Durante un buen rato los periodistas lo escucharon contar
su desventurada historia con Rosana Galliano. La ex modelo con la que se casó pese a llevarle casi
treinta años, la mujer con la que tuvo dos hijos y fue feliz, dijo, hasta descubrir que le era
infiel. Como cualquier marido engañado, José Arce había sido el último en enterarse de su triste
situación. No sólo proclamó su inocencia, sino también la de su madre, Elsa Aguilar, una anciana de
79 años. Los policías llevaban también una orden de detención a su nombre.
—Mi mamá la adoraba a Rosana —dijo—. Era
una mujer muy bonita, muy dulce, muy niña. Siempre la quiso y Rosana a ella también. Mi mamá salía
con ella y con mi suegra, iban a cenar.
En la noche del 16 de enero de 2008 Rosana Galliano cenaba
con su hermana Mónica en una casaquinta del barrio El Remanso, en la localidad de Los Cardales,
partido de Exaltación de la Cruz. La finca era el lugar fijado por la justicia para los encuentros
con su esposo, con quien tramitaba el divorcio. José Arce había llevado a los hijos del matrimonio,
Gerónimo, de 5 años, y Nehuén, de 3, al Hospital de Pilar, y como de costumbre tardaba en
devolverlos a la madre. Esta vez, con una excusa comprensible: Gerónimo tenía 39 grados de
fiebre.
A las 22.50 Rosana Galliano recibió un llamado en su
celular. Como la señal era baja, salió al patio. Un hombre agazapado detrás de un matorral comenzó
a dispararle con una pistola 11.25. La mujer recibió dos disparos en la espalda, uno en el hombro y
otro en el antebrazo. Murió en el acto. Mientras su hermana pedía auxilio a la policía, los vecinos
vieron escapar a un hombre de unos 30 años, de cabello corto y morocho.
Un crimen no es sino la emergencia de un conflicto que
permanecía oculto. Apenas cometido, un crimen reordena la historia de sus protagonistas, es el
episodio que otorga sentido a lo que antes parecía insignificante, el punto que reordena una
secuencia hasta entonces fragmentada. El miedo de Rosana Galliano, a su esposo, y su reclamo de
dividir bienes por 700 mil dólares, por ejemplo. La orden judicial que excluyó a Arce del hogar
familiar, por malos tratos a la mujer y un mensaje de voz que le dejó el hombre en el celular: "a
esta perra la voy a hacer mierda".
Esta historia negra una vez fue rosa, aunque no tanto como
lo pretende el viudo. José Arce conoció a Rosana Galliano cuando llevó una camioneta Ford de
colección al taller mecánico de su padre. Ella tenía 22 años y soñaba con ser modelo, pero no tenía
trabajo. El, con 52 años, arrastraba un pasado turbio en Estados Unidos, del que no quería
acordarse, y un presente sólidamente establecido sobre una distribuidora de pollos y huevos y un
par de propiedades.
En el amor la edad no importa, y el 17 de noviembre de 2001
José y Rosana se casaron y juraron amarse y protegerse hasta que la muerte los separara. Los padres
de la chica tenían algunas dudas, pero el novio parecía un buen partido. La suegra, Elsa Aguilar,
trajo desde Boston, su ciudad de residencia, el vestido de novia y un regalo de bodas: la casa del
barrio El Remanso.
En las fotos de aquel día Rosana Galliano se muestra
inexpresiva. Ni una sonrisa, apenas un gesto retraído al mirar hacia la cámara. El vestido le deja
los hombros descubiertos, lleva el pelo recogido en una tiara y sostiene un ramo, pero como si
alguien se lo hubiera puesto a la fuerza. No parece feliz, y si luego lo fue con su marido, pocos
parecen haberse enterado: tres años después del casamiento le dijo a su madre que quería
separarse.
El crimen por encargo fue la primera hipótesis de la investigación. Había
dinero y propiedades en disputa, y Rosana había vivido en los últimos tiempos aterrorizada por su
esposo. Más claro, agua. Pero entonces apareció José Arce. El hombre quería contar su versión de
los hechos. Y en esta versión, él era la víctima. Su mujer, dijo, lo había engañado con otros hombres. Tenía 900 llamados
en su celular con el jardinero.
