La tranquilidad de la mañana se rompió con un fuerte ruido proveniente de la planta baja. Tan sonoro, que Lito y su mujer, junto a sus dos hijos más chicos (Micaela estaba en el colegio), escucharon el estruendo desde el noveno piso. Por ello, el hombre bajó y se encontró con una gran nube blanca y un ruido ensordecedor parecido al de la turbina de un avión.
En segundos, el hombre volvió a su departamento, le dijo a su esposa que llame a los bomberos y comprendió que el tiempo no les alcanzaba para bajar y salir del edificio. "Ella llegó a decirle a los bomberos que todo iba a explotar", rememora.
Por intuición, lo primero que hizo fue despertar a sus hijos y colocarlos en un lugar estratégico de la casa para ponerlos a salvo. Además, corrió los muebles de lugar, alejándolos de las puertas y de las zonas por donde pasaban las cañerías de gas.
Antes de finalizar su propio operativo y poder guarecerse junto a su familia, Lito se acercó a la cocina para constatar si había "cerrado algunas cosas". En ello, se hicieron las 9.38. Y se desató la peor tragedia que la ciudad recuerde.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
La explosión
Incapaz de oponer resistencia alguna, Lito sintió cómo la puerta de entrada de su departamento golpeaba contra su cabeza. Luego, abrió los ojos y se encontró dando vueltas en el aire. La puerta siguió su camino y arrancó el enrejado del balcón, que terminó incrustado en el edificio de enfrente.
Por la onda expansiva, él apareció en el departamento del vecino luego de atravesar las paredes de una habitación, un baño y un ante baño. "Estaba vestido y la explosión me desvistió; cuando todo pasó, tenía un pedazo de pantalón y otro de remera", describe.
Las consecuencias del impacto fueron fracturas en costillas, en tobillo derecho y quemaduras por la onda expansiva. Sin embargo, volvió a su departamento a revisar el estado de su familia. "A Ignacio no le pasó nada, pero mi hija quedó apretada entre una pared y una cucheta y a mi señora la saqué de abajo de los escombros", detalla.
La preocupación se hizo presente cuando la familia no encontraba lugares para salir y el fuego, el calor y los gases se apoderaban del ambiente. En ese interín, entró un bombero por el balcón que quiso bajar a Lito primero, pero él le pidió que, antes, bajara a sus hijos.
"Sentí cómo la puerta de entrada me golpeó en la cabeza. Cuando abrí los ojos, estaba dando vueltas en el aire"
"La salida la tuvimos que hacer desde el balcón de mi vecino al balcón del edificio de al lado. Había que pasarse del noveno de un edificio al noveno del otro, con un metro de diferencia entre ellos, agarrados de las manos y heridos", recuerda.
Lito no pudo pasarse por sus heridas y tuvo que bajar los nueve pisos por las escaleras: "Me quisieron bajar a cococho, pero la espalda de quien me ayudó me apretaba las costillas y no podía respirar. Tuve que bajar caminando con el tobillo fracturado".
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Una moneda en el cuerpo
Ya evacuada, la familia Fernández tuvo destinos diferentes: Lito fue al Hospital de Emergencias Clemente Alvarez (Heca) donde estuvo un mes y medio; Laura al Sanatorio Parque durante una semana; igual cantidad de tiempo pasó Noelia en el Sanatorio de Niños e Ignacio estuvo por un día en el Hospital de Niños Víctor J. Vilela. Micaela, en tanto, se enteró de todo por las noticias cuando salió del colegio y se quedó con Sol, una amiga de la familia.
Dónde había estado su familia fue algo que el mecánico se enteró a los tres días de la explosión, cuando despertó en la terapia intensiva del Heca luego de haber pasado por el quirófano: al salir del edificio, ninguno de los cuatro sabían a dónde iba el otro.
"En terapia, me despertaba y siempre tenía una voz al lado que me decía «quedate tranquilo, tu familia está bien» y me volvía a desmayar", afirma. Pasó dos semanas en ese sector, el mismo tiempo que tardó en reencontrarse con su familia, y fue trasladado a la unidad de quemados del Heca durante un mes.
En diferentes cirugías a las que se debió someter luego de la tragedia, a Lito le sacaron del cuerpo trozos de madera, pedazos de vidrios y hasta una moneda que tenía incrustada.
Si bien reconoce que quedó "fisícamente bien", a pesar de algunas cicatrices levemente visibles en su rostro y de tener aún pendiente una operación en el oído derecho ya que convive con un zumbido constante como consecuencia de la explosión, Lito afirma que le costó mucho tiempo recuperarse en lo psicológico.
Con la excepción de un poco de ropa, la familia Fernández perdió todo. Pero, lo que más duele, es la pérdida del hogar: "Nos sacaron la esencia de nuestro hogar. Todo lo que lo conformaba, lo perdimos y lo hicimos de una manera trágica".
La madrugada del mismo día de la tragedia, Lito había terminado de arreglar su departamento tras arduos días de trabajo. Se acostó a la una de la mañana tras colocar los últimos zócalos nuevos y ver la reluciente mano de pintura en las paredes, trabajos de una renovación integral de su vivienda.
"Todo eso duró nueve horas: a las 10 del mismo día, ya no tenía nada", se lamenta.
Laura, en sintonía con su marido, agrega: "Perdimos todo. Nuestros vecinos, lo cotidiano del barrio. Nos arrancaron nuestro hogar". Ella, además, perdió a su abuela: María Esther Cuesta, de 92 años, vivía en el 3º B del edificio.
Secuelas
A raíz de la tragedia, Lito tuvo que cerrar su taller y vivió junto a su familia en un cuarto en la casa de sus padres durante dos meses. Luego, pudieron alquilar un departamento en bulevar Oroño y Brown donde vivieron un tiempo hasta mudarse a su actual vivienda.
"Fue difícil volver al barrio. Yo no podía salir a la puerta", cuenta Lito, que añade que al momento de sus caminatas para rehabilitar su pierna salía hacia el lado del río pero "nunca para el lado de Salta".
A eso, se sumó la dificultad para conciliar el sueño: "Estuve tres meses sin dormir. Me dormía media hora, una hora como máximo y hasta iba a la pieza de mis hijos y los despertaba para ver si estaban respirando".
De a poco, los chicos también tuvieron que luchar tras la explosión con la ayuda de un "trabajo hormiga" de sus padres. Según cuentan Lito y Laura, Ignacio dejó de hablar y al escuchar la sirena de los bomberos corría a esconderse debajo de la cama.
Además, a Noelia tuvieron que operarla por un coágulo que se le formó en la cabeza a raíz de un golpe que, además, le provocó hundimiento de cráneo.
"Hay heridas que se curan con el tiempo, pero hay heridas más profundas que tardan un poco más en sanar", considera Lito. Una buena reflexión de alguien que fue protagonista de una tragedia que Rosario nunca más quiere volver a vivir.