La Rinconada Golf Club investigó, levantó el teléfono y convocó al mejor diseñador de canchas de golf del país que voló desde Tucumán para recorrer en Buggie, jugar y ver jugar la cancha de Ibarlucea. ¿De quién se trata? Del reconocido Frankie Bunge. ¿El objetivo? Mejorar el espacio respecto a su seguridad, estética y rendimiento para posicionar al club como uno más competitivo a nivel profesional. Si bien hoy en día ya se encuentra entre las canchas destacadas de la región, La Rinconada va por una renovación integral que realce sus prestaciones y la posicione a nivel nacional. Además, la inversión también involucra una búsqueda de mejora para los residentes del country: “Si bien el golf no es un deporte masivo, es una actividad muy acorde a las necesidades pos pandemia, la gente busca alejarse de las urbes y tener una vida más en contacto con la naturaleza. Tener un campo de golf en la parte de atrás de tu casa, es un complemento para los que eligen vivir acá”, explica Juan Carlos Sacripanti, representante de La Rinconada.
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Juan Carlos Sacripanti en el Club House de La Rinconada
Foto: Marcelo Bustamante / La Capital
El lector de la naturaleza
Frankie Bunge es tan fanático del golf que convirtió su amor por el deporte en su profesión. Nacido en Buenos Aires pero radicado en Tucumán desde joven, es un autodidacta por completo en el diseño de canchas de golf. Si bien estudio materias de arquitectura y administración de empresas, no fue hasta que remodeló una pequeña cancha que había en un campo familiar en el norte del país, que se dio cuenta que tenía una verdadera habilidad y lectura de los espacios que le permitía pensar cómo podía servir la naturaleza para crear canchas más competitivas: “El terreno natural determina el mejor campo que podés hacer. Para cada lugar y para cada espacio del terreno hay un hoyo ideal”, explica el diseñador.
Para lograr tener proyectos actuales en la costa argentina, en los viñedos de Mendoza, en las sierras de Córdoba y en el sur de Brasil, Bunge se arremangó para formarse con los mejores. Su pasión y búsqueda lo llevó a trasladarse a Estados Unidos a principios de los 2000 para trabajar en las empresas más reconocidas en el rubro. Allí se desempeñó en distintas áreas que le permitieron aprender cada secreto del negocio y también tuvo la oportunidad de ser parte de equipos de trabajo que lo llevaron a diseñar canchas en la montaña, el desierto y pegadas al mar.
Así fue cómo aprendió a explotar las características naturales de los entornos para crear canchas atractivas y desafiantes, siempre apostando a la sustentabilidad del hábitat: “El terreno natural es el que determina el estilo arquitectónico. En un lugar absolutamente plano podés ingeniártelas con distintos elementos para que visualmente haya volúmenes y se puedan crear pequeñas elevaciones o depresiones que den la ilusión de ser naturales para realizar un juego con variantes”.
Trabajando -y siempre jugando- Bunge también aprendió a incorporar las otras áreas pertinentes a la cancha de una manera estratégica para que los de afuera disfruten el juego: “La ubicación del Club House siempre es un plus que se le agrega al lugar. Se pueden armar circuitos que terminen cerca de este espacio dependiendo los objetivos comerciales y estéticos que se le quiera aportar al proyecto”. A su vez, con su experiencia, estableció una clave máxima para pensar proyectos en todos los niveles: “La cancha ideal es la cancha en la que pueden jugar los mejores profesionales y los principiantes”, asegura.
Una cancha en números
El precio de las canchas diseñadas por Bunge arranca en los 150 mil dólares por hoyo y pueden alcanzar un costo de 500 mil. Él las compara con las características que puede tener un auto: “Hay canchas que pueden estar al nivel de un auto Honda, de un Audi o de un Mercedes Benz. Dependerá de si querés que tengan tapicería de cuero o la estándar”. Frente a la consulta del suplemento Negocios de La Capital sobre cómo trabaja sus proyectos en un contexto tan inflacionario, Bunge descansa en el dólar como moneda unificada: “Como el golf se mide en yardas, el metro se cobra en dólares”, bromea. Por último, reconoce que, si bien la dificultad de conseguir productos importados afecta aspectos de su trabajo, como el uso de maquinarias, celebra que la mayoría de sus insumos se consiguen en el país donde esté trabajando.
Con esta inversión, Sacripanti espera que La Rinconada Golf Club se meta de lleno en grandes torneos, y que además los jugadores amateurs puedan usar con comodidad los 18 hoyos con los que cuenta y que, de la mano de estos objetivos, el country siga creciendo en calidad y prestigio.