De los últimos siete partidos, Central tropezó una sola vez, en aquel recordado encuentro en cancha de Platense, que le impidió clasificar a los cuartos de final de la Copa de la Liga. El número frío no dice nada si no tiene el sustento del contexto. ¿De qué habla ese contexto? Que en los otros seis hubo cuatro victorias y dos empates. Fue, a todas luces, el mejor momento del equipo desde que el Kily González es el entrenador y lo que le valió al propio técnico afianzarse en el cargo, después de unos cuantos altibajos que lo pusieron a caminar por la cornisa. Pero el final de la temporada fue lo que tuvo otro gusto, con la dulzura que suelen entregar los buenos resultados, pero fundamentalmente con el aval y la fortaleza que entregan los buenos rendimientos. Ese tramo del ciclo fue el de mejor pulso para un equipo que antes de eso sufrió vaivenes pronunciados, que fueron de los triunfos a las derrotas sin escalas, pero que en el momento que más lo necesitó, encontró lo que durante tanto tiempo estaba buscando.
Resulta más sencillo comenzar a narrar la historia por el final no sólo porque es lo más reciente, sino porque fue esa reacción del final lo que le permitió al Kily González irse de vacaciones con cierta tranquilidad, ya habiendo asegurado el pasaporte a los octavos de final de la Copa Sudamericana. Ahora, el recorrido de eso 32 partidos sirve también para comparar lo que fueron los altibajos del inicio y la estabilidad recién en el cierre.
Es que sin ser descollante, a lo del último tramo del semestre se lo puede amurar en las antípodas de todo lo anterior. Y no tanto por los resultados, sino por la forma en la que pudo desenvolverse desde lo futbolístico, con mayor solvencia, prestancia y, básicamente, inteligencia.
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Central empezó a encontrar juego en el partido con San Lorenzo.
De esto ya se habló demasiado pero no está de más repetir que aquel punto de quiebre se dio en el partido ante San Lorenzo, en el Gigante de Arroyito, por Copa Sudamericana. Es que a partir de ese día se vio lo mejor del equipo del Kily, a excepción por supuesto del traspié contra Platense.
Tienen su costado de lógica esas presentaciones bulímicas del principio y la consolidación del final. Porque en aquel inicio de ciclo fue también el comienzo de la carrera del Kily como entrenador (sólo había dirigido un año y medio la reserva). Es decir, Central tuvo que amoldarse futbolísticamente después del largo parate por la pandemia a un entrenador que debía aprender y demostrar sobre la marcha.
Hubo chicos que aparecieron en primera, refuerzos que llegaron y que no rindieron de la mejor manera y en el medio una idea de juego de parte del técnico que costaba prender en los jugadores. Igual ese Central que viajaba de una banquina a la otra, que no entró a la Zona Campeonato, se las ingenió para ganar la fase Complementación de la Copa Maradona y llegar a la final (ante Vélez). Pero fue parte de un aprendizaje y un andar en el que el afianzamiento parecía una quimera.
Y todas las dudas que ya se habían generado se transformaron en un enorme interrogante después de aquel patético partido que Central perdió ante Boca Unidos, por Copa Argentina, en lo que fue el inicio de un período en el que el Kily se vio obligado a rendir exámenes partido tras partido. Que esa forma de vivir, loca por cierto, se haya extendido en el tiempo fue porque al técnico se le hacía imposible que su equipo hallara el ADN futbolístico.
Es probable que el equipo haya sentido la presión de respaldar al DT en más de una ocasión, pero ya ese nuevo plantel, con algunos refuerzos de jerarquía, supo erguir la figura después de algunos tropiezos importantes, después de los cuales hubo amenaza de fin de ciclo. Y lo dicho, la gran victoria ante San Lorenzo, el triunfazo en el clásico inmediato y el camino ya en tierra firme rumbo a la clasificación en Copa Sudamericana enderezó el rumbo. ¿Por qué ese cambio abrupto? Desde el cuerpo técnico consideran que el problema no era no comprender la idea, sino que hasta ahí los jugadores no habían logrado soltarse.
Un proceso nuevo, un técnico debutante y con ello un pulso que tocaba los extremos. Lo mejor del ciclo, al menos hasta aquí, fue lograr estabilizarlo.