Las dos sobrevivientes por estos días prefieren tomar distancia de tanto escarnio y eligen silenciarse. Por eso esta nota contará sólo (y nada menos) con algunos párrafos de las declaraciones testimoniales de Hernández y de Adriana “Taty” Beade, la otra víctima que declaró en este juicio: hoy madre, abuela, psicóloga y militante social, quien vivió un verdadero calvario con apenas 19 años, en 1976.
Los violadores condenados seguirán cumpliendo sus penas (que son varias y anteriores) en el pabellón de adultos mayores del penal de Ezeiza, desde donde por videoconferencias presenciaron los relatos de sus víctimas.
Lofiego, alias “El Ciego” y hoy de 71 años, llegó a torturar con picana a su propio primo de nombre Miguel. Fue ex alumno del Colegio Sagrado Corazón y hasta veinte años después del golpe se desempeñaba como subjefe de operaciones de la policía de Rosario. Entre otras cosas, y sin decir agua va, el torturador organizaba los operativos de seguridad de los clásicos de fútbol entre Rosario Central y Newell’s. Es uno de los genocidas a los que se le acaba de denegar la prisión domiciliaria que pidió por el Covid-19.
Marcote, “El Cura”, hoy de 70 años, ex policía, violador serial y torturador, no sólo trabajó para el grupo de tareas del ex jefe de la policía de Rosario Agustín Feced. En su currículum figura también el haber sido empleado del colegio Santa Unión que depende del Arzobispado, ubicado en Salta y Ovidio Lagos. El represor ya estaba cumpliendo varias condenas en Ezeiza y allí sumará ahora esta última por delito sexual.
Las más violentadas
Hay muchas otras voces de mujeres que deben ser oídas, y no porque no haya habido varones víctimas. Ellos también fueron abusados sexualmente y martirizados, y muchos hicieron posible estas condenas en Rosario con su valiente testimonio, labor jurídica o periodística.
Pero las mujeres fueron las más violentadas por delitos sexuales y ese dato, desde lo numérico, histórico, legal y subjetivo, tiene causas y efectos hasta la actualidad. La jueza, las abogadas, la fiscal, una testigo técnica y una periodista que cubrió desde el primer día los juicios orales y públicos de lesa humanidad dan cuenta de esta certeza a La Capital.
Stella y Adriana sufrieron cautiverio y suplicios como otras dos mil personas en el centro clandestino de detención Servicios de Informaciones (SI), que funcionó durante la última dictadura cívico, militar y eclesial en pleno microcentro de Rosario. Un oscuro e inmundo centro de tortura planificada y sistemática ubicado en Dorrego y San Lorenzo, donde hoy se levanta la sede de la Gobernación y hay un visible mensaje en un portón que indica: “Aquí funcionó. Centro clandestino de detención”.
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Allí “la patota” de Feced integrada por Lofiego y Marcote (más una treintena de genocidas, algunos ya condenados, otros fallecidos y unos más que no llegaron a juicio) se cansaron de cometer crímenes de lesa humanidad ante gritos agónicos que nadie supuestamente escuchó.
La Justicia penal dictó ahora prisión perpetua por delitos sexuales en una ciudad donde gran parte de sus habitantes por aquellos tiempos fueron cómplices o temerosos, y muchas familias terminaron devastadas. Un pasado de crueldad que la jueza Carnero, única mujer del tribunal, retrató antes de dar el veredicto y leer un texto (con Martínez en disidencia).
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Dijo que la sentencia era “una reparación histórica a las víctimas enumeradas en el veredicto”, contra quienes se encuadraron en forma combinada tanto fuerzas de seguridad, iglesias, Poder Judicial, medios de comunicación, sindicatos y partidos políticos en “una de las etapas más oscuras de la historia de la República”.
Nada más que la verdad
Las declaraciones testimoniales de Stella y Adriana tienen muchos puntos en común. Repasan los mismos lugares y expresan similares tonos: se les quiebra la voz, sollozan y titubean. No relatan crónicas lineales ni ordenadas: imposible, la dinámica de la memoria no es así y en estos casos la tribulación y el horror juegan sus peores jugadas.
