El silbido preanunció el desastre y el olor a gas se adueñó del ambiente. En el departamento B del quinto piso del edificio de Salta 2141, Anahí llamó a su marido, un ingeniero geógrafo que trabaja en la Municipalidad, para preguntarle qué hacer. Asomó el teléfono celular por la ventana y le dijo: "¡Escuchá!". Cuatro pisos más arriba, María Laura estaba en el living junto a su marido y sus hijos de 3 y 10 años. Adrián, el vecino del 3º B, ya había llegado a Tribunales y su hermana se había quedado en el departamento a esperar al gasista. Matías, del 9º C, se había ido temprano y Valeria, del 10º A, había salido instantes antes de que comenzara el silbido y saludado a un joven que "estaba agachado" en el gabinete del gas realizando unas tareas. Todas sus historias cambiaron para siempre a las 9.38 de un fatídico 6 de agosto de 2013. Todas se escucharon en estos días en el Centro de Justicia Penal, donde se busca determinar las responsabilidades del estrago culposo que terminó con la vida de 22 personas, en lo que fue la peor tragedia en la historia de Rosario.
El celular de Daniel Badalassi sonó a las 9.10 de aquella mañana. Estaba en la oficina de la Dirección de Pavimentos y Calzadas del municipio, en la ex Aduana, donde trabaja. Quien llamaba era su pareja, Anahí Salvatore. "Daniel, acá hay un ruido bárbaro y un olor a gas tremendo. ¡Escuchá!", le dijo mientras se asomaba por la ventana y sacaba el celular para captar el penetrante silbido.
El ingeniero geógrafo lo supo al instante. La fuga de gas era muy grande. "En todos los cursos de higiene y seguridad que hice, siempre me remarcaron que hay que correr hacia el lado contrario al que se produce el siniestro. No sé por qué ese día le dije a Anahí que se quedara donde estaba que yo ya iba para allá. El destino quiso que hiciera eso", les dijo esta semana a los jueces del tribunal ante los que declaró como testigo.
Salió corriendo de la ex Aduana, en avenida Belgrano y la bajada Sargento Cabral, se subió el auto y partió hacia su casa. "Cuando voy por el túnel (Arturo Illia), me llama un amigo y me pregunta: «¿Sentiste la explosión?», y como se da cuenta de que no lo había percibido no me dice nada más y cortamos", indicó.
De acuerdo a lo que relataron los peritos, la fuga de gas que se inició en el sector del gabinete que estaba en el acceso al edificio ingresó a la torre por los ductos del ascensor y de la escalera. Como es más liviano que el aire, subió durante al menos 12 minutos hasta la altura del quinto o sexto piso, donde alguien llamó el ascensor o encendió una bombilla que generó una chispa, y todo voló por los aires.
Mientras eso ocurría, Badalassi dobló por Balcarce y se dio cuenta de que algo grave había sucedido. Policías, bomberos y ambulancias dominaban la escena. Buscó desesperado con la mirada su departamento y allí vio asomarse a Anahí. La imagen de la mujer colgando y tratando de respirar con gesto aterrador dio la vuelta al mundo. Estuvo casi tres horas allí.
A metros de Badalassi, Claudio Centurión, el jefe de la comisaría 3ª, temió lo peor: que saltara desde el quinto piso. Por fortuna eso no sucedió, pero Anahí estuvo tres días en terapia intensiva por los efectos del monóxido de carbono y hoy padece secuelas psicológicas y traumáticas.
Debajo del sillón
En el 9º B, en tanto, la explosión había sorprendido a María Laura Martín en el living de su departamento, el mismo en el que cuatro días antes se había hecho la reunión de consorcio donde se presentó al gasista Carlos García para realizar el cambio de regulador.
"Mi hija quedó atrapada entre el sillón y los escombros. Yo logré levantar el sillón y la pude sacar. Estuvo muy grave, tiene una cirugía en la cabeza y tuvo otro inconveniente grave en el hígado. Y luego desencadenó una psoriasis por stress", destacó esta semana en la audiencia.
Su marido, en tanto, pasó 46 días internado en el Heca, 15 de los cuales fueron en terapia intensiva.
Casi al mismo tiempo, Valeria Perotti, una joven docente e investigadora universitaria que había dejado el piso superior del de María Laura una media hora antes de la explosión, no salía de su asombro. "Estaba llegando a la Facultad de Bioquímica (Suipacha y San Lorenzo) cuando escucho una explosión y empiezo a ver el humo. Entro a mi trabajo y ponen las noticias. Ahí veo la fachada de mi edificio", recordó el jueves pasado ante el tribunal.
Lo mismo le había pasado a Matías Nacusse, el vecino del mismo piso de María Laura, que ese día se había ido a las 7.30 y algo más de dos horas después alguien lo llamó al celular para contarle lo que había sucedido. El departamento que alquilaba, en el 9º C, directamente desapareció, ya que la torre central (el complejo tenía tres) colapsó porque allí estaban los ductos por los que subió el gas y se produjo la explosión.
Para Adrián Gianangelo la explosión fue más dura aún porque se llevó la vida de su hermana, Débora. El se había ido a trabajar a Tribunales y en los pasillos alguien le advirtió que algo había sucedido en su barrio. Subió a un taxi y llegó lo más pronto que pudo. La buscó desesperadamente. Dos días después, recibió la peor noticia. Desde el 8 de mayo de este año, cuando se inició el juicio, espera justicia y escucha cada testimonio de la mano de su madre y su padre.
Todas sus historias cambiaron para siempre aquel 6 de agosto de 2013. Rosario cambió ese día. Las secuelas de la tragedia, sin dudas, permanecerán para siempre.