"Soldado argentino solo conocido por Dios". Esa fue la leyenda que durante más de tres décadas identificó las tumbas de los muertos en Malvinas; esas donde madres, padres, esposas, hijas e hijos, hermanas y hermanos rindieron homenajes sin certeza de que el cuerpo sobre el que lloraban fuera el de su propio muerto. "La frase es fuerte en sí misma, pero sobre todo ese «solo por Dios» marca el desconocimiento y la inacción en la que se mantuvo el Estado en estos casi 40 años de no hacer nada para poder identificarlos", afirma Virginia Urquizu, antropóloga social e integrante del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) que participó del proyecto humanitario que permitió, justamente, la identificación de 115 de los 122 cuerpos enterrados en el Cementerio de Darwin. Remarca que en esa deuda están los nombres, pero también las historias de esos soldados y el relato que de ellos hacen aún sus familiares, esas palabras que ella relevó de sur al norte del país durante meses con el objetivo de que una vez por todas cada uno pudiera llorar con certeza frente a sus muertos.
Es por ese vínculo que la leyenda sobre las tumbas, ese gesto humanitario que tuvo el ex coronel británico Geoffrey Cardozo tras recuperar y enterrar a cada uno de los cuerpos de los soldados argentinos muertos, tiene para la antropóloga otra dimensión a cuarenta años del inicio del conflicto, con 115 identificaciones realizadas y entregadas personalmente a cada una de las familias con las que se sentó entre 2012 y 2017.
El afán de reconstruir historias
Las de los soldados de Malvinas no fueron las primeras historias que Virginia reconstruyó. En la previa a su ingreso al EAAF fue parte del Archivo Biográfico Familiar de Abuelas de Plaza de Mayo y esa experiencia fue clave para su entrada al equipo en 2007.
"Ahora coordino la Unidad de Casos y estoy encargada del trabajo con familiares, entrevistas e investigaciones no solo en desaparición forzada de personas, sino también en lo que fue el proyecto Malvinas y otras misiones a nivel nacional y latinoamericano", dice como carta de presentación.
En el proyecto Malvinas estuvo desde el día cero. "Fue en 2012 cuando se conforman los equipos y se pone en marcha la búsqueda de familiares, una etapa difícil porque no había aún un acuerdo diplomático entre Argentina e Inglaterra", recuerda.
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Virginia Urquiza, al centro, entrega a los familiares de los soldados muertos en las islas los expedientes con el resultado de la identificación de los cuerpos.
Gentileza Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).
Ese año, la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunció el pedido de colaboración al Comité Internacional de la Cruz Roja a partir de un reclamo recibido de un grupo de familias que requerían la identificación de los cuerpos de los soldados argentinos enterrados sin nombre en las islas. "Esa fue la piedra de toque", cuenta la antropóloga.
"Era entendible que en ese momento las familias tuvieran dudas porque al inicio les decíamos que técnicamente el trabajo de identificación era posible, pero que el acuerdo no estaba y eso no era más que una nueva incertidumbre después de 30 años", señala.
Así y todo, entre 2012 y 2016, cuando se rubricó el acuerdo, el equipo capacitado por la Cruz Roja y que integraba Urquizu junto a representantes del Estado -agentes de los ministerios de Justicia y Desarrollo Social, la secretaría de Derechos Humanos y la Escribanía de la Nación- siguieron encontrándose con familiares, relevando las historias de los soldados y tomando muestras de ADN que permitieron más tarde las identificaciones.
"Los dos temores de la familias era que no se concretara o que los cuerpos fueran trasladados al continente, algo a lo que ellos no querían que sucediera porque entienden que los cuerpos de los soldados en las islas son guardianes de la soberanía y allí deben quedar", apunta.
Más allá de esas dudas, aunque pocos, hubo quienes no avanzaron incluso con el acuerdo cerrado. "Hay familias para las que el tema está saldado y para nosotros la familia es la que pone el límite más allá del derecho a la verdad y a la memoria histórica", deja en claro.
