Suele decirse que no hay nada inventado. O que a los artistas contemporáneos, en términos generales, no les preocupan las producciones anteriores. Que creen que están creando cuando ya está todo creado. Error. Al menos eso no funciona como un absoluto. Michele Siquot es una artista múltiple. Ahora hace y enseña técnicas textiles en un interesante cruce con arte. Después de pasar por diversas disciplinas llegó al bordado gracias a piezas atesoradas en un particular archivo familiar. Y comenzó a experimentar y a transmitir lo que descubría. Pero va por más, quiere recuperar ese arte de las bordadoras, de aquellas mujeres formadas en las escuelas de oficio. "Me interesa el bordado como gesto", afirma con una voz suave y paciente, características que aplica a su proyecto.
Siquot viene del mundo del arte. Hizo dibujo, pintura, escultura, cerámica, historietas. La posibilidad de circular por los bordes más que dentro de un casillero fue interesándole cada vez más. Algo la inquietaba cuando pintaba: las telas, el blanco con el que venían preparadas. Tratar de modificarlo la llevó a observar la trama de esas telas. Quizá ahí comenzó a descubrir eso del arte textil.
Entonces, construyó un taller al que asisten artistas y no artistas. Se llama Lazodeamor, porque allí la idea es establecer vínculos con lo que cada uno quiere. Trabajar para recuperar saberes y haceres de otros tiempos y con otro tempo. Más lento, más personal. Un espacio para recuperar, aprender y compartir herencias no siempre a la vista. Hay algo en la búsqueda de Siquot que va tras un pasado muy reciente que todavía es posible encontrar en la ciudad. El bordado como gesto y "como identidad", agrega la artista. En diálogo con La Capital, cuenta cómo llegó a cruzar arte, telas y bordados.
—¿Cómo definís lo que hacés?
—Hace tres años que empecé con los talleres textiles. Yo los llamo talleres textiles en relación a la imagen, porque justamente la idea es trabajar desde la imagen y no específicamente desde la técnica textil. No quiero que sea ni un espacio textil ni un espacio de arte, aunque ambas dimensiones convivan. Mi idea es dar herramientas a los artistas para que utilicen esta técnica en sus producciones. Y a quien no sea artista, y tenga ganas de bordar o aprender alguna técnica textil, también enseñarle.
—¿Cuál es tu universo de origen?
— Vengo del mundo del arte. Empecé a exponer en el año 90. Nunca estuve encasillada en una producción, siempre estuve pisando bordes. Hice dibujo, historieta, cerámica, objetos, pintura y escultura. Al principio hice bastante escultura, trabajé situaciones divertidas, narrativas; en pintura trabajaba imágenes como muy dibujadas. Nunca estuve definida en una sola disciplina. Soy como multiproductora, multitécnica. Con el tiempo, cuando se empezó a abrir esto de las técnicas como encasillamientos, empecé a sentirme muchos más cómoda. Como que bajé todas esas barreras y empecé a trabajar sin tratar de meter las cosas en un casillero. En ese tránsito tengo libros editados, donde yo hice todo, salvo la edición. Es como que siempre fui de un lado a otro. Tengo premios o menciones en algún Salón, pero no estoy pendiente de presentarme en los salones.
—No sos salonera...
—Claro, eso (risas). Pero, bueno, por ahí me parece que hay que transitarlos. Al principio ocurría que empezaba a circular por el mundo del arte y no me sentía cómoda, entonces me pasaba al mundo de la historieta. Ahí me sentí cómoda, me hice amiga de Max Cachimba, transité muchos caminos con él, después él se pasó al arte y yo me quedé en el dibujo. Ahora mi idea es intentar salir del circuito donde está instaurado el arte, el circuito de subsidios, institucional, y probar un proyecto propio. Yo venía produciendo desde lo textil y decidí abrir mi taller para enseñar técnicas a otra gente que quisiera pasar por esa experiencia. Creo que mi idea es probar un proyecto propio. Y llevo tres años en eso, siento que va tomando cuerpo. La idea es ir trabajando desde el espacio, desde lo que va surgiendo.
