La leona estaba muy enferma y falleció durante una intervención quirúrgica producto de una piometra, enfermedad muy común en perras y gatas que no se esterilizan ni tienen servicios durante sus períodos de celo. “La única salida a ese diagnóstico, tan avanzado como estaba, era quirúrgico. Programamos la cirugía sabiendo que era riesgosa, pero a la vez la única chance de que se sobrepusiera o dejara de sufrir”, dice el voluntario.
La familia había comprado un circo en 2014 y, en el “combo”, llegaron los animales: osos, leones y tigres. Al respecto, Peruggino cuenta: “Los tenían al costado del casco de la estancia, en sus antiguos carros, y le habían hecho un corral con cerco eléctrico a cada uno para que pudieran caminar un poco, hacer sus necesidades y volver al carro que era como el refugio donde dormían”.
El tigre de zona norte
Con Prince en Rosario, una de las primeras medidas fue contactar a un entrenador de grandes felinos de Temaikén, para evaluarlo y aconsejar al grupo de trabajo de MundoAparte. La relación se construyó con mucha rutina para crear códigos entre los voluntarios y el tigre, algo que persiste hasta hoy.
Prince vive en un recinto de 550 metros cuadrados divididos en tres sectores. Tiene dos cobertizos, dos piletas (uno de sus lugares preferidos), cuatro bebederos y el suelo es de tierra y pasto. Cuenta con un timbó y un palo borracho que le dan sombra natural, además de otros árboles de menor porte, y enredaderas, que se treparon en los tejidos, para darle un aspecto natural a algunos rincones y para que tenga más intimidad. A esos ejemplares, se suman chilcas que crecen más arbustivas, en donde también suele resguardarse del sol.
El tigre come entre seis y siete kilos de carne por día, alternando pollo, cerdo y vaca, con suplementos vitamínicos para sus huesos. En verano, se le agregan bloques de hielo a las piletas y le preparan “postres” para enfrentar el calor: helados de sangre de vaca congelada.
Para cada acción sobre Prince y el resto de los animales del refugio, MundoAparte recurre a donaciones voluntarias mensuales que no tienen tope mínimo y se pueden realizar con cualquier medio de pago electrónico.
Juegos y rugidos
Uno de los puntos más importantes en la rutina de Prince es el enriquecimiento ambiental. Consiste en actividades y juegos que se cambian una vez por semana, todos los lunes: troncos nuevos para que afile sus garras, pelotas, tambores plásticos, objetos que flotan en las piletas y llaman su atención, elementos que cuelgan del timbó para moverlos desde afuera del recinto e incentivar el ejercicio físico y estímulos olfativos como plantas aromáticas. Su favorita es la lavanda, en la que se refriega durante largos ratos.
“Hay que sacarle todos los niveles de estrés, mejorarle las condiciones de alimentación y clínicas. Por eso hacemos una sola visita guiada al mes, en grupos reducidos, en silencio. Los animales no están obligados a exhibirse. Somos muy respetuosos de sus espacios y no nos acercamos mucho no por peligro sino para que no se sienta invadido”, asegura Peruggino.
Durante la nota, Prince ruge una y otra vez. No es síntoma de molestia sino de territorialidad: le avisa al resto de los tigres que estén cerca que ese es su espacio. “Está bueno porque es una señal territorial. Le avisa a los otros tigres de Rosario que en Sorrento estamos nosotros, aunque no sepa que él es el único”, explica el voluntario, para agregar que ese comportamiento es un buen indicador porque “significa que está a gusto y se siente dueño del recinto”.
Dentro de la casa de Prince
¿Quién se ofrece a limpiar durante cuatro horas el recinto y renovar sus juegos y actividades todos los lunes? Eduardo, un jubilado que es voluntario hace cuatro años y que tiene una relación de respeto máximo con el tigre.
Es siempre la misma persona para que se familiarice sólo con ella. El compromiso es total: cada lunes, Eduardo va hasta el refugio así sea feriado, llueva, haga frío o 40 grados a la sombra. La rutina manda. Al respecto, Franco dice: “Un cambio de rutina puede estresarlo. Los animales son, por sobre todas las cosas, constantes y rutinarios; y más en cautiverio”.
Eduardo es un colectivero jubilado de 69 años que fue a una visita con sus nietos hace unos años y decidió ofrecerse como voluntario para cuando se bajara definitivamente del ómnibus: “Siempre me gustaron los animales, es una linda casualidad. Primero vine a hacer tareas generales de mantenimiento y con Prince arranqué hace un año, más o menos”.
tigre prince mundo aparte
Foto: Héctor Rio / La Capital
El hombre es parte de los 15 voluntarios que hacen que todo funcione en el refugio: “Todos tenemos un animal a cargo y trabajamos hacemos en equipo, sea Prince o un pajarito. Todo vale y es importante”.
El día a día de Eduardo con el tigre no es lo que se puede imaginar. El hombre se limita a mejorar el espacio para que el animal tenga el mejor hábitat posible, por lo que la interactividad entre ambos es casi nula, tanto de él como del resto de los voluntarios con los animales que tiene cada uno a cargo.
Sobre su trabajo, cuenta: “Voy limpiando y, mientras tanto, él da vueltas por otras partes de su recinto, que están separadas por compuertas. No es que estamos ahí y los abrazamos o les hablamos, tratamos de que mantengan su privacidad lo máximo que puedan y que conserven ese poquito de gen salvaje que les queda”.
“Mantenemos la empatía y el respeto por ellos no por temor, sino para que tengan su lugar exclusivo. Yo hago mi trabajo, agacho la cabeza y él camina o se acuesta”, detalla Eduardo, que limpia los desechos de Prince, desde sus necesidades hasta los huesos que va dejando, cambia el agua de las piletas y los bebederos, y va rotando las actividades de enriquecimiento ambiental.
El voluntario se confiesa fan de los animales “desde chico” y más todavía de los felinos: “Me gustó que me propusieran esto porque es una linda manera de estar cerca de ellos”. Y remarca: “Lo principal es lo que todos los voluntarios hacemos por los animales porque nos interesa que estén bien. Llueva o truene, cuando nos toca vamos y aguantamos porque ellos son la prioridad”.
Mejor calidad de vida
No se sabe con exactitud la edad de Prince porque su tenencia fue informal y recién hace dos años comenzó a tener registros de sus chequeos y actividades. Peruggino cuenta que tiene la dentadura muy gastada, una renguera en una de sus patas y problemas en los huesos por lo que, junto a los kilos diarios de carne, ingiere suplementos para mejorar esta condición.
Su pelaje, a varios metros de distancia y con el doble cerco de por medio, luce brilloso y eso es buena señal. “De pelo está hermoso comparado a cuando llegó”, dice el voluntario, que menciona el estrés, una mala alimentación o malas condiciones ambientales como posibles agentes que deterioraron el pelaje del animal.
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Prince seguirá en el refugio porque no puede ser liberado. El punto crucial es que no tiene instinto animal: vivir en cautiverio y no conocer a otros tigres más que los del circo hace que le sea imposible desarrollarse en un hábitat salvaje o viajar muchas horas hasta un santuario.
“Nació en un circo como sus papás y, tal vez, también sus abuelos. Los circos no sacan animales de la naturaleza desde el siglo XIX y todos los que vinieron después son hijos, nietos o bisnietos de animales de circo o de zoológicos, que a veces intercambiaban ejemplares”, explica Peruggino, quien agrega: “Su liberación está descartada por su edad y sus condiciones, por eso apuntamos a mejorar su calidad de vida en cautiverio. Que esté tranquilo después de todo lo que sufrió”.