallar y que parece incansable. Otros dos gritos, retribuciones infinitas por parte de los hinchas para un jugador que bien merecidas las tiene. Los dos zapatazos de Palavecino en cierta forma eclipsaron lo que debía ser una jornada para poner en un marco, pero bien vale la pena colgar en alguna pared de cualquier rincón de Arroyito la figura de este Ruben versión ídolo, y hoy más que nunca.
Siempre fue el niño mimado de los hinchas, desde antes de tomarse ese tiempo de descanso y ni hablar de cuando decidió volver. Los tres goles que le convirtió a Colón lo habían puesto ya por encima del Matador Kempes y a uno del Torito Aguirre, pero seguro no fue el verdadero motivo de la ovación que recibió en la previa del partido, cuando la voz del estadio anunció la formación del equipo. Es algo que sucede en todos los partidos de local. Pero lo dicho, en ese recorrido de los nombres, el Gigante explotó cuando lo nombraron.
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Marco definió de taco, una genialidad del 9.
Celina Mutti Lovera / La Capital
Y Ruben, que de esto de asimilar el cariño de los hinchas la sabe lunga, respondió como sólo un goleador en llamas puede hacerlo. La forma en la que resolvió ese enorme pase de Vecchio dentro del área fue magistral. De taco. No le hacía falta una sutileza de ese estilo porque con sólo empujarla al gol el mimo igual iba a fluir, pero encima le metió fantasía. Fue el momento en que el Gigante definitivamente se transformó en una caldera. Y no porque se le estuviera ganando al equipo sensación del fútbol argentino, sino porque ese triunfo parcial había llegado de la mano de quien los hinchas vivaron. “Olé, olé, ole, Marco, Marco”, atronó a orillas del Paraná.
El festejo, el puño en alto, la mirada panorámica hacia los cuatro costados del Gigante, la locura de sus compañeros y también del banco. Todos se sentían parte de ese momento inolvidable que Ruben transitaba en el lugar donde más amor despierta y recibe.
Lo de “intratable” tampoco es cuento. Su olfato goleador lo puede, lo empuja, lo anima. Por eso fue convencido a buscar ese centro-asistencia de Blanco (una vez más) para que el puesto más alto del podio fuera sólo suyo. El salto al cartel de publicidad, la trepada al alambrado, que bien pudo significarle la segunda amarilla, y el delirio a su alrededor. Porque a cada rato sonó el “olé, Marco, Marco”, sin importar qué estuviera sucediendo en el partido ni dónde estuviera la jugada. Claro, por ese entonces lo que ocurría con esa epopeya de Ruben era que Central le ponía vida a uno de los mejores partidos del ciclo del Kily, contra un River apabullante, serio, que rara vez perdona. Ah, en el medio eran tres puntos de un valor incalculable en la lucha por el ingreso a la Copa Sudamericana. Era un combo perfecto, pero con Ruben en las entrañas.
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Ruben metió una palomita y desairó a Armani.
Sólo analizado de esa forma se entiende que la anestesia que implicaron los zapatazos de Palavecino hayan perdido efecto cuando el partido llegó a su fin. ¿A quién iba a ir a buscar la televisión si no a Ruben? Por eso el 9 se quedó solito en el campo de juego, expresando las cosas que en ese momento se le cruzaban por la cabeza. Y cuando se iba otra vez: “olé, olé, olé, Marco, Marco” antes de que el protagonista de la historia levantara su mano derecha, cerrara el puño, se tocara el corazón con la zurda y mirara, una vez más, hacia los cuatro costados de un Gigante que ya estaba rendido a sus pies.
Por Ruben, Central merecía que la fiesta fuera completa, pero nada empañará lo que hoy es: el hombre del gol en Arroyito.