—¿Cómo llegaste al bordado? ¿Vos bordás?
— Sí, yo bordo. Fue paulatino. Yo pintaba pero no me sentía muy cómoda ahí. Hacía una pintura muy lineal, llegué a trabajar casi sólo con líneas. No me gustaban como venían preparadas las telas. Tenían una base blanca y empecé a prepararlas yo, intentando que no sea blanca, sino transparente. Y que se viera mejor la textura de la tela. En ese proceso me di cuenta que me interesaba mucho la tela, así que le saqué esa base de preparado que le hacían y empecé a dibujar con una máquina de coser sobre la tela. Pasé mi lenguaje de dibujo a la máquina de coser que se convirtió en la herramienta que estaba buscando.
—¿Hacías bocetos o directamente te mandabas?
—Hacía unos dibujos que tenía al lado mientras iba bordando. Me gusta que haya algo un poco casual, que no esté la técnica totalmente calculada, esa cosa medio azarosa de doblar un poco más allá, construir en ese movimiento de la máquina. Era como un desafío para ver hasta dónde llegaba.
—¿Y tenías máquina?
—Me compré una máquina en el Ejército de Salvación, una Edna, vieja, que sólo va hacia adelante o hacia atrás, muy simple, y me resultó buenísima, fue un hallazgo y quedó. También bordo a mano pero me gusta mucho a máquina. A mano es otro tiempo. Un tiempo que hace que uno vaya pensando lo que va a hacer en esa lentitud.
—¿A la vez te interesa rescatar técnicas y diseños antiguos de bordado?
—Otra de las cuestiones por las que empecé con los textiles fue que encontré piezas de mantelería antigua, me gustaron mucho las telas, los bordados que tenían. Y no sé con qué intención, quizá por el material en sí, empecé a trabajar sobre esa tela que ya estaba bordada.
—¿Cómo interviniéndola?
—Sí, no sé, la usaba y me quedaba el bordado que ya estaba ahí. No me preocupaba mucho. Estaban ahí, convivían, como si fuesen dos épocas distintas.
—¿Algo parecido a lo que hiciste con el libro Diario de un oso, sobre el diario de viajes de tu madre?
—Puede ser, sí. Yo intervengo las telas y en paralelo intervengo fotos y postales, con diferentes técnicas. En realidad, revuelvo mucho en un archivo familiar que hay en la casa de mi mamá. Ella vive y guardó de todo. Siempre tengo mucha curiosidad con todo eso. En vez de comprar material nuevo, trabajo sobre eso. El libro Diario de un oso lo empecé sobre un libro de postales que me regaló un amigo. Empecé dibujando y después encontré un diario de viaje de mi mamá cuando ella tenía 16 años. Había ido a Europa con sus padres. Cuando abro ese diario algunos lugares coincidían con las postales que yo estaba interviniendo: París y Versalles, por ejemplo. Como el diario tenía anotaciones que a mí me resultaban graciosas, porque era la mirada de mi mamá a los 16 años, una mirada un poco inocente, tomé los fragmentos que podían convivir ahí y así terminé cerrando ese libro en relación a los textos de mi mamá. Los dibujos empezaron a hacer lo que decía mi mamá en el diario. Copié la caligrafía de ella, también algunos de sus dibujitos y quedó una convivencia muy curiosa.
—¿Con la mantelería pareciera que hacés la misma operación?
—Sí, también, es el mismo proceso. Ante ese tipo de trabajos siempre pienso en la mujer que bordaba eso. Cuando los descubrí, sentí que estaban muy acotadas en la elección de los diseños. Y siempre que trabajaba sobre esas piezas ya bordadas me preguntaba qué estaría pensando esa persona, cuánto se podía expresar esa mujer, si había hecho ese bordado por encargo. Por placer, me parece que no. Era por trabajo o por mandato.
—¿Y empezaste a investigar?
