El fútbol argentino sigue en caída libre. Continúa hundiéndose en el lodo de la improvisación dirigencial, sin un proyecto serio, con repetidos manotazos de ahogado, con un técnico como Lionel Scaloni que está conociendo la profesión y con jugadores que son figuras en sus equipos, pero que en la selección lucen apáticos y desorientados. Pero lo que ocurrió ayer en el estadio Wanda Metropolitano, en la capital española, fue la gota que rebasó el vaso porque ya no queda ni la esperanza de que Lionel Messi con su enorme talento individual pueda salvar la ropa. Y por supuesto que no es culpa de Leo ni mucho menos. Porque ayer la Pulga volvió a ponerse la camiseta albiceleste para dar una mano en este presente complicado tras lo que había sido su última participación en la Copa del Mundo de Rusia 2018 y su alejamiento tras la dolorosa eliminación ante Francia. Pero ni con el mejor jugador del mundo alcanza para matizar el desaguisado en el que se convirtió el combinado albiceleste, tanto dentro como fuera de la cancha. La realidad es que hoy ni Messi alcanza para remediar los males. Por eso Venezuela se alzó con un 3 a 1 inapelable. Es cierto que fue un amistoso. Pero lo preocupante no fue la derrota en sí misma, sino la alarmante falta de respuestas anímicas y futbolísticas de un equipo que en varios pasajes deambuló por la cancha. La camiseta argentina está devaluada al máximo, casi a la deriva, muy lejos de su época más gloriosa. Si hasta los propios hinchas empezaron a verla apenas de reojo.