Hacía 3 meses y 27 días que Diego Armando Maradona había cumplido los 16 años. Era un domingo de tarde, de aquellos en los que la nostalgia, la desesperación y también la desazón mantenían en vilo a todo un país debido a la dictadura militar que un año atrás había sido impuesta por Jorge Rafael Videla al gobierno de María Estela Martínez de Perón. Sin embargo, nadie sabía que aquella jornada sería el inicio de uno de los romances más lindos de la historia argentina.
Fue el 27 de febrero de 1977 cuando la celeste y blanca conoció a uno de sus más grandes compañeros, el pibe de Fiorito. Con solo 16 años y 11 partidos en primera división, aquel pibe zurdo lleno de rulos, había llamado la atención del entonces técnico de la selección argentina César Luis Menotti. Cuando lo vio desparramando a los titulares del equipo nacional en la práctica previa al encuentro amistoso ante Hungría no lo dudó. Faltaban dos días, “báñese y vaya para la concentración en Los dos Chinos”, le dijo el Flaco al Pelusa.
Así fue como un Diego tímido y lleno de miedos, como nunca otra vez ha sucedido, llegó al lugar donde esperaban el partido figuras como Hugo Orlando Gatti, Jorge Carrascosa, Osvaldo Ardiles, Américo Gallego, René Houseman, Leopoldo Jacinto Luque y Daniel Bertoni, entre otros que conformaban el equipo titular y suplentes. Menotti ya se lo había adelantado, si las cosas iban como lo esperaban, en el segundo tiempo ingresaría, solo quedaba esperar.
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Cuando por fin llegó el día, el equipo se dirigió a La Boca para disputar el partido en La Bombonera. Claro, porque su debut fue ahí, en el club de sus amores y con la camiseta de su vida, la que atraviesa rayas celestes y blancas que desde el primer momento se ven en el pecho inflado de Maradona a la hora de entonar el himno nacional. El árbitro Ramón Barreto dio la orden y empezó el partido. Diego, atento, miraba desde el banco.
Con la ilusión en La Bombonera
La ilusión se apagó cuando a los 4 minutos el arquero húngaro le atajó un penal a Ardiles, sin embargo, 7 minutos después Bertoni encontró el lugar y puso el marcador 1 a 0. El nerviosismo se apoderaba de las piernas del 10, que en aquel momento llevaba la camiseta con el número 19, sabía que si las cosas seguían así llegaría su debut. Llegó el entretiempo y la selección nacional ya superaba con 4 goles a su oponente que todavía no había abierto el marcador. Pasaron 15 minutos y el equipo volvió a salir, otra vez a comerse la cancha.
Argentina 5 - 1 Hungría 27/02/1977 Debut de Diego en Argentina | Pasión Argentina
El autor del primer gol se llevaría la pelota del encuentro, puesto que tanto a los 18’ como a los 44’ del primer tiempo, Bertoni había logrado sumar 2 tantos más. Al llegar los siguientes 45 minutos, Leopoldo Luque, que ya había convertido a los 37’ del primer tiempo, se encargó de que el seleccionado argentino alcance los 5 goles al llegar los 3’ del complemento. El momento estaba más cerca que nunca y llegó.
La bendición del Flaco Menotti
“Prepárese que va a entrar. Haga lo que sabe”, fueron las palabras del Flaco Menotti que le indicaron al pibe de Argentinos Juniors, a los 20’ del segundo tiempo, que tenía que salir a jugar. Escuchó el silbato y miró al costado, el cartel del árbitro señalaba que iba entrar por el autor de dos de los goles del encuentro, Leopoldo Luque. Diego adentro, Luque afuera, el estadio estaba presenciando un hito.
Su primer paso por el césped fue bueno aunque no marcó ningún tanto. No obstante, dio un pase gol al loco Housseman que no pudo ser, sólo de casualidad, pero no importó porque su actuación dejó una buena imagen y Argentina logró la victoria. También tuvo su chance de convertir, pero la pelota se fue sobre el travesaño. Hungría alcanzó a hacer un solo gol a los 61’ del encuentro.
Más allá de que ese fue el primer día, no fue el último. La historia siguió escribiéndose y aquel pibe que vistió la camiseta de la selección argentina de fútbol por primera vez a sus 16 años, se convirtió en leyenda. Tras una vida por y para el fútbol, se retiró con 34 goles convertidos para el conjunto nacional, cuatro mundiales jugados, el segundo lugar en Italia ‘90, una Copa del Mundo bajo el brazo, y la mano de Dios que quedará para siempre en la historia mundial.