"Yo no me acuerdo mucho de Miguel, pero sí me acuerdo que le encantaban las margaritas". El mensaje fue uno de los tantos que hace un tiempo circuló en el grupo de la red social WhatsApp en el que se reencontraron desde hace un tiempo quienes formaron parte de Rozarte, esa experiencia artística colectiva que se extendió entre fines los 80 y entrados los años 90. "Estamos los originales, los que se fueron, los que estuvimos siempre, los que se fueron y volvieron, todos", dice Marcela Cattáneo, artista plástica y referente de ese colectivo que se convirtió a partir de ese momento en la gestora y curadora, junto a Hugo Cava, de "Le encantaban las margaritas", la muestra que desde este viernes reunirá unas 30 piezas, entre pinturas, dibujos y collages, de Miguel Ángel Passerini.
Passerini fue integrante "fundamental" de Rozarte y una figura del arte local que formó parte de esa experiencia que abrió caminos cuando el arte contemporáneo no contaba con espacios en la ciudad y tuvo que hacerse de los propios. Con una "potente producción individual", como la define Cattáneo, que por primera vez se expone en el Museo de Bellas Artes Juan B. Castagnino (Pellegrini 2202) y a 30 años de su muerte temprana en 1992 con apenas 28 años, se rompen décadas de silencio y se vuelve a hablar por primera vez a través de su obra.
Además su preferencia por las margaritas aparecieron entre la decena de amigos y compañeros fotos, anécdotas y momentos. Las obras que Marcela aún conservaba de Miguel y las que estaban en manos de su familia, en Rafaela, donde nació y de donde se fue para estudiar Arquitectura primero y Bellas Artes después. Las obras que quedaron en su casa de origen, otras en una vivienda en el campo y más entre sus hermanos y sobrinos, incluso los que no llegaron a conocerlo.
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Cuando habla de las marcas de Miguel en su obra, su amiga y ahora curadora recalca "la gestualidad, el gesto siempre presente, la potencia y el movimiento, su brazo y su cuerpo siempre muy metido allí" un paralelo de lo que de esa descripción que hace de su carácter, de "tipo impetuoso e inquieto, participativo y gran gestor, enérgico y casi arrebatado" que afirma fue "fundamental" para esa experiencia que fue Rozarte en esos años donde la vuelta de la democracia todavía empujaba a "hacerlo todo, cambiarlo todo, probarlo todo", dice Cattáneo.
Con el Museo Castagnino como espacio definido para volver a mirar su obra y homenajear su vida, un paso nada casual ya que el director del espacio, Raúl D´Amelio fue también parte Rozarte. Así Cattáneo y Hugo Cava, que fue compañero de curso de Miguel, fueron quienes tomaron la posta para llevar adelante la curaduría de las piezas recuperadas.
"Hubo que hacer un trabajo de selección de acuerdo al estado de las obras, pero además en algunos casos de limpieza y recuperación y partir de allí se definieron las 30 piezas, sobre todo dibujos, pinturas y collages que se van a exponer en el hall central", contó la curadora, que señaló que este conjunto son parte de los trabajos que llevó adelante entre los años 80 y 90 en forma individual, en paralelo a las obras colectivas que por ese tiempo se desarrollaban con el colectivo Rozarte.
La experiencia colectiva
Lo que por el año 89 comenzaron a hacer aquellos estudiantes de los últimos años de la carrera de Bellas Artes con el tiempo comenzó comenzaron a llamarse clínicas de arte. Por entonces, Cattáneo recuerda que eran unos 30 jóvenes que lo que hacían era acompañarse en los procesos, compartir experiencias, viajes y técnicas, ir del taller de uno al taller de otro.
"Era otra Rosario, otra Buenos Aires, otra Argentina", dice Cattáneo de aquellos finales de los 80 donde la ciudad no solo estaba cerrada al río, sino que además era "una ciudad cerrada a las experiencias contemporáneas, el Castagnino se abocaba a los concursos y a las muestras de arte más tradicional, para nada a los artistas jóvenes y tampoco había espacios alternativos, lo alternativo era la calle", recalca.
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De hecho fue en ese contexto fue este colectivo de estudiantes y artistas, integrado entre muchos otros por Gabriela Aloras, Patricia Basiliades, César Baracca, Silvina Buffone, Marta Dunster, Gabriela Gabelich, Marisa Gallo, Aurelio García, Alina Marinelli, Cristina Olguín, Oscar Vega, Beatriz Vignoli, Pancho Vignolo, Gustavo Goñi y Verónica Serra quienes crearon ese primer espacio alternativo en Rosario que fue el Espacio Rozarte.
"No fue galería, no fue centro cultural, no fue museo, fue un espacio alternativo que funcionó en Entre Ríos 861 y para el que nunca pudimos conseguir una habilitación municipal", agrega Cattáneo.
Por esos años, la artista plástica recuerda a Miguel como una pieza "fundamental: activo y militante, muy relacionado y siempre participativo". Como muchos, era estudiante de Emilio Torti, otros lo eran de Luis Felipe Noé y de Juan Pablo Renzi.
Reunir a "los maestros" en Rosario, en una muestra en el Castagnino, fue una de las primeras acciones. Después vinieron las vinculaciones con el exterior, la Bienal de San Pablo, Buenos Aires, la posibilidad de volver a Brasil. Miguel fue parte activa de ese proceso en Brasil y de hecho, su trágica muerte se produce en el país vecino.
"Fue tremendo, pero tuvimos que seguir", dice Cattáneo que sin dejar de hacer frente a la tristeza que aún hoy les provoca esa pérdida temprana, rescata sobre todo el haber roto estos 30 años de silencio con el homenaje de su obra y de su vida.
"Rosario siguió y el arte siguió y esta muestra desde el principio busca que Miguel no desaparezca como artista", dice su amiga y compañera, no solo convencida no solo de la potencia de su trabajo, sino además del "artista prominente en el que se hubiera convertido" de haber tenido tiempo.
Guzmán, en el primer piso
"Chroma key para horneros", la muestra de obras de Mauro Guzmán es otra de las alternativas que el Castagnino abrirá este viernes en el segundo piso del museo.
El trabajo de Guzmán habla de un mundo nocturno lleno de espejismos, maquillajes y accesorios; un escenario cambiante plagado de seres híbridos cuya materialidad oscila entre lo suntuoso y lo precario. Su propuesta no le teme a lo trashy e involucra de lleno el cuerpo y los sentidos.
Reacia a las categorizaciones, la producción se elabora en el continuo reciclaje de materiales -bolsas de nylon, maderas, zapatos y ramas-, lo que deja en entredicho la sacralización del objeto artístico. Y se materializa en diversos formatos: fotografía, videos, instalaciones o performances.