El Palacio Vasallo, lugar donde funciona el Concejo de Rosario (Córdoba y 1° de Mayo), era la casa de un renombrado cirujano que la donó al municipio y está llena de historias misteriosas y curiosidades. El edificio histórico donde funciona el brazo deliberativo del gobierno local tiene rincones con mucho para contar en clave oculta. Sótanos secretos, fantasmas, morgues y quirófanos donde hoy se reúnen los ediles conforman algunas de las anécdotas que guardan las paredes de la intrigante mansión que mira al Monumento.
Vasallo fue un reconocido médico de la ciudad y además tenía grandes campos y gustaba de hacer donaciones a entidades benéficas. Nacido en Entre Ríos en 1874, estudió en Buenos Aires y París, y se radicó en Rosario en 1898. Fue cirujano jefe en el que luego sería el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez, y coleccionista de arte. En 1911 hizo construir la inmensa casona con el modelo de petit hotel, y la llenó de lujos. Aún sobreviven vitraux, candelabros, pisos, aberturas y muebles originales, todos traídos de Europa.
Es un edificio lleno de recovecos, escaleras y puertas invisibles, como las de las películas, que se abren sólo cuando una persona se apoya en el punto correcto de la pared. Este diseño era adrede, para permitir la circulación de la enorme cantidad de personal que trabajaba en la casa. Cuando cae la noche, y el lugar queda casi vacío, todo se vuelve tétrico. Las maderas crujen, comienzan los ruidos inesperados y misteriosos. Hay policías que no quieren hacer el horario nocturno. Otros se acostumbran a las molestias.
Los que más quieren hablar de estos hechos que ponen los pelos de punta son los trabajadores. Los concejales, salvo excepciones, son más pudorosos para compartir lo que vivieron o escucharon. El código de etiqueta intelectual de la política no permite discurrir en historias paranormales, quizás porque perciben que les puede restar seriedad a su perfil. Pero algunos se animan, y tienen relatos increíbles.
Espectros
Los empleados más antiguos hablan del fantasma del dueño de casa, un espíritu que da vueltas por los pasillos hostigando a los que permanecen cuando todos se van. Los episodios son muchos y suceden hace años: teclados que suenan en habitaciones en las que no hay nadie, baños en los que una mano invisible hace vaciar los depósitos de agua, ascensores que suben y bajan sin que nadie los opere, golpes fantasmales que llaman a puertas, pasos ectoplásmicos en escaleras o el angustiante sonido de una mujer llorando.
“Una tarde nos estábamos yendo, y volví a mi oficina a buscar mis pertenencias. Al llegar a la puerta de la habitación, que es vidriada, vi pasar a través de la cortina la sombra de un hombre en traje negro. Pensando que era un compañero, golpeé y nadie contestó. Abrí, y la habitación estaba vacía. Dejé mis cosas y las luces prendidas, y me fui muerta de miedo”, cuenta una empleada del Concejo que trabaja allí hace más de una década.
En el primer piso estaba la casa del médico y su esposa, Edelmira Quintana. Y en la planta baja funcionaba la clínica. Algunos dicen que el cirujano operaba en lo que los planos designan como salón comedor, que era su quirófano. Otros aseguran que era un lugar de internación, una especie de terapia intensiva. Hoy es el salón de los acuerdos del Concejo, donde se hacen las reuniones parlamentarias en la que se discuten los temas que se debatirán luego en el recinto. Nadie podría negar que allí se sigue operando.
También en la planta baja, pero en otro sector, se esconde un subsuelo del que poco se conoce, y que volvió a abrirse porque se están haciendo refacciones. Cerca del ingreso por pasaje Tarrico, justo abajo de donde funcionaba la cocina, una tapa de metal resguarda el acceso a una escalera de ladrillo. Por ahí se ingresa a una habitación que funcionaba como depósito o despensa, y ahora aloja la cisterna.