“Una hace un esfuerzo para olvidar todas estas cosas y después tenés que hacer un esfuerzo contrario para recordar”, dijo Stella en el juicio, a donde llevó un cuaderno con cosas apuntadas que no quería olvidar.
Además dio el presente con un visible pañuelo verde enrollado a su muñeca izquierda, una evidencia de que a pesar de todo lo sufrido esta mujer sigue luchando colectivamente y ahora en favor del Aborto Legal, Seguro y Gratuito.
Ambas víctimas contaron entre malditas y dolorosas lagunas cómo fueron raptadas, vendadas, picaneadas, golpeadas, encapuchadas, manoseadas, desnudadas, violadas y humilladas con interrogatorios obscenos que sus represores festejaban a carcajadas.
Relataron de manera entrecortada que tomaron agua de un asqueroso inodoro, casi se amigaron con las ratas y vieron a compañeros y compañeras sufrir por violaciones reiteradas, tortura, el dolor de sus rostros desfigurados y la enfermedad.
Tanto una como la otra se acordaron de cómo se alimentaban con las manos con comida repugnante a la que llamaban “tumba”. Hablaron de víctimas que “luego actuaron de verdugos”. Revivieron el calor, el frío, los simulacros de fusilamiento y los meses sin noches ni días.
Convivieron y contuvieron a las embarazadas y allí, en ese tramo del testimonio, la palabra “solidaridad” se hermanó a la contemporánea “sororidad”.
“Las celadoras nos dejaban la comida y sepárabamos lo mejor para las chicas embarazadas; la leche, cuando nos daban, y lo mejor de los guisos”, rememoró Stella.
Ambas vieron llevarse a empujones a presas y presos que nunca regresaron. Retazos del abismo. Aunque ninguna de las dos olvidó nunca el suplicio de los delitos sexuales.
“Son difíciles de expresar, de contar, tienen una carga muy…muy difícil para exponer y denunciar; otras compañeras buscan otra manera, sin ponerle palabra, a mí también me cuesta mucho, lo hago por tercera vez, y no es un hobby, es difícil para mí y para mi familia, para los que me están escuchando, no es sencillo, yo comprendo. Por eso también siempre digo, lo hago en nombre de las que no pueden hacerlo o de las que están muertas, porque yo, bueno, tengo algunos recursos, creo y lo hago, y deposito también en la justicia mi confianza”, dijo Stella en su declaración.
Adriana, en mayo de 2018, también recordó los abusos. Fueron tres y los detalló aún en carne viva. “Supongo que buscaban destruir no sólo el cuerpo _dijo_ sino también el alma de los que estábamos allí”. Y por si quedaba alguna duda remarcó: “No me sentí violada, fui violada”, dijo y aprovechó el durísimo momento para expresar una duda con ironía: “No entiendo por qué el juez (de instrucción federal Marcelo) Bailaque no tipificó la causa como violación. Si fuera alumno mío lo mando a leer a Rita Segato y Judith Butler”, deslizó refiriéndose a dos conocidas teóricas entre las feministas.
Las que rompían esquemas
Para Gabriela Durruty y Jesica Pellegrini (concejala de Ciudad Futura), dos de las abogadas de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) que vienen trabajando en equipo y en defensa de las víctimas, para comprender los delitos sexuales sucedidos particularmente con las mujeres durante el terrorismo de Estado “es fundamental” interpretar los hechos desde una perspectiva de género, política e histórica.
“Si bien los abusos y las violaciones no distinguieron sexo, los testimonios son prueba de un crimen en particular: un delito de género, ya que en su gran mayoría fueron mujeres las que tuvieron que padecer todo tipo de agresiones sexuales como castigo por romper con los estereotipos de mujeres sacralizadas”, explica Durruty al referirse a las mujeres secuestradas y torturadas durante la dictadura.
“Eran mujeres militantes que participaban activamente en política y transgredían los valores sociales tradicionales: rompían con el esquema machista de la época en que estos delitos contra la integridad sexual eran denominados contra la honestidad. Era un momento donde la legalidad protegía más el honor del padre o del marido que el de la mujer considerada un objeto o propiedad del varón”, indica Durruty.
