Durante más de una década los Jefes de Estado y de Gobierno del continente americano se han reunido cada tres años -discontinuados por la pandemia- para dialogar sobre sus preocupaciones comunes, buscar soluciones y desarrollar una visión compartida para el desarrollo futuro de la región, ya sea de carácter social, económico o político. Este encuentro, que es vital para establecer y alcanzar metas en conjunto con el resto de los países que integran la región, es conocido como las Cumbres de las Américas.
La Novena Cumbre de las Américas, bajo el lema "Construyendo un futuro sostenible, resiliente y equitativo", tuvo lugar en junio de 2022 en Los Ángeles (California), una ciudad que alberga la mayor comunidad hispana/latina de Estados Unidos. Cada Cumbre se focaliza en un área clave de cooperación para todos los países de la región. En esta ocasión se ha centrado en promover la democracia y los derechos humanos, aumentar la competitividad económica, promover el desarrollo, mejorar el acceso a la energía limpia y a la tecnología de la comunicación, fortalecer la seguridad y combatir el tráfico ilícito.
Las instancias previas a este encuentro del más alto nivel político, por involucrar la participación no solo de gobiernos sino de ONGs, organismos multilaterales, diversos actores de la sociedad civil y el sector empresarial, estuvieron colmados de divisiones políticas. La decisión del gobierno de Biden de no invitar a la Cumbre a Nicaragua, Venezuela y Cuba, basándose en que no respetan la Carta Democrática Interamericana, ha producido críticas de los representantes de muchos de los gobiernos de la región. Claro está que estas situaciones de tensión entre países que se reúnen para negociar y cooperar entre sí socavan la fe de alcanzar una coordinación significativa en áreas claves.
Estados Unidos ha aprovechado esta oportunidad para influir en el tablero geopolítico de la región, ya que necesita recuperar la centralidad en el continente americano.
El patio trasero norteamericano, latinoamérica, es un ámbito esencial en la competencia con China, que en los últimos tiempos se ha convertido en el socio económico principal de algunas naciones latinoamericanas. En este contexto, Biden se enfrentó a la difícil tarea de lograr un progreso diplomático serio en un momento en el que muchos de sus homólogos dudan del compromiso de Estados Unidos con la región.
El "futuro sostenible", como el lema de la Cumbre lo indica, ha sido una de las temáticas protagonistas. En parte, esto se debe a que el binomio de la administración Biden-Harris impulsa numerosas medidas para afrontar la crisis climática norteamericana, lo cual se puede observar, por ejemplo, en las propuestas de creación de empleos verdes y la promoción de transición energética en Estados Unidos. En función de ello, también pretenden incentivar la energía limpia en el continente, a través del comercio y la inversión en esta área.
Para ello, se ha fomentado la colaboración regional a través de la iniciativa de Energía Renovable para América Latina y el Caribe (RELAC). Como consecuencia, cinco nuevos países (Guyana, Jamaica y Barbados asumieron sus objetivos y Brasil y Argentina apoyan la colaboración a través de esa plataforma) trabajarán junto con los 15 miembros actuales de la RELAC para alcanzar el objetivo de tener un 70% de capacidad instalada que permita la generación de energía renovable en el sector eléctrico de la región para 2030. Solidificar la RELAC es una estrategia de Biden a fin de hacer frente a competidores externos, como China o Rusia, pero que además permitirá abordar los retos del hemisferio y generar acciones que impacten de manera positiva en el futuro de los ciudadanos.
Uno de los escasos éxitos que dejó esta IX Cumbre, ha sido la creación de la Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas basada en cuatro pilares: mejorar el acceso a la financiación para el desarrollo, facilitar el desarrollo y la inversión en proyectos de energía limpia, mejorar las capacidades locales y profundizar en la colaboración con los socios caribeños. De esta manera, se observa la intención de los países de cumplir los objetivos del Acuerdo Climático de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Por otro lado, durante la Cumbre, los países del Caribe, amenazados por el aumento del nivel del mar y los fuertes huracanes, han acordado actuar en conjunto para hacer frente a la crisis climática, mejorar la seguridad energética, reforzar las infraestructuras críticas y las economías locales ante el desafío climático.
A su vez, Estados Unidos asumirá un compromiso contra la deforestación en la Amazonia en Brasil, Colombia y Perú, con un aporte de 12 millones de dólares, el cual resulta una contribución mezquina cuando se trata del pulmón verde del planeta.
Como ocurre habitualmente en estos encuentros con ambiciosas agendas y falta de compromiso de los países en el seguimiento de lo acordado, la IX Cumbre de las Américas ha exhibido considerables debilidades. Por ejemplo, la Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas no posee financiamientos definidos para llevar adelante las propuestas ni planes de acción concretos. Por ende, abundan los compromisos genéricos y a largo plazo.
¿Es realmente viable pensar en proyectos y acciones conjuntas en un marco de conflictividad, confrontación y crisis regional?
A pesar de las tensiones que opacaron la organización de la IX Cumbre de las Américas, los países deben ocuparse de proteger uno de los continentes con mayor biodiversidad y reservas de agua dulce. Como mencionó uno de los arquitectos del Acuerdo de París y líder de derecho climático del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), Manuel Pulgar Vidal, "América Latina es probablemente uno de los continentes más fragmentados y divididos en lo que respecta al cambio climático (...) y cualquiera que espere ver acuerdos políticos significativos se sentirá decepcionado".
El éxito de esta Cumbre dependerá de la adopción de la agenda orientada a la acción y del cumplimiento de los compromisos que los líderes asumieron para hacer frente a los desafíos regionales. En estos momentos de crisis es fundamental que la diplomacia de los países impulse relaciones de respeto mutuo y permita recuperar el diálogo y la cooperación.