La visión de la escalera es espectral. Un magnetismo tenso, invisible e inexplicable repugna pero a su vez invita a bajar. No hay salidas a túneles que alimenten el mito del contrabando por la cercanía del río, pero personal de mantenimiento sostiene que sí se encontraron en otras secciones cuando se hizo la gran restauración que comenzó hace 7 años, aunque las bóvedas fueron tapadas. Este dato es un trascendido y no pudo constatarse.
No es el único subsuelo. Cerca de la puerta principal hay una puerta de madera con peldaños para descender. Era una habitación subterránea que funcionaba como morgue. Allí iban los cadáveres de los enfermos que morían en la clínica hasta que eran enterrados. Hoy sirve de depósito de mercadería. Pero no fue el único lugar donde hubo cadáveres: en el hall principal se veló por lo menos a tres personas a través de los años.
En lo que era la sala de música, hoy funciona la presidencia. El salón tiene una acústica increíble hecha solo con la arquitectura: quien se para en el centro, debajo de una inmensa araña de iluminación, escucha la reverberación de su voz, como si se tratara de un retorno natural. La historia cuenta que doña Edelmira utilizaba la habitación para cantar y tocar el piano cuando invitaba a tomar el té a integrantes de la alta sociedad rosarina. En la casa también solían hacerse bailes y fiestas. Por ejemplo, desde el balcón de esa habitación, en 1925, dio un discurso el entonces presidente Marcelo T. de Alvear.
Otro de los lugares curiosos está en la terraza, donde hay una cúpula redondeada que funciona como oficina, y que Edelmira usaba para meditar y relajarse. Es un sitio interesante, porque tiene una visión circular hacia todos los puntos de la ciudad. Cuando no había lugar en los pisos de abajo, allí se ha enviado a algunos concejales, en algunos casos a modo de “castigo” y en otros por propia elección para que armen su despacho en ese extraño y aislado lugar. Es que esos sitios se negocian, y si hace falta se los defiende atrincherándose cada vez que se renuevan las bancas.
Traición
Se cree que el enojo del fallecido podría deberse a que no respetaron su último deseo. Vasallo y Quintana nunca tuvieron hijos, pero sí vivían con ellos dos sobrinas que habían llegado a Rosario a estudiar desde Entre Ríos. Los bustos tallados de los cuatro lucen en el salón principal. El cirujano llenó la casa de objetos artísticos, con la intención de crear el Museo Vasallo. Tras la muerte de su esposa y sin herederos, al fallecer en 1943 dejó su casa y su pinacoteca al municipio.
Sin embargo, el Concejo Deliberante, en una controvertida jugada, subastó la mayoría de las obras en 1951, mientras el resto quedó en el edificio y otras en el Museo Histórico Provincial Julio Marc. Lo curioso es que parte de los trabajos para acondicionar las instalaciones se financiaron con lo obtenido de la subasta, que tuvo como uno de sus principales compradores al propio gobernador de la provincia por aquel entonces.
Era la primera vez que el Concejo Deliberante tenía un edificio propio. Antes funcionaba en el Palacio de los Leones, donde los ediles sesionaban en un ámbito contiguo a la oficina del intendente, situación que no garantizaba mucha transparencia.
El Concejo se mudó a este lugar y en 1952 inauguró en forma simbólica el nuevo recinto. El edificio está catalogado como patrimonio histórico de la ciudad. Cuando se construyó, no estaba el Monumento a la Bandera (1957) ni el parque. Tenía una vista espectacular al río, en un lugar privilegiado y era una construcción de mucha categoría con entrada y salida de carruajes, con salones para tertulias y dormitorios para huéspedes.
El edificio fue sometido a remodelaciones entre 2016 y 2017. Se ordenó un estudio de infraestructura y recursos, para finalmente modernizar el recinto de sesiones, recuperar pisos, mobiliario y objetos de valor patrimonial, además de reconstruir la fachada, restaurar la cúpula y reacondicionar oficinas internas y espacios de reuniones. Pero nada parece haber pacificado el alma de Vasallo, que sigue rondando por los rincones de su mansión, amedrentando a quien se encuentre desprevenido.