Tras más de 20 años de darle al fueye y pasar por todos los formatos grupales, el bandoneonista rosarino Carlos Quilici se dio, y le dio al público, un gran gusto el sábado en la Casa del Tango. Presentó con sostenida emoción una orquesta típica que lleva su nombre. Con clásicos del 2x4, temas propios y la actuación del cantor Leonel Capitano, Quilici y sus ocho músicos encararon el que, todos esperan, sea el principio de un camino fecundo. La respuesta de la platea fue tal que la orquesta agotó su repertorio.
Cuando ya no hubo lugares para ocupar, la Orquesta de Carlos Quilici arremetió con "Taconeando" de Pedro Maffia y "Arrabal vikingo" del propio Quilici, un tango producto de sus continuos viajes a Europa. Agradeciendo cada aplauso, el director prometió un clásico, "Organito de la tarde" de Cátulo y José Castillo, para luego presentar a Capitano. Con su ya probada solvencia, el cantor le puso la gola a dos temas de Gardel y Lepera, "uno no tan junado", dijo Quilici, por "Recuerdo malevo", y otro más conocido, por "Arrabal amargo".
"Retintín" de Eduardo Arolas precedió a "Un buen muchacho", un tango compuesto por Nito Farace, tío de Gerardo Quilici, padre de Carlos, también presente en la sala.
A esa altura la orquesta había pasado los nervios del debut y sonaba limpia con Quilici, Ignacio Claramonte y Carlos Becú en la línea de bandoneones; Briseida Alejo Ortega, Simón Lagier y la colombiana Luisa Torres en la de violines; Marina Giandoménico en viola; Cecilia Zabala en contrabajo y Sofía Cardi Bonfil en piano.
Llegó luego el homenaje al maestro Domingo Federico, director de la orquesta de la que Quilici formó parte. Con dedicatoria y todo hizo su tema "Domingueando" y luego desenvainó "Yo soy el tango" del mismo Federico y Héctor Expósito en la voz de Capitano.
A "¿A quién le puede importar?" de Mores y Cadícamo le siguió "Cancha barrosa" de Quilici y, a ese tangazo, "La yumba" de Osvaldo Pugliese. "Milonguerita candombera", escrita por el bandoneonista para un grupo de tango femenino sueco, cerró el concierto al que le faltaba un bis de lujo: "La cumparsita".
La ovación final coronó la voluntad y la creatividad percibidas en los arreglos de los composiciones propias y ajenas, y dejó a la orquesta sin repertorio. La calurosa noche quedó resumida en la sonrisa que Quilici luce al blandir su instrumento. Una mezcla de respeto, trabajo y placer que se logra con los años, y con los sueños cumplidos, como el de tener una orquesta con nombre propio.