Tizziano Leonel Gamarra tenía tan sólo 4 años y la noche del jueves estuvo en el
peor lugar y en el peor momento de su corta vida. Fue muy cerca de su casa, en el barrio Las
Flores, cuando quedó atrapado entre las balas que dos hombres dispararon por motivos que anoche se
trataban de develar pero que, presuntamente, no tendría que ver con un enfrentamiento entre bandas.
Lo cierto es que al menos uno de esos proyectiles alcanzó al nene en la cabeza y lo mató en el
acto. Otros balazos se incrustaron el frente de un par de viviendas y algunos más en dos autos
estacionados. El hecho desató un profundo dolor en muchos vecinos de la humilde barriada de la zona
sur que, sumidos en el más profundo de los silencios tanto para con los medios como para la
policía, se arremolinaron frente a la casa de la pequeña víctima para darle el último adiós.
"Acá no se puede hablar de enfrentamiento porque los casquillos calibres 11.75 y
9 milímetros que se encontraron tras el ataque estaban ubicados en un mismo lugar. Si hubiera
existido un cruce de disparos, las vainas hubiesen salido expulsadas en diferentes direcciones",
explicó un portavoz de la Jefatura que investiga el hecho.
Asimismo, los voceros dijeron que, "aunque no está determinada la motivación del
episodio no es descabellado pensar que los atacantes tuvieron la intención de intimidar con sus
disparos a un vecino del barrio por alguna disputa de vieja data o que sea una advertencia en el
marco de un enfrentamiento dos sectores en pugna" en el mismo barrio. Lo cierto es que más de 20
estampidas sacudieron a la barriada donde hace más de una década la banda de Los Monos marca el
liderazgo territorial en el control de la comercialización de drogas.
Tizziano tenía 4 años y vivía con sus padres y sus abuelos en una casa situada
en Violeta al 1700, en el corazón de Las Flores, en una barriada humilde, de casas de material y
frente a un centro de emprendimientos de la Municipalidad. Unos 50 metros más allá se levanta un
racimo de ranchos con techo de zinc.
En la calle. Alrededor de las 21.30 del jueves, Tizziano estaba en la casa de
uno de sus tíos, Darío Zárate, en Pasaje peatonal 517 (España al 7000), uno de los tantos pasillos
anchos y cubiertos con baldosas que cruzan la zona y a cuyos costados se levantan viviendas
uniformes de material.
De acuerdo a lo poco que pudieron reconstruir los pesquisas, el niño tomaba un
helado mientras jugaba con un amiguito cuando empezaron a escucharse las detonaciones de las armas
de fuego.
Sobresaltados por los balazos, Zárate y otro familiar de Tizziano, quienes
estaban parados en la esquina de su casa, regresaron a la carrera hacia la vivienda con la
intención de protegerse y poner a salvo a los niños. Pero llegaron tarde: el pequeño ya estaba
tirado en el suelo y malherido. Un proyectil le había atravesado la cabeza.
Angustiados, los dos hombres subieron a Tizziano a un auto y lo llevaron al
hospital Roque Sáenz Peña, desde donde lo derivaron al hospital de niños Víctor J. Vilela. Pero su
vida se apagó en el camino.
En la cuadra donde vive la familia del nene asesinado, el dolor ayer calaba
hondo en los huesos de los vecinos y el miedo los silenciaba. Sin embargo, una mujer cuarentona y
de aspecto humilde fue la única que habló con La Capital bajo la condición de mantener su nombre en
el anonimato.
En moto. Entonces, la mujer recordó que "dos hombres en una moto se apostaron en
el cruce de Heliotropo y el Pasaje peatonal 517 y desde allí desataron una balacera demencial hacia
el pasaje, en dirección al norte".
"Dispararon más de veinte tiros y algunos pegaron en un auto blanco que estaba
estacionado en el lugar", explicó la mujer en referencia a un viejo Peugeot 504 que estaba sin
ocupantes. Un balazo perforó una de las puertas traseras del vehículo, otro destruyó el parabrisas
de un Fiat Palio rojo, algunos tiros más alcanzaron los frentes de un par de viviendas y otro
alcanzó a Tizziano, que estaba a unos 150 metros de allí. "El nene se cayó al suelo, pero no gritó
ni lloró", recordó la vecina.
Cuando Tizziano era cargado en un auto camino al hospital, los francotiradores
se esfumaron del lugar. Desde ese momento, nadie pudo aportar pruebas a la policía, ni supo decir a
los investigadores en qué moto se movilizaban, de qué color era o algo sobre sus ocupantes. Por eso
el caso anoche seguía siendo un enigma para los pesquisas que no supieron precisar si en la zona
donde se registró la balacera vive alguna persona que pueda ser pasible de semejante ataque. "Hasta
ahora no manejamos nada en concreto porque carecemos de testigos que nos puedan aportar datos",
dijo una fuente de la subcomisaría 19ª que esperaba poder acercarse hoy a la familia de Tizziano
para tratar de aclarar algo, como si el niño no fuera una víctima inocente más de las tantas que se
cobró la lluvia de balas que cada tanto asola Las Flores.
El mismo enigma ayer embargaba a la familia de Tizziano, que en horas del
mediodía empezó a velar al nene en su casa de Violeta 1741. Hasta allí llegó este diario en busca
de alguna respuesta a lo sucedido, pero sólo obtuvo un "no vamos a hablar" de parte de un muchacho
que dijo ser familiar del pequeño asesinado.