Definir qué es la felicidad podría ser no sólo el comienzo de este artículo, sino también el final. Es que cuando entendemos qué es la felicidad, el resto del camino se abre solo. Y como pasa tantas veces, una pregunta formulada de manera precisa y en el momento adecuado puede cambiar el curso entero de una vida.
Vale aclarar que no hay una respuesta única sino una por cada persona (¡no te la ibas a llevar tan fácil!). Y no pienses que esta es una de esas frases prefabricadas que usamos los psiquiatras y psicólogos para salir del paso, al menos, no en este caso. Es tan real que la felicidad se ajusta al contorno de cada persona como que necesitamos del aire para vivir.
La felicidad vive en la armonía física, mental y espiritual. Se trata, más que de un suceso afortunado u ocasional, de una actitud, una disposición. Es que ninguna condición personal es garantía de felicidad. Y tampoco ninguna condición externa. Hay gente millonaria que goza de buena salud y es infeliz.
Hay personas que no tienen nada (material) y, sin embargo, tienen todo lo necesario para ser felices. Por supuesto que hay contextos que facilitan mucho y otros que entorpecen casi al punto de diluir la vocación de ser feliz. Soy algo inocente, y a veces exageradamente optimista, pero tengo claro que algunos accidentes pueden cambiar el paisaje. Más allá de esto, si bien existen determinadas circunstancias que duelen y sobre las que nada tenemos para hacer, hay algo que nunca nadie ni nada nos puede robar: la forma con la que nos paramos frente a lo que nos sucede. Aceptar, soltar, levantar la cabeza y avanzar: la paz mental es la sede de la felicidad.
Cambiar el chip
Quizás ya puedas intuir hacia dónde va esta idea casera de felicidad: no se trata de la ausencia de inconvenientes o malestar. La aceptación es un paso necesario para la felicidad. Porque si la felicidad es opuesta al sufrimiento, entonces la felicidad va a ser siempre efímera. Quizás sea por esto que la mayoría de las personas considera que la felicidad se trata sólo de momentos. Y no es que esté mal pensarlo así, sólo que me suena a "felicidad publicitaria", a placer: una foto más para el Facebook.
Prefiero considerar este término de una manera diferente, no tan vinculado al mero disfrute. La felicidad trasciende estas palabras, va mucho más allá, es tan ancha esta felicidad que sabe, incluso, abarcar el dolor.
Así, el malestar ya no interrumpe la felicidad: creo yo que hay dolores que tienen sentido de ser vividos, y cuando esto sucede, entonces no son opuestos a la felicidad. En cambio, el sufrimiento sin sentido sí es contrario a la felicidad y la bloquea.
Estoy hablando de una actitud, no de hechos externos, sino de una disposición. Por supuesto que —por ejemplo— acompañar a una persona que queremos en un proceso de enfermedad no es alegre ¡pero tiene tanto sentido!, está tan enmarcado por nuestros valores que su paso no hace más que reforzar la felicidad. La misma posibilidad de hacerlo.
De este modo me permito sumar al batallón de la felicidad a otros soldados: el esfuerzo, el sacrificio, la constancia, la espera, palabras que parecen estar siempre del otro lado. Pero no, sólo están más allá del límite de la felicidad publicitaria. Dejame decirte algo, y que quede entre nosotros, o mejor no...¡decíselo a quien quieras! ¡La felicidad publicitaria no sabe nada de qué se trata la felicidad!
Pero, ¡cuidado! Con esto no estoy diciendo que el placer no sea beneficioso. Lo es, de hecho creo que es indispensable a la hora de pensar la felicidad. Sólo digo que no son sinónimos. Así como la felicidad sabe incluir al dolor, también precisa del disfrute.
Hacernos cargo
Ser feliz camina de la mano con encontrar un sentido en la vida. Y no se trata de alcanzar algo, como si fuera un objetivo, sino de disfrutar del camino.
Es estar en la senda del sentido, ahí está la felicidad. Para esto es imprescindible conocer nuestros valores, indagar qué cosas nos movilizan: la pareja, la familia, la amistad, la salud, el prójimo, la profesión, o quizás puedan ser otros.
Y acá se esconde una trampa importante: tus valores no tienen por qué ser aquellos que "quedan bien" o suenan lindo. Y tampoco tienen por qué ser los de tus papás o tu pareja. Tomar prestados valores ajenos sin cuestionarlos y elegirlos a conciencia, es una de las formas más comunes de salirse del camino de la felicidad. Por esto, es necesario meterse con esta pregunta tan poco común, pero a la vez tan importante. Y responderla con sinceridad y profundidad. Una vez cancelado este paso, será momento de definir acciones concretas, porque los valores son abstracciones, son conceptos que quedan flotando en el aire si no los sabemos anclar a tierra.
Si un valor es "ser buen padre", entonces deberás preguntarte qué cosas hacés para acercarte a este valor, qué cosas te alejan y cómo podés mejorar la ecuación.
Una vez que nos preguntamos qué es la felicidad, ya no hay vuelta atrás: quedan desnudos todos nuestros actos, nuestras dificultades, esos lugares de comodidad de los que no queremos salir.
Y ahora, ¡hay que hacerse cargo!. A veces cuesta trabajo ser feliz, sí, por más paradójico que suene. Y el trabajo es interior, mental y espiritual. Tengo el profundo deseo de que las pocas líneas de este artículo hayan servido para sacudirte, para animarte a cambiar, para revisar qué entendés por felicidad y reconstruir este concepto. Porque no es una palabra más: es una de esas que nos definen, que orientan nuestra vida. Ni más, ni menos. No creo que sea conveniente quedarse quieto en un lugar que no elegimos sólo por miedo o pereza. Ser feliz depende de una actitud, una disposición que es independiente de todo lo externo. Ser feliz depende de vos.
Para tener en cuenta
• Dar lugar al dolor con sentido.
• Realizar actividades que sean placenteras en sí mismas.
• Valorar el ocio, comprender cuán útil es.
• Mantener diálogos internos positivos.
• Fomentar el optimismo, la esperanza.
• Aprender a aceptar lo que no se puede cambiar, compasivamente.
• Valorar lo suficientemente bueno.
• Buscar lo trascendente, el camino espiritual, el cuidado de los demás.
• Comprometerse con lo que se hace.
• Saborear las experiencias, lo cotidiano.
• Saber soltar.
• Transformar los hechos positivos en experiencias positivas.
(*) Médico psiquiatra y psicoterapeuta