Las actividades en la isla continuaron su curso en el medio de dos desafíos: una de las bajantes más prolongadas de la historia y la pandemia de coronavirus. Es así que tanto la escuela como el dispensario también cambian hábitos y se readaptan al entorno.
Javier Hereñú (53) es docente de la Escuela Leandro N. Alem y trabaja con todos los grados, desde nivel inicial a tercer año del secundario. En el medio del Charigüe, alrededor de las 15, sólo se escuchan las respuestas que les da a sus alumnos y los pasos que da de un aula a otra, donde están repartidos los chicos.
Vive de lunes a viernes en la isla y los fines de semana pega la vuelta a Victoria, de donde es. La bajante y la pandemia lo encontraron en una situación de doble desafío: “Este año empezamos a tener presencialidad, pero es complicadísimo venir para los chicos que les queda más lejos”.
La matrícula actual de la escuela es de 16 alumnos y se trabaja en dos burbujas. Regularmente van 12 alumnos porque, cuenta Javier, “cuatro no pueden llegar a la escuela por embarcación y tampoco caminando, porque las distancias son muy extensas”.
A raíz de esto se implementaron métodos para trasladarse que eran habituales, como los caballos, hasta algunos que no eran para nada cotidianos en el Charigüe, como la bicicleta y, algunos pocos, en cuatriciclo. “Eso no existía acá”, asegura el maestro.
Los que no pueden llegar, se van manejando por teléfono con el docente: “A veces vienen una vez por semana, tratan de llegar como pueden, y se llevan las actividades a la casa. Y por teléfono los voy guiando”.
Javier también se ve perjudicado para llegar. Un trayecto que antes le demandaba menos de tres horas ahora se extiende hasta más de cuatro en algunos casos, y con más gastos.
“De manera normal, me bajo en el peaje del puente, me pasa a buscar la mamá de uno de los alumnos y, por el Paraná Viejo, tardo menos de tres horas. Pero ahora tengo que irme hasta la terminal de Rosario, me tomo un remís o un colectivo de línea hasta la guardería centro y me vengo con el papá de otro alumno, con la policía o el médico, y en algunos tramos hay que ir muy despacito. Son más de cuatro horas”, detalla.
El recorrido desde el puente, con niveles normales de agua, no dura más de 15 minutos. Pero ahora, en caso de bajarse en el peaje, tiene que dar toda la vuelta por el lecho más ancho del río, “porque el Paraná Viejo y La Lechiguana están secos y pasan a ser 45 minutos”. “Si sigue bajando, vamos a tener que dejar la embarcación más lejos y venirnos caminando”, agrega.
El esencial de la isla
Por su parte, el médico Remilly Molini (63), que vive hace 35 años en la zona de las islas y es quien se encarga del dispensario del Charigüé, dice: “Caminar forma parte de vivir acá”.
Una de las maneras que aprovechan los isleños que viven lejos del dispensario para ir a atenderse son los viajes para ir a llevar a los chicos a la escuela, que está a menos de cincuenta metros del centro de salud. Y comenta que las consultas por teléfono se volvieron indispensables.
En plena pandemia hizo un seguimiento por su cuenta de cada uno de los contagiados en la zona del Charigüé. Cuenta que además de notificar a la provincia de Entre Ríos, él mismo se iba comunicando con las familias periódicamente: “Los conozco a todos. En general, en la zona del Charigüé estuvieron todos bien. Sólo hubo un fallecido”.
“Hace muchos años hubo una bajante importante y el canal se secó totalmente. Teníamos que dejar las lanchas en la entrada del Charigüé, y ya acá manejarnos en bici, caminando, en moto o como se pudiera”, recuerda, para finalizar: “Desde que se dragó, se mantuvo un calado y aunque bajó el nivel del río, siempre hubo agua. Ahora, la situación es bastante extraordinaria”.