—Es un negro cortapasto que vivía metido en mi cama
—dijo—. Los cuernos míos son más grandes que un árbol.
Y ese árbol tapaba el bosque.
La reunión tuvo como testigo a una mujer cuyo nombre se
ignora. Es, como se dice, una testigo de identidad reservada.
En enero de 2008, la mujer tenía una remisería con Gabriel
Leguizamón. Su socio había trabajado en una telefónica, compraba y vendía autos, recordaba a esos
buscavidas que recorren la zona gris donde ley y delito se cruzan al punto de ser indiscernibles.
Junto con su hermano, el mecánico Paulo Leguizamón, tenía una vieja relación con José Arce.
Pero en aquella época Gabriel Leguizamón parecía estar
pensando en otra cosa. Nada que ver con los autos y la remisería. Algo tan raro como para oírlo
decir, mientras hablaba por el celular:
—Necesito un arma. Traela que la veo y la compro.
Esa frase se habría perdido sino fuera por aquella reunión,
en la casa de Leguizamón. Había varias personas, y en un momento llegaron José Arce con una anciana
de unos 70 años y aspecto angelical, muy parecida a Elsa Aguilar. Ambos se llevaron aparte a
Leguizamón.
La anciana parecía tener la voz mandante en la
conversación.
—Bueno, ya está todo arreglado —dijo, al
final—, ya está todo listo.
Y la testigo se habría quizá olvidado de esa reunión sino
fuera porque unos días después, cuando el nombre de Rosana Galliano se repetía en los medios,
Gabriel Leguizamón le devolvió 6 mil pesos que le debía y decidió tomarse unas vacaciones.
La vida tranquila de Gabriel Leguizamón se extendió hasta
noviembre del año pasado, cuando cayó preso por un robo calificado.
El fiscal Marcelo Pernici escuchó entonces a la mujer y a
otros dos testigos. Cinco mil pesos, veinte mil dólares, doscientos mil pesos: las cifras varían,
pero todos coinciden en que José Arce encargó el crimen de Rosana Galliano y Elsa Aguilar pagó esa
suma. Cerca de la casa de los Leguizamón aparecieron unas cápsulas servidas de calibre 11.25;
habían sido disparadas con la misma pistola utilizada en el crimen, quizás en un ensayo previo,
según una pericia balística. Y los cruces de las líneas telefónicas mostraron una llamada de Arce a
su mujer, la noche del crimen. Para contarle cómo estaban los chicos, según la versión del viudo;
para hacerla salir de la casa —donde la señal siempre era débil— y ponerla en la línea
de tiro del asesino.
José Arce le dijo a sus hijos que Papá Noel se había
llevado a la mamá. Se presentó ante la justicia y acusó a supuestos amantes de su esposa. Otra vez
contó su historia de marido traicionado. Pero un estudio psicológico lo definió en base a una serie
de rasgos que lo favorecen poco: el viudo aparece allí como manipulador e iracundo, incapaz de
planificar el futuro, despreocupado por su seguridad y la de los demás y carente de remordimiento.
"Al momento posterior al homicidio de Rosana —puntualizó el informe— no mantenía el
comportamiento esperable para este tipo de víctimas. Por el contrario, se observaría una actitud
defensiva, acompañada por la elaboración de mecanismos estratégicos ante una probable
oposición".
Como su hijo, Elsa Aguilar demuestra que no tiene nada que
temer. También ella se muestra sonriente con los policías, cuando la conducen a su lugar de
detención. Todavía no hay un estudio sobre su personalidad, pero sus palabras y sus actos bastan
quizá para sospechar que su fragilidad es una apariencia. Si bien estaba a muchos kilómetros de
distancia cuando ocurrió el crimen, la construcción judicial le asigna un papel importante en el
drama, el de un deus ex machina. Si es cierto, entonces ella guarda el secreto de la historia. La
firma en el contrato de la chica que quería ser modelo.