Vivir, enseñar, aprender en el barrio ya se ha vuelto algo difícil. En la misma manzana de Empalme Graneros donde funciona la Escuela José Ortolani —la misma en cuyo frente, el año pasado, tres chicos de 13, 9 y 7 años terminaron baleados— también está el Jardín de Infantes Nº 296. A la institución asisten unos 185 nenes de hogares humildes, que hacen lo que pueden para sortear situaciones de violencia cotidiana. A los docentes y porteros no les va mejor: cuando no son robos son arrebatos, y si no, es la venta diaria de droga en la puerta misma del jardín. Ayer le tocó a la directora, Silvia Altavilla, que no llegó ni a entrar cuando fue arrastrada y salvajemente golpeada por un chico "de no más de 14 años" para robarle la cartera, que se le había enredado. El personal escolar intenta ingresar y salir en grupo. Ya no saben qué hacer para que seguir enseñando no les ponga en juego la vida.
Tanto la escuela Ortolani como el mismo jardín han sido blanco reiterado de robos y vandalismo. La última vez que le ocurrió al jardín fue en octubre pasado, cuando le llevaron la PC, un DVD, el televisor, los ventiladores, material didáctico y todo lo que los ladrones encontraron dentro.
Cada tanto, también, hay peleas donde, según cuentan los docentes, aparecen armas blancas y tiros. La droga surge en los relatos como protagonista ubicua: está en todas partes y es telón de fondo en la mayoría de los conflictos.
Pelearla. Para que LaCapital entrara al jardín, poco después del mediodía, una portera abre cuidadosamente la puerta. "Una le pone muchas ganas a esto, peeero...", dice la empleada, Cristina Benítez, mientras camina rumbo a la dirección.
Adentro está Altavilla, con el brazo inmovilizado ya y agarrándose la cabeza. Sin melodrama, pero con susto, rabia, tristeza, impotencia y también dolor.
Poco antes de las 11, Silvia llegó hasta la esquina del jardín, de Cullen entre Génova y Juan B. Justo. Estacionó el auto por Génova y llamó a su vice, Gabriela Pedretti, para que fuera a buscarle unas carpetas mientras ella esperaba al mecánico porque su vehículo se había averiado.
No tuvo tiempo de nada más. Súbitamente un chico "flaquito y de no más de 14 años" se le colgó de la espalda para arrebatarle la cartera. Ella trató de dársela, pero la correa se le enredó. El pibe, fuera de sí, la tiró al piso y la arrastró casi 50 metros, pasando su cuerpo incluso por encima del cordón, lo que le provocó fuertes golpes en la cabeza, el hombro, el codo, la espalda y una pierna.
Lo paradójico —tampoco una novedad— es que arrebatos como éste tienen al personal de las dos escuelas como víctimas frecuentes y a ex alumnos como victimarios.
El personal ya no sabe "cómo entrar ni cómo salir" del jardín: trata de hacerlo en grupo. "Y si después de las cinco y media, cuando ya cerró la Ortolani, queda un chico en el jardín porque los padres se olvidaron de retirarlo, lo que nos entra es pánico; el lugar se convierte en tierra de nadie", abunda otra docente, Mariel López.
Altavilla dice que la violencia es "diaria" y la droga —que "está haciendo estragos en el barrio", afirma— se vende en la mismísima puerta del jardín: ya no saben a quién recurrir. El Ministerio de Educación está informado de la situación "por vía jerárquica". También sabe lo que ocurre la policía, que ayer llegó "al instante". Pero así como llega, después se va.
En la manzana quedan, inermes, las dos escuelas, su personal, una comunidad educativa deshilachada. Que se solidariza con las maestras, pero vive aterrorizada de los dealers del barrio.
"No nos peguen"
En la puerta externa del jardín un cartel reza: “A los chicos de la sala de cuatro no nos gusta que nos peguen”. Y sigue así: “A mí me pegan con la mano”, “a mí con el cinto”, “a mí con la varilla”, “a mí con el chicote”. Y termina: “Nos duele mucho. Queremos que nos hablen y nos den penitencia”.