Pellegrini agrega otros aspectos a analizar. “La violencia de género era un arma legitimada en una sociedad patriarcal y de uso sistemático y planificado, por eso no queremos que se siga tipificando a la violencia sexual como parte de los tormentos, eso invisibiliza el crimen como algo menor y revictimiza a las víctimas”.
Ambas abogadas trabajaron codo a codo junto a las colegas Julia Giordano, Anabel Marconi, Victoria Berniche y Federico Pagliero. Tras la sentencia todos sintieron que cosechaban tras años de siembra, pero creen que hay que seguir impulsando la perspectiva de género en la Justicia de Rosario ya que quedaron excluidas las solicitudes de condena por aborto forzoso, un delito de género más que probado en al menos tres casos de mujeres asesinadas en Rosario.
“Pero además aun hoy la agresión sexual es vivenciada como un ataque moral a la persona y no al cuerpo. Eso es lo mismo que entendió en tiempos de la dictadura Eugenio Zitelli (ex capellán de la policía santafesina, ex cura de Casilda y acusado de participar de sesiones de tortura). El cínicamente le dijo a una detenida: 'torturar a alguien para obtener información política es correcto, porque estamos en una guerra, pero las violaciones no, nos prometieron que no iban a suceder, porque ello atañe a la moral'".
La abogada de H.I.J.O.S Nadia Shujman también participó en todos los juicios de lesa Humanidad en Rosario. Dice que sólo un 13 por ciento de los delitos sexuales se han juzgado autónomamente en Argentina. Si bien considera bajo el porcentaje, cree que con sentencias como estas “se van abriendo las cabezas” de la Justicia.
“Las violaciones ya existían en el Código Penal de manera autónoma. Que en estos juicios se haya logrado esa consideración implica una maduración de la conciencia jurídica. Desde el juicio a las Juntas en los 80 las mujeres hablaban de violaciones, entonces estas primeras condenas son un avance como lo fueron las primeras a curas del entramado de la Iglesia”, consideró Shujman.
Escucha habilitante
“Los tribunales reproducen las prácticas sexistas, son parte de la cotidianidad y es difícil abordar las violencias machistas dentro de las perspectiva de género, pero ahora hubo una escucha habilitante”. La frase se la dijo a este diario Ana Oberlin, fiscal ad hoc de las causas Feced III y IV.
Abogada de Abuelas de Plaza de Mayo, de H.I.J.O.S. y de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Oberlin se interesó por el derecho penal, la teoría de género y derechos humanos desde segundo año de la facultad. Cuando se reabrieron las causas en el 2000 trabajó casi exclusivamente en los juicios por delitos de lesa humanidad.
A pesar de toda esa experiencia profesional reconoce que hace unos pocos años, cuando una detenida dijo que su abuso sexual había sido desoído por la Instrucción de la causa, “nos interpeló a todes”.
Fue allí que desde el Ministerio Público Fiscal, asegura Oberlin, se pidió la calificación correcta de los delitos y que se incluya a la violación en la acusación. Los mismo hicieron las querellas y el Tribunal Oral (con dos de los tres jueces a favor).
“Si una sentencia es productora de verdad, debe esa verdad ser puesta en palabras ”, dijo la fiscal.
Oberlin se refirió también al tiempo para poder hablar de la víctimas. “Una psiquiatra con la que trabajo sostiene que en estas causas de lesa humanidad hay ‘un tiempo cronológico’ y uno ‘lógico’, que es el que necesitaron muchas mujeres para poder hablar de estos delitos. Algunas no pueden o no quieren hacerlo y es muy respetable, pero las que sí, deben ser escuchadas, deben contar con esa escucha habilitante que les da ánimo a otras y que tanto se reclama en la esfera social desde los movimientos de mujeres y feminismos”, reflexionó antes de recordar un relato de una de sus primeras representadas.
