Juan Pablo Pautasso camina por una ciudad a la que por momentos le cuesta reconocer. Aunque es rosarino, confiesa que tres años y un mes después de haberse ido a vivir con su novia a una isla algo desolada de Brasil encuentra cosas que lo sorprenden. "Las avenidas nuevas, los colectivos, esos patrulleros azules que andan por todos lados". Es la primera vez que vuelve y, más allá de cierta perplejidad, la visita al lugar al que alguna vez perteneció le sirve para confirmar que él y su pareja no se equivocaron cuando decidieron cambiar de vida. "Nos fuimos a alcanzar un sueño, a cambiar nuestro estilo de vida, y creo que lo conseguimos", afirma.
Pautasso y Carolina Pereyra residen desde julio de 2016 en Vila do Abraão, una antigua villa de pescadores que hoy es el epicentro de un destino turístico a escala global. Abraão es el único poblado de Ilha Grande, un paraíso natural ubicado en el Atlántico, al sur de Río de Janeiro. Allí, en un lugar donde ni siquiera hay autos, ambos montaron una pequeña empresa que ofrece recorridos en kayak a los viajeros del mundo que visitan la isla. El más atractivo demanda seis días de viaje y permite dar la vuelta alrededor de la isla. Para ellos es un trabajo, pero también el estilo de vida que buscaban cuando se fueron a emprender esa aventura.
Pautasso creció en el barrio Casiano Casas. Sus padres tienen allí una ferretería desde hace 35 años. Desde chico le gustó la vida al aire libre y sobre todo el río. Cuando ya iba al colegio Boneo, en Arroyito, se hizo socio del club Náutico Sportivo Avellaneda. En esa época empezó a remar en kayak. Nunca más dejó.
A veces faltaba al colegio porque cruzaba el río y se quedaba a pasar la noche. Volvía con olor a humo y la misma ropa del día anterior. Ya sabía lo que escucharía:
"Pautasso, ¿otra vez te quedaste a dormir en la isla?", le preguntaban los profesores.
A los 18 años entró a trabajar en la empresa Rosario Bus. Era empleado en la administración. Se ocupaba de armar los horarios de los choferes y los recorridos de las unidades. "Era un buen empleo", recuerda. Pero él aspiraba a otra vida. "Yo quería salir del sistema", repite una y otra vez a lo largo de la conversación.
Ya había protagonizado varias aventuras. A los 16 años, él y varios amigos ("Mauro, Charli, Pablito, Martín, Lisandro y Fabián") bajaron en kayak por el río Paraná desde Puerto Iguazú hasta Rosario. Fueron 35 días de un viaje que considera inolvidable. Después harían lo mismo por el río Uruguay desde los saltos del Moconá, en la selva misionera, hasta Concepción del Uruguay. Más adelante hubo otros periplos por el Delta y el Río de la Plata. "Llegué hasta la isla Martín García", cuenta. Mientras remaba por esos ríos imponentes Pautasso iba madurando un proyecto sin siquiera darse cuenta.
Con Pereyra (es de Fray Luis Beltrán) se conocieron, cómo no, en un escenario natural. Fue en 2009, en una isla frente a Rosario. Ya no se separaron. Ella es kinesióloga y atendía un consultorio propio, pero pronto descubrieron que compartían el mismo sueño: querían alejarse de la ciudad y vivir más en contacto con la naturaleza.
En 2012 se fueron de vacaciones a Ilha Grande. Allí, rodeados de un entorno de belleza increíble, remaron en kayak, hicieron senderismo y se enamoraron del lugar. Todavía no lo sabían, pero habían dado un paso más hacia el sueño que los unía. Cuatro años después volverían a ese destino. Esta vez ya no sería de vacaciones.
El viaje a la aventura
Pautasso no le contó a nadie cuáles eran sus planes. En su trabajo se enteraron cuando renunció."Recuerdo ese día como uno de los mejores de mi vida, no porque fuera un mal lugar para mí, sino porque me sentí liberado", dice. Un día después del Día del Amigo de 2016, él y Pereyra cargaron los kayaks en un trailer, lo engancharon a la camioneta de un amigo que se ofreció a llevarlos a Brasil y partieron. Tardaron tres días para llegar hasta Ponta Leste, cerca de Angra dos Reis. Y desde allí remaron en sus kayaks hasta la isla. "Ese día empezó la aventura", cuenta.
Alquilaron un departamento, pero no pasó mucho tiempo hasta que pudieron comprar un barco en desuso. Pautasso se puso a arreglarlo y al mes y medio la pareja se "mudó" allí, donde vive ahora. Más adelante él reparó el motor y ahora la embarcación ya surca las aguas que bañan las costas de Ilha Grande.
En paralelo, armaron un pequeño negocio en la playa, el de los paseos en kayaks. Lo hicieron con las nueve embarcaciones que se llevaron desde Rosario. "Son fabricadas acá", dice él orgulloso. Pronto empezaron a tener clientes. Hoy la actividad le abre nuevas puertas, como ser instructor de remo. Y no disimula que eso lo entusiasma.
"Ahora, cuando recuerdo cómo ocurrió todo, pienso que fue un poco una locura", se sincera. Y añade: "Daba miedo empezar el camino, pero había que arriesgarse y salió mejor de lo que esperaba".
Hoy, Pautasso y Pereyra recorren las bellezas naturales de Ilha Grande varias veces al año. Hacen paseos de un día hasta lugares cercanos a Abraão o dan la vuelta a la isla: son seis días y cinco noches en los que turistas de todo el mundo sólo se dedican a disfrutar del entorno y la aventura. Ellos reman, los conducen a pie por senderos selváticos y los acompañan a zambullirse en playas casi siempre solitarias, muchas veces vírgenes, inevitablemente bellas. Se ganan la vida con eso y hacen lo que les gusta.
"Es como estar en una película, sólo que es verdad", reflexiona.
Dice que no extrañan su vida anterior y que él y Pereyra ya son parte de la isla. "Estamos integrados, tenemos amigos y la pasamos bien", cuenta. Pero Pautasso tiene más sueños. Uno de ellos es comprar un barco más grande que el que ahora le sirve de hogar. Su objetivo es ambicioso: "Quiero dar la vuelta al mundo".
Cuenta un diálogo recurrente con la novia, un año menor que él (35 y 34 años). Subidos al barco donde viven, remando en kayak o internándose a pie en los senderos de la isla, el intercambio se repite cada tanto:
— ¿No te parece un sueño todo esto?— pregunta alguno de los dos.
Es fácil imaginar la respuesta del otro.
Esta semana Pautasso pudo darse un gusto rosarino. Una tarde fría, pero soleada, se subió a un kayak y se lanzó a remar por el río marrón. Un rato después de volver a tierra firme le envió un mensaje de WhatsApp al cronista, y también una imagen. La foto era una bella postal del atardecer en la zona de La Florida.
La frase decía:
—Me había olvidado de lo lindo que es remar por el Paraná.