Llegar a tiempo
El acuerdo diplomático permitió que en 2017 un grupo de especialistas viajara a las islas entre junio y agosto para llevar adelante el trabajo técnico que significaba la apertura de las 121 placas con la leyenda colocada por Cardozo y que eran las que entraban dentro del convenio internacional.
"La misión fue montar una morgue temporal en el mismo cementerio que permitiera hacer el trabajo sin trasladar los cuerpos y haciendo las pericias técnicas necesarias y tomando las muestras óseas que serían luego analizadas en el laboratorio del equipo en Córdoba para luego reinhumar los cadáveres en el mismo día", relata Virginia sobre la meticulosa labor realizada "de acuerdo a todos los protocolos que existen respecto del tratamiento digno de los cuerpos".
Cada mañana, de acuerdo a las condiciones climáticas, se determinaba sobre cuántas tumbas se podría trabajar. El apuro de Virginia, con los años que habían pasado para lograr los acuerdos internacionales, era otro: tener los resultados lo más rápido posible para poder entregarlos a las familias, sobre todo a los padres y madres que esperaban.
"Una vez que los teníamos, los expedientes te quemaban en las manos para entregarlos", cuenta la antropóloga que reconoce además el temor de que esos padres y madres murieran en la espera y sin resultado.
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Además de saber donde están enterrados sus familiares, en algunos casos, padres, madres, esposas e hijos pudieron recibir elementos personales encontrados junto a los cuerpos de los soldados caídos.
Gentileza Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).
Una vez hecho el trabajo y obtenidos los resultados, solo en las primeras tres jornadas se citaron a más de 80 familias que habían dado sus muestras de ADN en el Archivo General de la Memoria, donde recibieron el informe con la notificación y la identificación de su hijo, hermano, padre o esposo muerto en la guerra.
"Ese es un momento central, donde el Estado cumple con el compromiso de entregar a esas familias un resultado sea el que sea, es decir haya identificación o no", destaca Virginia y agrega: "Estamos hablando que personas que habíamos entrevistado en 2013 y cuando llegamos en 2017 muchos padres y madres ya no estaban, sus muestras nos habían permitido el trabajo y por eso el tiempo, cada día, era crucial y queríamos hacerlo lo más rápido posible".
Volver a las islas
De las 115 identificaciones logradas, un número que el EAAF considera "enorme", no todas se entregaron en Buenos Aires. Virginia viajó personalmente a localidades del Chaco, Catamarca, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero a entregar la documentación personalmente y en sus domicilios a las familias y en algunos casos hasta objetos personales que los soldados tenían al momento de su muerte. Incluso en Colonia Pando, Corrientes, había no solo una familia, sino todo el pueblo esperando.
Las historias que más recuerda son las entrevistas justamente a esos padres y madres, pero también "a esos hijos que muchos eran bebés o estaban en la panza de su mamá cuando su padre murió" en Malvinas.
El segundo paso, quizá el más "explosivo", como ella mismo lo llama fue acompañar en 2019 a esas familias en el viaje humanitario donde por primera vez pudieron pararse frente a la tumba de sus muertos con la certeza de quiénes eran.
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Miembros de la Cruz Roja Internacional trabajan sobre el mapa de las tumbas en Cementerio de Darwin en las islas.
Gentileza Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).
"Fue un cierre para esas familias de un proceso de búsqueda y de la posibilidad de un duelo, para nosotros como equipo poder ser parte de esos viajes fue una condición, porque el acompañamiento a esas madres, padres, esposas e hijos lo consideramos primordial en todo el proceso", relata.
Es que llegar al Cementerio de Darwin y a esas tumbas con nombre y apellido les había llevado más de 30 años. "Fue una explosión de emociones en muy pocas horas", recuerda sobre lo que significó estar junto a ellos en ese proceso, aunque también reconoce esa fibra personal que se movió viendo los nombres de cada uno de los 115, donde podía reconocer cada historia, esa que ella misma había junto a los seres queridos ayudado a reconstruir.