Tiene 91 años y enseña castañuelas en el taller Alma de Madrid, del Club Español, donde cautiva a sus alumnos con técnicas y sabiduría. Va y viene en colectivo, prepara las presentaciones y toca en los geriátricos. Osiris Quirós tiene una historia que engarza arte y espíritu, en una especie de don sutil que brinda a los demás. Cuando ejecuta, su garbo se expande, extiende sus brazos, adelanta un pie, suelta un repiqueteo que inunda el salón y su alma vuela.
A los cinco años, desde el paraíso del rosarino teatro Colón, en Corrientes y Urquiza, aplaudió con fuerza una escena de la ópera La Sonámbula, de Vincenzo Bellini. La soprano cruzaba un puente, dormida, cantando un aria; la atmósfera casi irreal lo cautivó de tal modo que interrumpió con sus palmas el silencia del público. Su familia tuvo que dejar la sala, pero en él había cuajado una alianza con la música que aún hoy, da sentido a su vida.
"Mis padres disfrutaban la música clásica así que conocí todos los teatros de Rosario, desde los tres años asistí a óperas, ballet, solistas y conciertos", explica Osiris. Así escuchó al cantante lírico Beniamino Gigli, al tenor italianoTito Schipa, Arthur Rubinstein lo cautivó con el piano y el ballet ruso Los Cosacos del Don, lo deslumbró. Y sólo a modo de ejemplo.
Tomó las primeras lecciones de guitarra con Máximo Argüelles, pero la vida le impuso un paréntesis hasta los 18, cuando se reencontró con el instrumento en forma autodidacta. "De ahí ya no paré", dice con orgullo casi de épica, por su carrera de solista, en música clásica española y "alguna cosita de folclore como el Estilo Pampeano de Abel Fleury.
"Un desahogo del alma, una comunicación con la gente bastante profunda, me daba cuenta de que había una conexión espiritual muy profunda con el público que asistía a mis interpretaciones", explica y pide disculpas por si fue osado en mensurar el vínculo. Esa sensación de plenitud al interpretar la música, será por siempre su gratitud a la vida.
Cuando a los 19 años tuvo su primera actuación en el teatro Colón, sintió que era "lo mejor que le podía haber pasado". Después fue solista en distintas compañías, siempre de música española y un día hasta se animó a una coreografía y agregó la danza flamenca a su virtuosismo en las cuerdas.
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Foto: Marcelo Bustamante / La Capital
Viajes
En el año 59 dejó Rosario y comenzó un viaje iniciático que arrancó en Mar del Plata, siguió en Pasos de los Libres, Corrientes, donde pasó años dando clases y donde se acercó a un movimiento masónico de conocimiento espiritual y ayuda al prójimo. Allí también participó del carnaval con el diseño artístico de carrozas "algo que jamás hubiera imaginado", y de donde aún recibe muestras de afecto a través del teléfono.
El viaje siguió con actuaciones en televisión y teatro en las principales ciudades de Brasil, mientras "elevaba el grado espiritual". Después siguió en California mientras comenzaba el movimiento social de los años setenta, para regresar a Rosario, para cuidar de su madre Rochel, mientras daba clases de guitarra.
Con 80 años, llegó al Club Español donde durante seis, trabajó con Cecilia González Pastrana. En el mismo sitio y desde 2012 a la fecha, enseña castañuelas en el Centro Madrileño. "El hombre siempre necesitó replicar sonidos que oía de la naturaleza", afirma y ubica el origen de las castañuelas en la noche de los tiempos, "cuando se hacían sonar dos huesitos, entre los dedos, que daban el repique característico".
Osiris guarda sus castañuelas, casi como ceremonia, en un estuche, después de posar para las fotos, mientras repasa los "toques" de este instrumento de percusión y dice que en la música le gusta el "contratiempo, dejar pasar un compás y tomar el otro, sin perder los tiempos y sin interferir en los toques de los demás".
En marzo cumplirá 92. Mientras tanto, todos los lunes va y viene en colectivo, desde Rondeau al 4000 hasta el Club Español, para dar clases a cuarenta mujeres y un varón, con quienes se presenta en Colectividades.
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Foto: Marcelo Bustamante / La Capital
>> Atesora su vida en un gran álbum
Osiris es alto, delgado, flexible, de largos brazos y manos casi se diría ad hoc para la música. Es cálido, casi discreto para el diálogo que, sin embargo, deja ver una vida interior tan inefable como el enorme álbum que la atesora, a través de fotos, recortes de diarios, programas de actuaciones y grupos de alumnos.
A los 18 años construyó la casa para su madre con sus propias manos, sin ser albañil y la llenó de plantas y mascotas, hasta llegó a tener cisnes en un espejo de agua que hizo en el extenso terreno de Agüero al 4200. "Todo lo que el camino me presenta yo lo tomo, y siempre hay algo que me ayuda", dice convencido de una ligazón con la trascendencia. "Cuando alguien necesita mi oración, me llama, y lo hago con el apoyo de los Angeles Superiores. Gabriel, Rafael, Uriel y Miguel, los que sin yo saberlo, siempre me cuidaron", afirma.
Cursó la primaria en la Escuela Ciudad de Rosario, Córdoba y Crespo, y pudo hacer sólo un año en el Nacional Nº 1, porque la prioridad fue el trabajo. A los doce comenzó como limpiavidrios de una mueblería y siguió en distintos oficios y changas durante largo tiempo para ayudar a su madre y hermanos. "Pero siempre aparecía el arte y hacía más suave la vida", comenta.
Un desayuno de cereales le dan cada mañana "la energía suficiente" para organizar el día que pasa entre las tareas hogareñas y su jardín, mientras suena la voz de Gigli, "en la versión más dulce de Una Furtiva Lágrima". Un mundo etéreo y eligido, donde vive, sueña y proyecta.
María Caavaca, Ana María Abalos y Dorita Pagan son alumnas de la primera hora, cuando un jovial Osiris, de 86 años, proponía la alegría de las castañuelas. "Cada lunes, nos regala una hora de arte que nos dura toda la semana, esa es la verdadera razón por la que venimos cada semana, es un artista, no necesita enseñar, uno sólo lo sigue, con eso te cambia", afirmaron.
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Foto: Marcelo Bustamante / La Capital