—¿Qué te dijeron tus padres?
—Mis viejos están separados. Hablé primero con mi viejo porque lo veía. Yo sabía qué iba a experimentar. Me dijo que no viniera, que no valía la pena, pero yo seguí adelante con lo que me decía el corazón. Entonces me dijo que me cuidara y que no iba a estar tranquilo hasta que volviera. Y mi mamá se puso loca y me dijo que no iba a ir a ningún lado. Al final le dije una mentira piadosa, que me iba por un trabajo como voluntario pero que no iba a estar en el frente de batalla, pero todo se destapó, se puso loquísima y me dijo que volviera ya mismo. Reaccionó como cualquier madre.
—Uno entiende a un joven que se anote como voluntario para combatir en Malvinas, pero le cuesta más comprender que lo haga por una guerra tan lejana, que se desarrolla en otro continente ¿Qué te llevó a combatir en Ucrania?
—Tengo dos respuestas. Una muy personal: porque me quería probar hasta dónde podía llegar como soldado, decidir hacer algo más grande y ver cómo reaccionaría en una situación de estrés. Y la segunda: por la libertad, tengo esos ideales, odio a las personas que hacen el mal y apoyo siempre al más débil, al que no puede defenderse. Es un teatro de operaciones para pelear y hacer un bien al apoyar a un país contra otro que cometió crímenes de guerra, violaciones, ejecuciones y que sigue bombardeando ciudades civiles para sembrar el terror. Estoy peleando contra el mal.
—¿Cómo es un día en la guerra?
—La guerra es cambiante. Hay días muy tranquilos que se hacen largos porque no pasa nada y hacemos vida de cuartel con los compañeros, nos reímos, limpiamos las armas. Hablo un poquito de inglés que aprendí aquí, muy básico, siempre en el grupo hay un hispanohablante, aunque en el combate no hace falta saber mucho el idioma. Pero las cosas no tienen término medio: o son muy tranquilas o en 20 minutos son un caos. Es muy aburrido o muy intenso.
—¿Cómo fue tu primera misión?
—Ahí te jugás la vida. Hicimos una misión de evacuación. El Humvee (vehículo blindado) nos dejó en un punto. Eramos cinco: dos ucranianos, un brasileño, un español y yo. Caminamos por un sendero de un bosque hasta la 7 u 8 de la tarde, cuando ya era casi de noche y se oían las bombas lejanas, pero en un momento escuchamos unos tiros, nos agachamos y ahí me cayó la ficha de la guerra, porque hasta entonces era la colimba. Nos pasamos de largo del búnker (que es un pozo de zorro bien hecho), así que decidimos pasar la noche en ese lugar del bosque porque no había llegado el equipo de ingenieros que detectan las minas y marcan las zonas con cintas blancas. Allá (en Argentina) el soldado marcha de noche para no ser visto, pero acá no podemos porque los campos están todos minados.
—¿Cómo era el escenario que atravesaban?
—Ese día estaba amaneciendo y caminábamos en fila, separados por seis o siete metros, por precaución por las minas, por un bosque todo bombardeado, con tiros de metralla en los árboles, lleno de cadáveres de soldados ucranianos, con un olor a pólvora mezclado con el de la sangre seca, que no me lo voy a olvidar más. Llegamos a una pendiente en bajada y subida de unos 20 o 30 metros donde nos tiraron con un RP6 (una especie de bazooka) y una ráfaga, por las que nos quedamos tirados por la explosión, y apareció un drone (con una cámara), que zumbaba como una abeja. Para mí el drone nos vio y nos dieron el aviso de evacuación de los compañeros heridos.
—¿Cómo fue la acción de rescate de un compañero herido por la que te condecoraron?
—Ese amanecer salimos del bosque donde dormimos y el comandante se equivocó de camino. Yo iba último, con el español delante mío. Estábamos subiendo y de repente apareció un tanque, que disparó. Al español lo acostó por la onda expansiva de la explosión y a mí me dejó de rodillas. El compañero cayó y empezó a gritar que lo ayudara. Entonces pensé: lo dejo ahí tirado y voy a llevar ese cargo de conciencia toda la vida o vuelvo, lo saco y lo cargo, pero me juego la vida porque sabés que te van a tirar. Entonces fui a sacarlo porque tenía un montón de ramas y un tronco encima. Le corté la mochila y pude cargarlo. Volvía y cayó un tiro de mortero muy cerquita, que es como si te dieran un patadón en la espalda. Entonces nos metimos en unos pozos, donde empezaron a caer algunas bombas, una de las cuales le pegó a una mina, que explotó. Tiene un ruido especial. Fueron 15 minutos, pero me parecieron toda la mañana. Hasta que los dos llegamos al búnker y me desmayé. Después de eso nos reíamos entre compañeros y nos mandaron a otro punto.
—¿Qué les dijeron cuando volvieron a la base?
—Que nos habían visto. Los del primer grupo murieron todos por un disparo de obús. Ellos (los enemigos) esperaban que llegarámos, pero como el jefe se equivocó, nos salvamos. Es la suerte de la guerra. A la semana me dieron una medalla por la acción en la que pude rescatar y salvar a mi compañero.
—¿Cuántos son los soldados voluntarios en el ejército ucraniano?
—Eramos unos ocho mil. La mayoría somos de América: de Colombia y Brasil. Hay otros dos argentinos: uno de San Justo, Santa Fe, y otro de Corrientes. Y hay alemanes, estonios y portugueses.
—¿Cuál fue tu mayor tristeza?
—Lo más duro acá fue cuando perdí a mi mejor amigo, el brasileño Antonio, que tenía 25 años. Si bien son cosas de la guerra, te duele muchísimo. Al principio fue durísimo. O aprendés a vivir con eso o te volvés loco.
—Hay psicólogos que dicen que no todo el mundo se vuelve loco en una guerra. ¿Qué hay de cierto en eso?
—No creo que sea así. Acá hay un dicho: si estás mal o presentís que algo está mal en una misión, no vayas porque te morís. Volví de una misión y le dije a mi amigo: «No vayas porque la zona está caliente». “Pero vos ya fuiste”, me contestó mi amigo, que fue a esa misión y no volvió. Mi papá quedó muy mal de la guerra, pero él tenía 18 años, era muy joven, yo tengo 25 y experiencia militar.
—¿Qué te genera enfrentar una situación límite de estrés como la guerra?
—No es que me guste la guerra, pero la adrenalina que tiene te hace sentir bien.
—¿Cómo será tu vida después de la guerra?
—Después de esto se abren muchísimas propuestas, sobre todo en el campo privado.
—¿Cómo recibieron allí la muerte de Prigozhin, el jefe del grupo Wagner, que murió al caer un avión privado en Rusia?
—Se celebró como un triunfo, sobre todo aquí, en Baku, que fue una zona muy bombardeada por ellos. Lo mataron porque había mucha pica entre él y los generales rusos, por eso para nosotros fue una victoria.
—¿Qué pensás de la versión que dice que Prigozhin no murió, sino que era un doble?
—Pienso que es mentira, él está muerto, era una amenaza para Putin y tenía que eliminarlo, lo mataron los mismos rusos, como bien se sabe, pero no creo que haya sido un doble. Eso no lo creo.