—Yo tenía una fantasía, que esos bordados tan típicos eran una herencia cultural. Algo así como que venían del Piamonte y bordaban cosas que provenían de esas culturas. Además, sabía las monjas bordaban porque era un ingreso de dinero. A partir de tener el espacio textil, varias personas que asisten al taller me dijeron que podían traer carpetas de bordados, como de muestras, que habían pertenecido a sus madres o abuelas. Entonces pensé que por algo tenían esas carpetas y ahí se me ocurrió hacer un encuentro de esas personas porque pensé: "esa carpeta llegó a esa persona porque alguien la guardó". Y descubrí la existencia de escuelas de oficios para mujeres en Rosario. Vi como funcionaban, encontré qué materias tenían. Ahí me di cuenta que en realidad todos estos bordados más que por herencia cultural venían por estas escuelas. Estos centros de capacitación supuestamente se instalaron cuando empezó la existencia de industrias textiles, pensando que iban a formar a esas mujeres como mano de obra para las fábricas. También había de esas escuelas en lugares donde no había fábricas y las mujeres asistían igual para ser buenas amas de casa o a la espera de sacar un ingreso con ese oficio. El bordado se usaba mucho. Mi idea es un poco rescatar una historia en torno al hacer de las técnicas textiles actuales o de un pasado reciente.
—¿Esa transmisión se cortó?
— Algo pasó. Las generaciones actuales quieren volver a bordar pero las madres no lo aprendieron. No se lo pudieron transmitir. Creo que en parte esas escuelas tuvieron que ver con ese corte. Porque eran muy exigentes. El bordado era algo muy obsesivo, no era algo libre. Yo eso lo veo en el taller. Hay gente que llega y me dice: "Yo no soy prolija". Y después son más prolijas que yo. Lo que trabajo en el taller es buscar en el hacer, en eso hay un ritmo corporal, la manera de bordar tiene que ver con tu corporalidad.
—¿Esta búsqueda tuya sobre la historia del bordado en la ciudad te puede llevar a encarar algo más en tu proyecto?
—Algo quiero hacer, yo empiezo con este espacio y mi idea es que salgan proyectos. Una de mis ideas principales es tener un espacio textil pero con técnicas que pertenezcan a nuestra cultura. Yo digo que nuestra cultura entró por el puerto. Es difícil de rescatar porque son muchas, mi idea es tratar de rescatarlas y que sea algo auténtico. Puedo recibir gente en el taller que enseñe técnicas wichi. Me encanta, pero no es lo nuestro. Podemos aprender técnicas mapuches, pero mi inquietud es descubrir en toda esa mezcla nuestra identidad. En realidad, creo que tiene que ver con encontrar mi propia identidad.
—¿En tu familia hubo bordadoras?
—Y... siempre hay alguna. Tengo muchas piezas. Tengo muchos cuadros enmarcados de bordados florales, que se regalaban entre amigas, se ve que bordaban y lo usaban como un gesto, Pero no tengo una herencia absoluta. Igual, recibí de mi madre muchos hilos, telas. Costureros, por ejemplo. Me gustaría hacer un encuentro de costureros, para mi son como unas cajas de tesoro, siempre queda algo olvidado adentro. Son todo un mundo.
—Un mundo muy ligado a lo femenino...
—Es amplio, creo que acá está muy ligado a lo femenino por estas escuelas y porque a las mujeres se les asignaba ese lugar, el de bordar, Pero lo que tiene que ver con lo textil o el telar en otras culturas pertenece a los hombres también.
—¿Al taller asisten hombres?
—Sí, en el primer año estaba empecinada en que vengan. Y encontré en internet un grupo de tejedores chilenos muy exitosos y me escribía con ellos y me decían que insistiera, que iban a aparecer. Y ahora estoy como agrandada porque ya transitaron varios hombres por el taller y me encanta porque lo transitan con naturalidad, no es algo extravagante. En general, no tienen eso de la herencia que nosotras traemos y trabajan distinto. Me desestructuran.