En general, cuando hablamos de la educación de adultos, pensamos automáticamente en los estudios superiores (terciarios o universitarios) sin tener en cuenta que aquí también deben incluirse otras modalidades, como el primario (Cenpa), secundario (Eempa) y los Cecla. En la actualidad cuentan con una matrícula importante que ha ido aumentando geométricamente desde 1983. Me gustaría detenerme en las Eempas (Escuela de Enseñanza Media para Adultos), que fueron desde sus inicios —y continúan siéndolo— un ejemplo pedagógico de inclusión para los adultos que no pudieron concluir sus estudios secundarios.
A nivel latinoamericano la educación de adultos tiene su origen en las concepciones freireanas sobre la educación popular. En los años 60, la existencia de un contexto internacional que sostenía políticas desarrollistas dio lugar a programas nacionales de alfabetización, con centros educativos fijos y móviles en todo el país, con un currículo flexible para adecuarse a las necesidades de los adultos. Estas políticas pueden interpretarse como antecedentes para la creación de la Dirección Nacional de Educación de Adultos, en 1968. En 1970 se establecen los Centros de educación media para adultos (Cens), que se abren por convenios con organizaciones laborales, sindicales, religiosas, barriales y con planes de estudio que intentaban vincular la escolarización con aspectos de la vida de los estudiantes adultos ligados a esas instituciones.
Fueron retomadas, explícitamente, durante el gobierno peronista iniciado en 1973. La Dirección Nacional de Educación de Adultos (Dinea) se propuso la transformación de la modalidad, con una explícita preocupación por vincular el proyecto educativo con los lineamientos de una educación popular. Lo fundamental es que por primera vez desde el Estado se promovieron prácticas político-pedagógicas que tendieron a recuperar el saber de los grupos sojuzgados y se distanciaron del discurso dominante hasta ese momento, de descalificación de los sujetos destinatarios de la educación de adultos y de sus prácticas, experiencias y saberes.
Aquí en Santa Fe se originó un recorrido independiente, motivo por el cual el 8 de noviembre de 1973 la Legislatura santafesina sancionó la ley 7.100, que establecía la ejecución en forma experimental de los primeros bachilleratos libres para adultos mayores de 21 años. Esta ley fue sancionada en sintonía con la propuesta nacional de bachilleratos libres (resolución 1.850 del Ministerio de Educación de la Nación). Sin embargo, la gestión provincial de ese entonces, en especial el Servicio de Enseñanza Media, Superior y Técnica a cargo del profesor Fernando Prieto, le imprimió algunas características particulares. Las mismas se orientaron con los nuevos paradigmas circulantes sobre la educación del adulto, como modalidad diferenciada frente a la educación de los jóvenes e incluyeron formas específicas para el cursado, dictado de clases, abordaje y exposición de los contenidos, el material de estudio, los lugares de enseñanza.
Este proyecto resultaba novedoso por una variedad de elementos que quedaban reflejados en la ley 7.100, que en su artículo 2º aclaraba que “el ensayo no se traduzca en la simple reducción del currículum o los programas, sino que se atienda a una real adecuación a los objetivos de la educación del adulto”. Es por ello que los primeros bachilleratos libres, se abren en locales gremiales, religiosos e instituciones barriales. La idea era que la escuela debía ir a donde fuera necesaria, debía también adecuarse a las necesidades comunitarias de los sectores más postergados. Por eso, las sedes de los bachilleratos no se conciben como escuelas sino que son centros de aprendizaje, y las clases no se dictan sólo en edificios escolares, sino que se abren en diferentes espacios.
A nivel latinoamericano la educación de adultos tiene su origen en las concepciones freireanas sobre la educación popular" El éxito de estos bachilleratos fue sorprendente, testigos de la época remarcan que las aulas estaban repletas de grupos etarios heterogéneos de 30, 40, 50 y hasta 70 años. Gente muy grande que estaba muy agradecida porque podían ir a un lugar y la gente del pueblo se empezaba a conocer.
Sin embargo, los bachilleratos libres no estuvieron exentos de los vaivenes políticos de esa época. Las presiones comenzaron en 1975, los cambios de funcionarios motivó un seguimiento casi obsesivo sobre estos espacios, que se sintió entre directivos y docentes. El gobierno cívico militar de 1976 en Santa Fe no se animó a cerrarlos debido a la llegada que habían tenido en la población. Pero sí comenzó una lenta reestructuración. El 20 de diciembre de 1976, el gobernador militar Jorge Desimoni firma el decreto 4.297, donde transforma el bachillerato libre para adultos en bachillerato acelerado para adultos. Además se reestructuró su funcionamiento, su régimen de cursado pasó de libre a regular con asistencia y fijando su plan de estudios. Sumado a esta transformación, el despido de los docentes y directivos que habían participado de la experiencia anterior.
Borrar la memoria
Las diferentes administraciones educativas provinciales entre 1976 y 1983 persistieron en su obsesiva idea de borrar cualquier recuerdo de la experiencia nacida en 1973, y el 13 de febrero de 1980 el decreto Nº 369, en su artículo 2º, dice: “Los actuales centros de bachilleratos acelerados para adultos se denominarán en lo sucesivo escuela de enseñanza media para adultos”. Estos cambios se encaminaron a homologar los bachilleratos para adultos con la educación media formal, en simultáneo con un cambio en su composición poblacional y etaria.
A partir de 1983, con el retorno a la democracia, las Eempas fueron cumpliendo un rol educativo que intentó rescatar esas ideas bajo las cuales fue creado: “Que el ensayo no se traduzca en la simple reducción del currículum o los programas, sino que se atienda a una real adecuación a los objetivos de la educación del adulto”. Si bien los tiempos han cambiado, la presencialidad de las escuelas de adultos ha ido ocupando un lugar importante en el panorama educativo santafesino.
Si se considera que la escuela logra sus propósitos cuando retiene a los alumnos (lo que no significa que sea el único), el éxito se asocia con permanencia. Uno de los consensos existentes en educación de adultos es que los alumnos, a diferencia de lo que sucede en otras modalidades, no son “cautivos” de escuela, al no estar obligados por leyes y familias. El crecimiento geométrico de la matrícula habla del éxito de las Eempas. A poco de cumplir 50 años de existencia, la modalidad ha demostrado su fortaleza, y su permanencia demuestra a las claras la necesidad de que el Estado cubra y asegure un derecho fundamental: la educación en igualdad de condiciones para todos y todas.