"Poder estudiar es tan hermoso", dice Lucía Hamui, mientras pasa la mano por el diploma del secundario, casi como acariciando la cartulina. Hace pocos días, la mujer, de 82 años, se graduó con honores en la Escuela de Enseñanza Media para Adultos (Eempa) Nº 1.147, de Italia al 1200. Un lugar donde, dice, encontró maestros y profesores que más que su edad valoraron su independencia y su deseo de mejorar su calidad de vida. Y no fue la única.
"¿Hay otra más grande que yo?", pregunta incrédula Norma Esteban, de 77 años, quien también obtuvo a fin de noviembre su título secundario, ella en la Eempa Nº 1.306, de Ayolas al 500. "A mí, la escuela me salvó la vida", dice, antes de empezar a contar su experiencia que, confía, "le puede servir a otros".
Para su profesores, ambas mujeres son "ejemplo" de muchas cosas: de empeño, de empatía y de alegría. "Es un caso atípico para estos tiempos", dice Mónica Sanz, directora de la escuela de zona sur donde cursó Norma. Y sigue: "Hizo un esfuerzo grande y nunca bajó los brazos". Dos valores no muy cotizados por estos días.
Ambos docentes promovieron esta crónica.
Volver a empezar
Lucía es la hija mayor de una pareja de trabajadores del barrio Agote. Cuando estaba en quinto grado de la primaria su mamá se enfermó, tuvo una depresión severa, y ella se quedó a cargo de su cuidado. Dejó la escuela para permanecer junto a su madre y cuando la mujer mejoró, no retomó sus estudios. Tenía 11 años y empezó a trabajar, sirviendo el té en la casa de unos vecinos.
Después pasó la vida, se casó, tuvo dos hijos, Andrés y Cecilia, siguió trabajando hasta los 69. Pero siempre, dice remarcando el siempre, le gustó estudiar. "Cuando mis hijos hacían la tarea, yo me sentaba con ellos e intentaba seguirlos", recuerda.
Así que, ya de grande, y acompañada por una amiga, empezó a buscar dónde podía completar la escuela. En 2018 se anotó en la primaria, cursó dos años, los aprobó y obtuvo el pase al secundario. En 2021, cuando perdió el miedo a salir que le dejó la pandemia de coronavirus, se anotó en el secundario. Y en noviembre tuvo su graduación.
"Aprendí de todo, en la primaria Guillermo y Mónica Escudero me enseñaron como nadie. En la secundaria me encantaban las clases de sociales y de inglés", dice y asegura que en el Eempa volvió a vivir la escuela como si fuera una niña. "Fue una enseñanza maravillosa, unos profesores de lujo, todos una maravilla", destaca.
Si bien las imágenes del fin de curso aún son cercanas. Lucía dice que ya extraña la escuela. "Lo que más me gustaba era el cursado. Llegar ver a mis 20 compañeros, todos más jóvenes, tomar mate, festejar los cumpleaños, compartir la comida. Los profesores nos daban permiso porque veían que estudiábamos igual. Yo llevaba tortillas, supremas, berenjenas en escabeche. Los chicos sándwiches de miga caseros, pizzas hechas en casa", recuerda.
Y lamenta que los docentes no tengan el reconocimiento social que se merecen. "Cuando el gobierno cuestiona a los maestros me duele mucho, porque los maestros no son así. Uno ve cómo trabajan, que vienen agostados de otros lados, porque enseñan en dos o tres escuelas. Son un ejemplo los maestros", detalla.
Una segunda oportunidad
En la provincia existen 337 escuelas secundarias para adultos, que reciben alumnos mayores de 18 años que no pudieron terminar el nivel medio. En total, suman 21.570 estudiantes. En Rosario, los establecimientos son 42, con 4.264 alumnos matriculados, según datos del Ministerio de Educación santafesino.
Mónica Sanz es la directora de la Eempa Nº 1.306, dice que sus alumnos "raramente" superan los 50 años. "Tener alumnos que llegan a los 80 no es frecuente, pero cuando los recibimos son un ejemplo de energía, de asistencia y de tenacidad, sobre todo para los más jóvenes que rápidamente bajan los brazos, porque quieren todo rápido, todo ya", dice.
Esa convivencia es parte de las escuelas para adultos. "Tenemos un equipo de docentes que acompaña muchísimo, fortaleciendo a los alumnos para que se puedan sostener. Todo se va superando en el día a día, entre todos", remarca.
Respecto de Norma no ahorra elogios. "Es superatenta, cariñosa, entregarle el diploma fue conmovedor. Siempre buscaba ayudar, llevaba adelante al grupo y fue superando cada obstáculo que se le presentaba. Se la va a extrañar", afirma.
La escuela salvavidas
"A mí la escuela me salvó la vida", cuenta Norma Esteban. La mujer venía de acompañar más de diez años de la enfermedad de su pareja que hace cuatro años la dejó viuda y con un fuerte sentimiento de soledad. "Estaba muy encerrada, me tiraba mucho en la cama. Pasé mucho tiempo así. Hasta que mi hija me dijo que no podía estar más así, que tenía que hacer algo", explica.
Fue su hija quien le propuso terminar la escuela. "Me dijo que me acompañaba a anotarme, ella ya tenía todos los papeles y yo sólo pregunté cuándo empezaba. Una secretaria me contestó: «Ahora». Me dio una carpeta y una birome y me acompañó al salón", recuerda.
Igual, reconoce que dudaba, que le parecía que no iba a poder, que le daba vergüenza, que no sabía cómo se iba a desenvolver en medio de un grupo formado por jóvenes. Ninguno de esos temores se cumplió: "Todos los días esperaba ansiosa el momento de ir a la escuela. Como terminábamos después de las 22, mis compañeros me acompañaban a mi casa. Encontré una gran familia, la escuela es algo muy especial".
Norma dejó la escuela ni bien terminó la primaria para estudiar peluquería. Abrió un local en su casa. Y crió dos hijos que aportaron a la familia cuatro nietos y dos bisnietos. Dos de sus nietos, Tamara y Eric, terminaron la secundaria este año; unos días antes que su abuela.
Ahora Tamara va empezar Medicina y Eric el profesorado de matemática. Norma en cambio quiere empezar a escribir, aún no sabe si cuentos, una novelita corta o memorias. Lo que vaya haciendo se lo mostrará a su profesora de lengua.
Diplomas y honores
"Mi lema fue: persevera y triunfarás, y lo logré", celebra Norma. Cualquiera agregaría que lo hizo con creces: terminó con un promedio de 10, el día de su graduación fue abanderada y recibió un diploma por su asistencia perfecta.
En noviembre, la Eempa cumplió su 50º aniversario y a ella la invitaron a soplar las velitas y le encargaron el discurso del acto. "Había muchos profesores, gente del Ministerio de Educación, pero yo le dediqué el discurso a mis docentes y mis queridos compañeros. Les dije que estaba muy agradecida por estos años. Y les recomendé que estudien, porque es hermoso". Así de sencillo, así de potente.