“Recuerdo cuando que esa mujer contó que la habían golpeado y torturado, pero cuando habló de que la habían violado reconoció que fue de esa violencia de la que más le costó recuperarse, la que más la marcó. No todas las mujeres lo viven igual, es cierto, pero sí manifiestan una diferencia, una marca”.
Otra voz es la de la referente feminista e integrante de Ni una Menos, Majo Gerez, quien el año pasado fue testigo técnico en la causa. A las recientes condenas por delitos sexuales las consideró lisa y llanamente “llamar a las cosas por su nombre”.
Consideró como “valientes” a las dos víctimas que testificaron y reconoció que hay un movimiento que permite nombrar a las violencias de las mujeres y disidencias de manera específica. “La Justicia empieza a escuchar y actúa en consecuencia, las compañeras ex detenidas no se sentirán nunca más solas”, señaló.
La congoja sobre el papel
“Recuerdo que los primeros años que cubría los juicios no me separaba jamás de la congoja, por el grado de crueldad de los genocidas con los cuerpos de las víctimas: eran muchas horas de trabajo pero también muchas horas de dolor por sólo escuchar cómo el terrorismo de Estado había descargado su furia sobre vidas concretas”, dijo la periodista Sonia Tessa, la mujer que más cubrió los juicios orales y públicos de lesa humanidad en la ciudad.
En Wikipedia se lee que esta periodista tiene 50 años y que “se especializa en cuestiones de género y derechos humanos realizando en los últimos años una cobertura de distintos hechos relacionados con crímenes de de lesa humanidad, como los juicios a los genocidas celebrados en los Tribunales Federales de Rosario”.
Lo que no dice la enciclopedia virtual es que cuando en esta ciudad y en el país se vivía el escarnio de la dictadura ella apenas tenía 6 años.
“Me crié en una familia politizada, leí y escuché siempre sobre este terrible momento de la historia pero oír decenas de testimonios en primera persona es muy distinto, confirma que las huellas del horror quedan en más de una generación y eso intenté exponer siempre en las notas”, dijo Tessa, quien detalló que cubrió desde 2009 las causas caratuladas Guerrieri I, Díaz Bessone (Feced I), la Masacre de San Nicolás, la causa de San Lorenzo y varias audiencias de Feced II, Guerrieri II y Feced III.
Tras las condenas, como todas las mujeres que dieron su voz para esta nota siente reparación por las víctimas y también ser parte de un proceso de aprendizaje.
“Los testimonios siempre reviven la historia como si el tiempo no hubiera pasado, pero creo que las mujeres que pudieron hacer procesos colectivos de acompañamiento, militancia y reelaboración tuvieron y tienen más armas para sentarse frente al tribunal y contar lo que les ha pasado. Y además cambió la escucha social: las abogadas que acompañaron a las sobrevivientes desde siempre comenzaron a ser permeadas por los feminismos, y esto incluye a los organismos de Derechos Humanos y la Justicia: todes vemos algo que antes no se podía ver”.
Las palabras y voces de todas las mujeres, o casi todas, siguen sonando y posiblemente seguirán cicatrizando heridas. Un párrafo del testimonio de Stella Hernández en diálogo con la jueza, en donde cuenta cómo cantaba durante el cautiverio, es muestra de esa cura:
SH: Cuando la patota estaba entretenida en otras andanzas yo cantaba, un compañero me había puesto María Cecilia, Cecilia la santa de la…
Jueza:… de la música.
SH:…de la música, sí. Y cantaba canciones de Serrat. Al marido de una compañera que estaba muy torturado y no sentía las manos por las correas le canté “Para la libertad”…
El gesto fue un alivio hace cuatro décadas pero comenzó a cauterizar el dolor de Stella hace poco, cuando tras su testimonio, que llegó a oídos del cantautor catalán, Serrat la llamó por teléfono. Juntos en esa charla y también en un encuentro enlazaron las palabras del poeta español nacido en Orihuela que justamente tiene el mismo apellido que Stella. Juntos, la voz de Serrat y de esta mujer rescataron la canción, momentos del pasado y del presente; juntos, entendieron una vez más que se puede sangrar, luchar y pervivir, a pesar de haber pasado por el infierno.