Cuando las ecografías en los embarazos "empezaban a estar en auge", apenas entrados los 70 y en la previa del terrorismo de Estado, junto a un grupo de docentes de la Facultad de Ciencias Médicas, José Belizán ya trabajaba en la Maternidad Martin. Ahí, "con cintas métricas de modistas", como empieza el relato el obstetra, crearon "una tablita de medición de los úteros de las mujeres que fue de gran precisión". Tanta precisión tenía esa herramienta que él aún llama "la tablita" que logró fama internacional y, años después, ya en el exilio y haciendo controles perinatales Johannesburgo la encontró pegada en la pared de los humildes gabinetes sudafricanos. "Fue una sorpresa, grata", cuenta el obstetra que en las últimas horas recibió el prestigioso Premio Internacional Gairdner de Canadá 2023, que muchos consideran "anticipo" del premio Nobel, en la categoría Salud Global.
El médico rosarino continuó en "la Martin" incluso iniciados los tiempos de la dictadura cívico militar, allí ayudó a parir a mujeres detenidas y torturadas que eran llevadas desde el centro clandestino de detención El Pozo y registró cada uno de sus nombres pese a las amenazas que eso conllevaba. Ya en esos años del destierro aprendió de las mayas en Guatemala, llevó sus observaciones al laboratorio y logró demostrar cómo el consumo de calcio en embarazadas previene la hipertensión (preclamsia), una complicación que provoca anualmente entre 50.000 y 70.000 muertes maternas en el mundo. Justamente por ese desarrollo que sostuvo durante más de 40 años, recibió este galardón que lo pone a la altura de otros argentinos como los premios Nobel Luis Federico Leloir y César Milstein, y el cardiocirujano René Favaloro, que lo recibieron desde 1959.
Sin embargo, para él (actualmente es investigador del Instituto de Efectividad Clínica y Sanitaria afiliado a la Universidad de Buenos Aires e integrante del Laboratorio de Biología Ósea de la Facultad de Medicina de la UNR) la distinción está muy lejos de ser un punto de llegada. Mientras atiende llamados de diferentes lugares del mundo, señala en una charla con La Capital una de sus preocupaciones.
"Este hallazgo por el que nos reconocen aún no es de aplicación universal y justamente estamos buscando los mecanismos para lograrlo, que llegue a todas es la meta", dice, sin dejar de poner en claro las prioridades y los pasos a seguir, con certeza en los objetivos: "Este reconocimiento sí dice que estamos en el buen camino".
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- Este no es el primer premio ni reconocimiento que recibe, pero ciertamente pone su nombre entre otros grandes nombres de la ciencia argentina: Favaloro, Leloir y Milstein. ¿Cómo lo vive?
- Es un premio muy prestigiado y es una sorpresa agradable, pero debo decir que es una sorpresa enorme. Son nombres que uno ve y dice "guau". Esos que nombra y también los actuales, de estos últimos años, así que es muy gratificante y definitivamente es un incentivo para seguir.
- ¿Seguir hacia dónde?
- Este hallazgo por el cual nos otorgan el premio y que es un beneficio enorme en calidad de vida aún no se ha implementado en poblaciones de bajos recursos, no es de aplicación universal. Por lo tanto, estamos activos en muchos aspectos buscando mecanismos para hacerlo a nivel universal, para llegar a todas las mujeres, ya sea fortificando con calcio los alimentos o el agua. Estamos trabajando en ese sentido con varios laboratorios del país y estamos haciendo estudios básicos con animales. Definitivamente todo esto que está pasando es un apoyo adicional.
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La experiencia en Guatemala, durante el exilio, donde inició hace 40 años la investigación por la cual hoy está siendo premiado.
- Justamente, el premio hace hincapié en el reconocimiento de desarrollos que promueven la equidad en poblaciones vulnerables. ¿Cómo analiza el escenario de la ciencia argentina frente a eso?
- Como investigador y argentino, por un lado, estoy muy feliz por todos los apoyos a los nuevos becarios y los financiamientos a nuevos proyectos; por otro lado, hay que decir que la estructura de la salud pública argentina es muy buena y Rosario es un ejemplo mundial de eso. Ahora mismo estamos trabajando con la Secretaría de Salud Pública de la Municipalidad para implementar esto que hacemos en los centros de salud de la ciudad y eso nos complace. Además del apoyo de los investigadores básicos de las facultades vecinas, donde hay jóvenes brillantes. En ese sentido, es un muy buen momento y este reconocimiento internacional nos dice que estamos en el buen camino. Yo tengo un evaluador cruel que soy yo mismo, porque es de tanta importancia lo que hacemos cuando hablamos de la salud, de la calidad de vida de la gente, de la morbilidad y también de la sobrevivencia, que tenemos que juzgarnos muy estrictamente.
