Hay que anotar estos nombres: María Eugenia Echeverria y Rafael Martínez Oveid. Ninguno supera los 40 años, son médicos y hace diez días completaron el último examen y se recibieron de "intensivistas", una de las especialidades que más dio que hablar desde el comienzo de la pandemia, justamente por la falta de profesionales. Por eso vale recordar sus nombres, porque completaron su residencia trabajando a destajo en medio de la crisis sanitaria y porque fueron los únicos dos terapistas que se recibieron este año en Rosario. Ahora la especialidad tiene 201 matriculados en la ciudad.
El trabajo en terapia intensiva aparece como una tarea muy poco prometedora entre los nuevos médicos, tanto por sus condiciones de trabajo como por el escaso reconocimiento salarial. La existencia de mayor demanda de cuidados críticos en esta segunda ola de coronavirus expuso este problema con crudeza: la posibilidad de ampliar camas en las unidades críticas encontró su límite en la escasez de profesionales y los que están ya no pueden ocultar su cansancio, físico y emocional.
De acuerdo al padrón del Colegio de Médicos, hasta la semana pasada en Rosario había 199 matriculados como intensivistas. Desde el jueves 13 de mayo al mediodía, cuando terminaron los exámenes finales de la especialidad relacionada con terapia intensiva, son 201. Ese mismo día, La Capital abría su edición con el título "La falta de camas en Rosario obliga a decidir a qué paciente atender".
La escasa formación de médicos intensivistas "no es un problema de ahora", advierte Angela Prigione, presidenta del Colegio de Médicos de Rosario, una de las instituciones donde se forman los profesionales que se desempeñan en las áreas de cuidados críticos de hospitales y sanatorios.
Por eso, señala que la escasez de los graduados tiene una historia más larga que la pandemia; pero que tomó mayor dramatismo desde que el Covid empezó a mostrar los dientes. Según recuerda la profesional, en los exámenes únicos que rinden los médicos que siguen alguna especialización "hace rato que quedan lugares vacíos en las especialidades relacionadas con terapia intensiva de adultos, pediátrica y neonatología".
Según destaca la médica, formarse como intensivista demanda años de capacitación y la tarea es a destajo. "Estas todo el tiempo peleando con la muerte", resume y destaca que si bien la crisis sanitaria "recubrió de respeto y admiración" a la profesión no modificó las condiciones laborales de los médicos terapistas ni del personal de enfermería o kinesiología, imprescindibles por estos días.
Entre los médicos se estudian por estos días varias alternativas para promover la elección de la especialidad entre los médicos recién recibidos. Prigione comenta, entre otras, la posibilidad de otorgar algún tipo de beneficios jubilatorios. También la posibilidad de homologar el título a profesionales de otras especialidades, como clínicos, cardiólogos o anestesistas que, ante la falta de profesionales, cubren guardias de terapia desde hace tiempo.
"Hay muchos y muy buenos. Por eso estamos estudiando los antecedentes de los colegas que tienen una especialidad de base y llevan mucho tiempo continuo de trabajo en terapia para homologar los títulos y aumentar los especialistas en el área", agrega la presidenta del Colegio.
Aun así, destaca, el principal obstáculo son las malas remuneraciones.
Doce días de guardia
"Hay tres motivos que desalientan esta especialidad. Primero: es una tarea muy estresante. Segundo: está mal paga. Tercero: salvo quienes se desempeñan como jefes de servicios, la mayoría de los intensivistas hace guardias, lo que lo obliga a tener varios trabajos para poder sumar un sueldo. Si tenés dos trabajos, tenés que hacer seis guardias mensuales de 24 horas en cada uno, por lo cual estás doce días al mes de guardia", enumera tajante Sandra Maiorana, pediatra y secretaria adjunta de la Asociación de Médicos de la República Argentina.
Las malas condiciones de trabajo, señala, pesan mucho a la hora de elegir esta especialidad. "Los médicos que se presentan a hacer estas especialidades saben que van a vivir de guardia y saben también que eso tiene un costo muy alto para la vida personal. Por eso es una especialidad que no resulta atractiva y cada vez hay menos terapistas", concluye.
Dos caminos, mucho esfuerzo
Pablo Arias es el director de la Escuela de Graduados de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Mientras hizo su residencia en clínica médica pasó tres meses por un servicio de terapia, un lugar al que eligió no volver. "Es un trabajo muy arduo y extrañaba la relación con los pacientes y su cotidianeidad", explica el médico que, después de esa experiencia, completó su formación en endocrinología.
Obtener la especialidad de intensivista involucra un largo camino. Tras lograr el título de médico se puede realizar la residencia en un servicio habilitado y la especialidad es avalada entonces por el Colegio de Médicos. Alternativamente, en la facultad se puede cursar la carrera de posgrado de especialización en terapia intensiva. Así, se llega a ser un "médico intensivista", dos palabras que resumen mal y pronto, por lo menos, doce años de estudio: seis años para recibirse de médico, tres años de la residencia en clínica médica y otros tres de residencias en terapias intensivas.
Arias señala que el número de plazas para la carrera es "bajo" y que sobran los dedos de una mano para contar a los profesionales que se reciben por año. Y si bien destaca que desde la facultad se pusieron en marcha distintas acciones para promover la carrera, solicitando por ejemplo la ampliación de cargos rentados para los residentes, tropiezan siempre con la misma realidad: el bajo número de interesados, asociado al escaso reconocimiento económico que tiene el ejercicio de la especialidad.
"En este momento hay mucha demanda de intensivistas por las características de los cuadros de Covid que, de complicarse, suelen requerir asistencia respiratoria. Pero no sé hasta que punto esa falta de profesionales es real o es producto de que el sistema de salud no consigue especialistas porque no quiere pagar lo que se debe por una guardia de terapia", resume.
Y considera que "la formación demanda un esfuerzo muy grande, la tarea requiere de mucha responsabilidad y dedicación, es muy estresante. Y, encima, cuando los graduados salen al mercado laboral ven que no les pagan como corresponde".