El suizo Roger Federer volvió hoy a la cima del tenis mundial al conquistar por séptima vez el torneo de tenis de Wimbledon y extender así la “maldición” del deporte británico, que amenaza con incrementar sus 76 años sin éxitos en torneos de Grand Slam.
Número uno del mundo desde mañana, el suizo se impuso al británico Andy Murray por 4-6, 7-5, 6-3 y 6-4 en una final interrumpida por la lluvia y que se terminó jugando bajo techo. Así, Federer igualó al británico William Renshaw y al estadounidense Pete Sampras, los únicos hasta ahora con siete títulos en el torneo más prestigioso del tenis mundial.
El suizo de 30 años incrementó, además, su récord de títulos de Grand Slam, porque ahora suma 17. Federer, sucesor del serbio Novak Djokovic como número uno del mundo, no ganaba uno de los grandes desde enero de 2010 en Australia. Mañana igualará a Sampras con 286 semanas como número uno, récord que superará siete días más tarde.
La final terminó con Federer emocionado y emocionando, pero había comenzado despertando las esperanzas de los británicos, que en una tarde destemplada, típica de su dudoso verano, creían estar por fin ante el día en el que Fred Perry, el último campeón de un torneo de Grand Slam, con Wimbledon y el US Open en 1936, descansaría en paz.
Pero la estatua y las cenizas de Perry, enterradas en una esquina exterior del estadio de tenis más famoso de la historia, seguirán siendo un doloroso recordatorio para los británicos, a los que les queda regresar el mes próximo a Wimbledon con la esperanza de que Murray conquiste el oro olímpico.
Mientras las cargadas nubes que habían complicado toda la mañana se alejaban y el sol iluminaba el césped de Wimbledon, Murray abría la final de una manera soñada: quebraba el servicio de Federer en el primer juego para situarse 2-0.
El británico dominaba y el suizo decidió cambiar. Dejó de jugar al palo y palo, para comenzar a alternar un filoso revés con slice entre sus derechas y desequilibrar así el potente juego semiplano del escocés, que exhibía además un notable primer servicio.
Federer tuvo sus oportunidades en el primer set, con dos break point para situarse 5-3, pero Murray reaccionó con valentía y acierto en cada momento complejo. Y esas oportunidades no aprovechadas le pasaron enseguida factura a Federer, que encadenó cuatro errores para ceder su servicio.
Minutos después, con un saque seco a 210 kilómetros por hora sobre el cuerpo del suizo, el británico se llevaba por 6-4 su primer set en una final de Grand Slam.
El segundo parcial fue un saque a saque con oportunidades para ambos de quebrar el servicio del adversario. Murray seguía mostrando más regularidad, era el que llevaba el ritmo del partido y el set parecía írsele de las manos al suizo.
Pero no en vano Federer es quien es. Con Murray sacando 5-6 y 30-30 vio la oportunidad y la aprovechó con dos puntos de jerarquía: dos toques y el set en el bolsillo.
El primero, un toque de volea de derecha que Murray alcanzó para lanzar un globo apenas fuera. El segundo, un sublime toque de volea de revés tras mover a su rival por toda la cancha. Eran las 16:02 y la final comenzaba a virar.
Entonces apareció uno de los grandes protagonistas de la historia de Wimbledon, la lluvia, que obligó a interrumpir el partido por media hora con Federer sacando 1-1 y 40-0.
El suizo volvió, ganó el punto y se situó 2-1. La final ya era otra, porque el techo traslucido filtraba la luz en forma uniforme sobre el césped, ya sin posibilidad de sombras, y el eco de la pelota llegaba hasta el último rincón de un estadio ensordecedor ante cada aplauso de los casi 15.000 espectadores.
Murray resbaló y cayó sobre su tobillo izquierdo sacando 2-3 y 40-30. El percance no fue grave, pero sí lo que siguió después, porque Federer olió sangre, Murray volvió a caerse y el juego pasó a ser una montaña rusa.
Lo tuvo Federer con una devolución de derecha invertida que erró tras un segundo saque en el quinto break point, falló también en el sexto con una devolución de revés a un segundo servicio e intentó un toque sin sentido cuando podía obtener su séptimo punto de quiebre.
Pero entonces Murray se equivocó, le entregó la pelota en una volea, Federer lo pasó de globo y el escocés, por tercera vez en el juego, terminó en el piso. Federer se situaba 4-2 y el partido tomaba un rumbo nuevo, mientras el primer ministro británico, David Camerón, mostraba su desazón negando con la cabeza desde la primera fila del palco oficial.
Fue 6-3 para Federer con un ace. La final era ya psicológicamente suya tras dos horas y 40 minutos de batalla. Murray caminaba taciturno y el público bajaba los decibeles.
Un rato más tarde, y con el británico ya sin la agilidad ni la explosividad de los tres primeros sets, Federer quebró para 3-2 con un passing de revés cruzado y se encaminó con la fuerza de una locomotora hacia lo que hace unos meses pocos imaginaban: otro título de Grand Slam, nuevos récords y la cima del tenis mundial.(DPA)