Gastón López viaja nada más que con el viento. No porque esté solo, de hecho siempre lo acompaña su perra Ancla y a veces otras personas se suman a su aventura. Viaja con el viento porque va a bordo de un velero que depende de la corriente de aire para dirigir su rumbo. Así llegó a Recife, costa del norte de Brasil, tras navegar unos cinco mil kilómetros desde que partió de Rosario el 26 de marzo de 2023. Después de trabajar once años como ingeniero electrónico en la General Motors, decidió zarpar y hoy se prepara para representar el único equipo argentino que a fines de septiembre participará de una regata oceánica de 600 kilómetros, la más importante de América del Sur.
"Al principio era un sueño y con el tiempo fue un proyecto", cuenta Gastón, de 38 años, en una charla a distancia con La Capital. "Fue un proceso largo. De sueño a plan, a proyecto, a tener todo listo. Y una vez que tenía todo listo poner fecha límite. Porque si no lo seguís postergando".
"Poder tomar la decisión implicó superar miedos. Pero mi mayor miedo era que algún día me arrepienta de no haberlo intentado", asegura. Son más de 5 mil kilómetros los que lleva navegando, pasó por tormentas, momentos de soledad, percances técnicos, pero de todas las adversidades pone una por encima del resto: "La parte más difícil fue navegar la costa de Rosario por última vez. Pensando en todo lo que allí estaba dejando".
"Pero después comienza la aventura", agrega. Con Puxador, su barco de unos diez metros y medio preparado con todo tipo de tecnología para navegar de manera segura, partió desde Rosario en marzo del año pasado a tres días de dejar su trabajo. Lo acompaña su perra Ancla, de unos 4 años y medio, a quien conoció en las islas del Charigüé frente a Rosario. Fue en 2020, cuando durante la pandemia de Covid 19 pasó tres meses en su velero anterior. "Nunca supe de donde vino, los isleños de la zona no la conocían. En el agua parecía una nutria, hasta que subió a la costa, se sacudió y se acercó moviendo la cola".
Cuando zarpó desde Rosario no hubo despedida, prefirió ir saludando de a poco a sus allegados. De ese momento guarda una foto que le tomaron desde el Parque España, cuando partía por el Paraná río abajo hacia Buenos Aires. Desde ahí siguió por el Río de la Plata hasta Uruguay, para continuar por el océano Atlántico hasta Brasil.
Historias a bordo
El conocimiento sobre el mundo se expandió de la mano de navegantes que arriesgaban su vida para corroborar o derribar los mitos y leyendas con los que se había comenzado a narrar la historia. Lo que hoy se conoce como el continente americano comenzó a contarse hace seis siglos de la mano de los cronistas de Indias que describieron los cruces del Atlántico y los descubrimientos durante las conquistas .
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Más acá en el tiempo piezas literarias de una excelencia envidiable se construyeron a partir de historias en mar abierto. Desde Moby Dick o El viejo y el mar, o el reportaje Relato de un náufrago. Gastón cuenta que a él lo inspiró la aventura del navegante uruguayo Eduardo Rejduch de la Mancha, narrada en Hasta donde me lleve el viento, el libro que cuenta sus 25 años sobre los mares en un velero de 8 metros.
“Ese libro fue un poco una inspiración. De que no se necesita un gran barco o mucho dinero. Supongo que eso fue una semilla que se me plantó. Al principio era un sueño. Con el tiempo fue un proyecto”, cuenta. Desde su salida de Rosario y hasta que llegó a Recife pasó por situaciones de todo tipo. Recuerda una de las zonas más complejas para navegar: “El trayecto más largo que hice sin tocar tierra fue desde Río Grande do Sul, Brasil, hasta Imbituba, cerca de Florianópolis. Fueron unos 600 km, tardamos casi 4 días en total, navegando sin parar día y noche, e íbamos navegando a 100 km de la costa”.
Uno puede imaginarse que en mar abierto los días pueden parecer más largos y que acecha el aburrimiento, pero Gastón lo relativiza: “Generalmente, no tenés mucho tiempo libre. Cada tanto toca acomodar las velas, corregir el rumbo, verificar la posición en la carta. Luego cocinás, comés, lavás los platos. También es común que se rompa algo entonces buscás las herramientas para intentar arreglarlo”. Pasar los días en un barco también incluye tareas cotidianas: “Cocinás, comés, lavás los platos, tomás unos mates, lavás algo de ropa a mano si hay sol para aprovechar que se seque”. “La caña va siempre con señuelo, si tenés suerte pica, entonces traés el pez, lo limpiás, lo guardás en la heladera”, dice y cuenta que ha sacado caballas, atunes y dorados de mar.
También hay tiempo libre: “En los momentos que estoy tranquilo y no se precisa hacer nada me gusta contemplar el mar. Con suerte ves ballenas y delfines. Siempre trato de estar despierto en los atardeceres y amaneceres. A veces leo, también a veces escribo, relatando la navegación. A veces toco la guitarra, o hago videos con la cámara que luego me lleva buen rato de edición”.
Viajes compartidos
Gastón describe un barco muy preparado: “No solo están las velas y poleas y cabos para maniobrar, el barco tiene un motor diesel, sumado a los distintos instrumentos y piloto automático para navegar y también al equipamiento para la vida a bordo: bombas de agua potable, bombas de achique, canillas, inodoro, heladera, ventiladores, calefacción, iluminación, sonido”. “También tiene cocina con horno. Entonces tenés que saber un poco de todo. Gasista, plomería, mecánica, electricidad, electrónica, costura porque a veces hay que reparar velas o lonas, carpintería”.
La mayor parte de este tiempo la pasó acompañado, porque siempre hay alguien que se suma a sus caminos. “Tenés que tener algo de conocimiento de primeros auxilios y tener un buen botiquín a bordo. Es común tener algún golpe o corte mientras estás navegando. La gente también a veces se descompone por el movimiento del mar”.
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Como una forma de subsistencia hace travesías y ofrece los lugares en el velero para otros navegantes. Una de las próximas será hasta el Caribe, durará unos 12 días y lo hará con personas que quieran realizar la experiencia completa o por tramos. Destaca que no se requiere experiencia previa pero que "tampoco es un viaje de placer”. “Es una experiencia de navegación en mar abierto, con olas, tormentas, navegando de noche”.
La regata más grande del continente
Esa será también la clave de la regata oceánica a la isla Fernando de Noronha, hacia donde zarpará desde Recife el 28 de septiembre. Navegarán 100 veleros, unos 500 kilómetros durante tres días, y Gastón representará el único equipo argentino que integrará con un grupo de tres amigos que lo contactaron para acompañarlo: tienen unos 70 años y dos de ellos son navegantes. “No vamos por la competencia en sí. Mi barco está preparado para vivir a bordo, no para competir. Vamos a hacer la experiencia”.
“Algunos días miro para atrás y pienso en todo lo que navegué. Nunca estuve tan lejos de Rosario como hoy. Ese es el precio que se paga. Alejarte de tu ciudad, tus seres queridos, tus amigos, tu cultura. Yo elegí arriesgarme, cumplir mi sueño”, dice Gastón. Al mirar hacia adelante, prefiere no planificar tanto: “Voy dejando que las cosas fluyan, ver para dónde me lleva el viento”.