- Sus primeros pasos fueron en la Maternidad Martin de Rosario. ¿Cómo fueron esos tiempos?
- Ahí empezamos un grupo de docentes de la Facultad de Medicina en el 74, conformamos una unidad y empezamos a hacer trabajos que fueron muy gratificantes en ese entonces. Con cintas métricas de modistas diagramamos tablas de medición de úteros, en ese momento era el auge de la ecografía, y con eso armamos unas tablitas. Resultó que eran tan precisas y tuvieron tanto éxito que lograron fama internacional y, ya estando en Sudáfrica, en Johannesburgo, en un espacio de control prenatal vi que estaba colgada nuestra tabla de control. Fue una sorpresa. Ahí también armamos las historias clínicas que después tomó el Centro Latinoamericano de Perinatología y los patrones de crecimiento fetal, todos trabajos muy interesantes hasta que vino el terrorismo de Estado.
- ¿Cómo fue la dictadura siendo médico en la maternidad pública?
- Estábamos a solo dos cuadras de El Pozo (centro clandestino de detención) y desde ahí traían a las detenidas a atenderlas, y por eso fuimos perseguidos. El premio más grande de mi vida lo recibí cuando esas mujeres me dijeron que gracias que a los registros que nosotros llevábamos de sus nombres, salvaron su vida. Vinieron a decirlo con los hijos que habían parido en la maternidad. Nosotros las registrábamos aunque fuera un riesgo porque venían en condiciones terribles de violencia, parían con guardias armados, venían golpeadas. Después conocimos a esos niños y a esas niñas que vinieron a un homenaje en las puertas de la maternidad. Ese fue el mejor premio.
- Después vinieron los años del exilio. ¿Fue siempre en Guatemala?
- Yo ya tenía tres hijos, primero me fui a México donde me recibieron y comencé a trabajar en el servicio social mexicano. Estando allí recibo una propuesta de una posición para el Instituto de Nutrición de Centroamérica y Panamá que pertenece a la OMS (Organización Mundial de la Salud), donde había un grupo de nutricionistas maravillosos. Ahí empezaron mis observaciones iniciales, que son el germen de todo el trabajo posterior y el que más ha llamado la atención para el control de la hipertensión en el embarazo.
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México es otro de los países donde trabajó tanto durante los años de la dictadura como décadas más tarde.
- Observaciones que llevó adelante entre las comunidades originarias de Guatemala en torno a su alimentación y que luego comienza a investigar. ¿Es así?
- Trabajábamos con las mujeres descendientes de los mayas que siguen con sus vestimentas y costumbres y que sostienen como base principal de su dieta el maíz; el 90 por ciento de su alimentación provenía del maíz. Así trabajaban con sus derivados, pero la noche previa observábamos que lo dejaban en agua y le agregaban un trozo de cal, que tiene una alta concentración de calcio y eso nos llamó la atención. Además, notábamos que con dieta muy pobre, sin acceso a los lácteos, lograban tener una ingesta de alto contenido de calcio. Al mismo tiempo, recolectando información, observamos que tenían una frecuencia muy baja de preclamsia. Entonces vino la pregunta sobre la relación entre el calcio y la hipertensión, y lo que siguieron fueron 40 años de estudios con animales de laboratorio.
- Esos estudios los continuó en Argentina, porque retornada la democracia, volvió al país. ¿No pensó en quedarse en el exterior?
- Ya acá en Rosario hicimos el estudio más grande, de nuevo en la Maternidad Martin y también en el Sanatorio de la Mujer, donde tomamos un grupo grande de mujeres. A la mitad se le dio calcio y a la otra mitad placebo. Los resultados de ese trabajo los publicamos en revistas internacionales de investigación científica e incluso llegaron al New York Times. Los números se replicaron por todos lados porque fueron contundentes. Y no, nunca pensé en irme de Rosario una vez que había regresado. Solo una vez tomé el cargo en el Centro Latinoamericano de Perinatología de la OMS porque pensé que era una buena manera de difundir lo que uno hace, de trabajar en la formación de recursos humanos y recibir estudiantes de diferentes países, y así lo hice, pero volví a Rosario. Siempre acá y trabajando para mi país, porque es diferente cuando uno trabaja para su gente que cuando uno trabaja en el extranjero para uno, tengo el sentimiento de trabajar para los demás, de hacer algo para nuestra gente y le he dedicado la vida.