Con escenografía fantasmal, la de un complejo de casas populares en Ensenada (La Plata, provincia de Buenos Aires) que el gobierno de Cambiemos dejó sin terminar en 2016, y que el actual promete apurar a toda máquina, Alberto Fernández retomó la foto completa del Frente de Todos, y la actualizó en un día difícil para su gobierno: luego del fallo de la Corte Suprema de Justicia que favoreció la pretensión del gobierno porteño por la presencialidad en las escuelas de la ciudad capital de la Argentina, en pleno pico de casos de la pandemia. Junto a Cristina, Alberto le habló directo al sector de la Justicia que actúa en tándem con los medios de comunicación dominantes y con la principal fuerza política opositora: “Nada nos hará cambiar de idea, ni un fallo ni la tapa de un diario”.
Unidad y convicciones, en un año electoral, lucieron como reacción lógica del frente político jaqueado por el poder permanente y vitalicio de los cortesanos. Sin embargo, esa sola reacción no resuelve el dilema de Alberto: el dirigente que lo desafía –y lo doblega, luego del fallo de la Corte– Horacio Rodríguez Larreta, fue hasta hace un puñado de meses “mi amigo Horacio” para el presidente. Otro tanto con la actual composición de la Corte Suprema, que supo recibir muchos elogios del propio Alberto, incluso luego de consagrarse como presidente de los argentinos. Ahora, pareciera, Alberto cae en la cuenta de que algunos presuntos amigos avanzan sin vacilaciones, por su gobierno.
Ahora que el presidente acepta que “los factores de poder en la Argentina existen y nunca nos acompañaron (al peronismo/kirchnerismo), que la cuestionaban a Cristina por sus mejores cosas”, y que “lo que ellos llaman populismo para nosotros es dignidad”, asoma una nueva narrativa del conflicto político en Alberto. Y muchos especulaban con la palabra de Cristina en Ensenada, pero Cristina no habló. ¿Para qué hablar?, si el propio presidente expresó el pensamiento de la ex presidente, no sólo en la caracterización de los poderes fácticos, y en el sujeto popular de acumulación política, sino también en el tono y dramatización del conflicto. El cristina-centrismo del sistema político argentino tuvo un punto alto en Ensenada, ella en silencio, y Alberto hablando idéntico lenguaje que la ex presidenta, que ni necesitó expresar. Tuvo quien hablara por los dos.
“¿No sentís que estás enseñándole a tus alumnos de derecho algo que no existe?”, o traducido, ¿no sentís que sos ingenuo?, confesó Alberto que le suele preguntar Cristina. Fue el matiz de diferencia que el presidente se preservó para sí, aun en uno de los días más cristinistas de su vida. Con esa confesión, en clima intimista, el presidente puso a rodar una pregunta difícil y sin respuesta definitiva para la suerte futura del FdT.
¿Que puede o debe hacer el poderoso sistema presidencialista argentino para morigerar la influencia de los poderes fácticos en las decisiones de políticas públicas?, ¿qué puede o debe hacer la Casa Rosada y el oficialismo en el Congreso para desarmar la trama opositora que domina buena parte del poder vitalicio en el Palacio de Justicia?
“Yo voy a seguir insistiendo en marcar lo que debe ser; y creo que un juez tiene derecho a querer postular a un presidente, y tiene derecho a votarlo, lo que no puede hacer un juez es usar las sentencias que tiene que dictar para favorecer a los candidatos que le gustan, eso no puede hacerlo”, elevó el tono Alberto, y arrancó aplausos de las dos decenas de funcionarios que lo acompañaron bajo el estrado.
El presidente, acompañado por los aplausos y el elocuente silencio de su vice, le apunto –no solo a la Corte– sino también al fallo judicial que favoreció al principal grupo de telecomunicaciones de la Argentina – internet, telefonía, tv por cable–, que contradijo una ley del Congreso donde se lo declara servicio público, al igual que el servicio eléctrico y el del gas, entre otros. “Tenemos en el país 65 millones de líneas de teléfonos, ¿no es eso un servicio público que el Estado debe regular sus tarifas?”, se preguntó Alberto Fernández, aplicando retórica al interrogante, para enfatizar aquello que luce como una verdad indiscutible.
En un año saturado por el estrés pandémico, la coalición gobernante se mostró unida y aguerrida, en la adversidad. Mientras mira azorada estruendosos éxitos electorales de la derecha en lugares no tan lejanos culturalmente, como Madrid. Cuando en las frentes de centro izquierda, progresistas, nacional populares (como el FdT), los componentes más dinámicos son desplazados a favor de las alas moderadas, y domina el divisionismo, el destino de fracaso parece inexorable. Alberto Fernández, parece, se quiere curar a tiempo.