De la época en que los hombres insultaban o piropeaban por igual a las inspectoras de tránsito a ahora han cambiado muchas cosas. Desde la proporción de mujeres que ejercían entonces y cumplen hoy esa función en las calles de Rosario hasta su atuendo, una evolución con que un sociólogo de la moda se haría un picnic con sólo ver la alternancia de uniformes que apuntaban a masculinizarlas o a resaltar su feminidad. Actualmente, ellas suman 124 y representan el 40 por ciento de la planta de policía de tránsito, repartición que en los dos últimos ingresos por concurso incorporó a una mayoría de mujeres: de 60 vacantes, cubrieron 40. Según el director de Tránsito, Gustavo Adda, que las define como menos corrompibles, la tendencia es irreversible y ubica a Rosario entre las ciudades con mayor cantidad de inspectoras, esas que cada vez más demuestran no tener ni un pelo de "zorras".
Adda cree que la creciente participación de las mujeres en las tareas de control sobre el espacio público —especialmente en las áreas céntricas, una "marca local"— obedece, en principio, a que se capacitan previamente y eso les otorga buen puntaje en los concursos.
Ese desempeño se verifica en la calle. "Diría que como funcionarias asumen un compromiso aun más fuerte que los varones", arriesgó, además de que suelen ser "más eficientes, transparentes y menos corrompibles". Sobre ese punto tan crítico y sensible para las áreas de inspección, Adda aseguró es "casi nulo el registro de reclamos por el proceder femenino".
Por el contrario, en las calles las mujeres se muestran "audaces, rectas y valientes", lo que hace que rara vez aparezcan conductores dispuestos a "cancherearlas". Una situación "excepcional", afirmó.
Natalia Agüero (44), que es policía de tránsito "infante" y camina el microcentro desde hace casi tres años, cuenta a La Capital que la relación con los varones al volante es, paradójicamente, menos complicada que con sus pares. "En realidad tenemos más conflicto con las mujeres que con los hombres: ellos en general se muestran más respetuosos y sensibles en el trato, mientras que las conductoras suelen ser más agresivas, nos faltan el respeto o nos insultan, incluso de una forma muy vulgar siendo que somos del mismo género", se quejó la inspectora.
Esa realidad, dijo, la deja perpleja. "Porque todo el grupo nuevo de mujeres que entramos a Tránsito tratamos de no ir al choque, sino de prevenir y persuadir", explicó. Una tarea mucho más ligada a la "concientización y la educación vial" (no sólo para conductores, sino también peatones) que a la mera confección de actas por infracción.
En el tiempo que lleva en la calle, sólo una vez intentaron sobornarla para frenar una multa. "Intuyo que a los hombres les resulta más difícil tratar de coimearnos a nosotras, con sólo vernos me parece que dan por sentado que no vamos a prestarnos", opinó.
Entre hombres, ese intento parece más fácil. Pero tratar de coimear a una mujer supone otros riesgos.
Jessica Muñoz (31) atribuye las situaciones que se viven en el tránsito a un "fenómeno social más transversal", que es el "creciente empoderamiento" de las mujeres. Lo que no significa que "no falte mucho camino por recorrer".
"Pero realmente creo que en los últimos años tomamos cada vez más control de las situaciones, aparte de que si se viven momentos complicados en la calle después tenemos la posibilidad de charlarlo en la repartición", comentó.
Casi medio siglo
El desembarco de las mujeres en la Dirección de Tránsito data de los 70 y su presencia en las calles para dirigir el tránsito de 1972, cuando se creó la llamada Brigada Femenina.
Una representante de la vieja guardia (no por edad, sino por antigüedad) es Ana María López, de 51 años y 28 dedicados a tareas preventivas y de fiscalización del tránsito en la ciudad.
Cuando ingresó a la repartición, en el 90, las agentes de la División Femenina todavía usaban pollera y tacos y debían recogerse el pelo en rodete, usar un sombrerito y maquillarse.
"Ha habido grandes avances de las mujeres en la repartición", cuenta, en un proceso sostenido de "unificación de tareas con los hombres hasta igualarnos".
Muestra de esa paridad es que hoy todos usan el mismo uniforme, ropa cómoda y unisex: borcegos, pantalón cargo, camisa, buzo y campera con franjas reflectivas. Nada de varones ataviados al estilo Swat, ni de mujeres enfundadas en minifalda y botas altas.
La rutina laboral de Ana María pasa por ayudar a ordenar el ingreso y egreso de alumnos de una escuela céntrica que tiene una complejidad: enfrente hay una comisaría y un sindicato, por lo que el ritmo y la densidad del flujo vehicular son sumamente intensos.
"Tengo que hacer muchas tareas a la vez, entonces soy directa y concisa, pero al mismo tiempo establezco acuerdos con los conductores, muchos son papás y mamás que vienen a dejar a sus niños a la escuela y hay que balancear el cumplimiento de la norma con los horarios y las responsabilidades", afirmó.
La capacidad parta atender a distintas cosas en simultáneo fue otra virtud que rescató Adda entre las chicas de Tránsito. Para algunos sólo un mito, para otros una diferencia neurológica, para el resto un resabio del mandato patriarcal, como la multifunción doméstica.