"Vos no podés exigirle nada a la música porque la música te da todo", dice Andrés "El Polaco" Abramowski en otra tarde de calor, al amparo del aire acondicionado. Y esa sola frase resume por qué decidió regresar al rock después de una época de desencanto. Sin embargo, la mejor explicación tal vez esté en "Por el borde", el nuevo disco de El Regreso del Coelacanto, la banda que el cantante lidera desde principios de los 90. El primer álbum de estudio del grupo en siete años deja claras sus intenciones ya de entrada, en temas como "Cuando estás en los huracanes" y "El artista portátil": sonido de guitarras eléctricas, cierto clasicismo rockero y la búsqueda de la melodía como centro de la canción. Bajo la mirada atenta de Dani Pérez (Los Sucesores de la Bestia) como productor, el combo tampoco resignó su marca de fábrica: mezcla de estilos, pulso rítmico y letras filosas.
La "big band" que se completa con Federico Alabern (guitarras y voz), Luciano Degaetano (armónica, peine y tin whistle), Lisandro Sague (bajo), Nahuel Marquet (acordeón), Maximiliano Natalutti (violín y mandolina), Patricio Sabetta (batería) y José Ianniello (guitarras y teclados) estará presentando "Por el borde" hoy, a las 22, en el Galpón 11, Sargento Cabral y el río. En charla con Escenario, El Polaco habló de su renovado "berretín" por la guitarra eléctrica y de aprender a expresar "sin tanta proclama".
—¿Por qué tardaron siete años en volver con material nuevo?
—Lleva mucho tiempo hacer un disco, pero también nos agarró en un momento de la banda especial, con trabas, cambios de músicos y momentos en la vida de cada uno que hizo que no hubiera mucho tiempo disponible. Además hubo un momento en el que musicalmente no sabíamos bien para dónde arrancar y empezó a haber cierta tensión. No veíamos una veta clara, hasta que apareció Dani (Pérez) y él hizo una selección entre todos los temas que estaban dando vueltas. Ahí se puso sobre rieles la cosa. El proceso de trabajo con Dani fue desde la sala de ensayo. Y fue un proceso largo. Algunos temas, de los 35 ó 40 que había, llegaron de una forma muy distinta al disco de lo que eran originalmente.
—¿Qué creés que cambió con respecto a discos anteriores?
—Nosotros no veníamos siendo un grupo de guitarras eléctricas. En este disco sí, y en el escenario también. Yo ni siquiera tenía interés en tocar la guitarra eléctrica. Pero Dani estaba muy interesado, a tal punto que venía y se colgaba la guitarra en los ensayos y después yo veía que a esa guitarra la iba a tener que tocar yo (risas). Fue un proceso muy lindo porque terminé estudiando guitarra después de mucho tiempo, y guitarra eléctrica, con pedales y todo. Volví a ese berretín. Uso la Fender Strato de siempre, pero con más conciencia (risas). Este es un disco más guitarrero. Además Huevo (Federico Alabern) venía con muchas ganas de volver hacer rock a la americana y de tocar más blusero. Y el Dani le abrió las puertas. Este disco tiene mucho de Huevo, él es muy defensor del rol del guitarrista rítmico, y eso se nota en el disco.
—¿Por qué eligieron el título "Por el borde", que es una expresión que aparece en una de las canciones?
—El título se le ocurrió a Luciano (Degaetano). En la lista siempre hay como cien nombres, pero me pareció que este tenía que ver con el disco. El borde es algo que nunca terminar de quedar claro, de un lado puede estar la vida y del otro la muerte. Es estar en un límite difuso. Y eso habla también de la historia de la banda. La canción que tiene esa expresión, "Basta de avisarme que me caigo", la escribí pensando en gente que vive así, con libertad extrema, y que uno los ve y piensa "qué pasará en su próximo paso". A mí me gustaría caminar haciendo ese tipo de equilibrio, y no el equilibrio que hago, que me desgasta mucho (risas). Siempre fuimos una banda en la que las cosas no quedaban muy claras, no se sabía qué hacíamos, si era en joda o en serio. Recuerdo cuando usábamos las pelucas... Tuvimos etapas así, en donde estábamos jugando entre el absurdo y la seriedad, con mayor o menor éxito. Con el tiempo dejamos de fijarnos en la puesta para concentrarnos en la música. Si hoy quisiéramos desconcertar a la audiencia no sería cantando una letra opresiva con una peluca. Ahora encontramos en el lenguaje musical un montón de herramientas para expresar.
—En el tema "La playa" vos cantás: "No me quiero despertar cantando más canciones previsiblemente clones". ¿Por qué? ¿Alguna vez pensaste que te estabas repitiendo?
—Yo no tengo una carrera tan prolífica como para pensar "hace cinco discos que hago lo mismo". Pero cuando uno hace canciones, al menos en mí, está la preocupación de repetirme o redundar. Yo le escapo a la redundancia, sobre todo porque me conozco. Uno siempre tiene el mismo tema, y va buscando distintas versiones. Pero hay que cuidarse. Lo que canto ahí no está tan inspirado en un problema personal. Es lo que yo veo que te impone la cultura actual, que tiene que ver con el clon, con la fórmula probada. Eso es lo que a mí no me gusta.
—En la letra de "A robar" también hablás de las supuestas bandas revelación que quieren vender las discográficas...
—"A robar" es un tema viejo. Y no volvería a escribir la letra de esa manera. Lo que yo quería decir sobre el mundo me gusta más expresarlo en un tema como "Decantación", que está en un plano más metafórico. "A robar" tiene cierto tinte despechado, muy desencantado. Prefiero "Decantación", en donde canto "la Pachamama es new age" y que se vayan todos a la mierda (risas), antes que decir "no me pidas arte, yo vendo rebeldía". La idea está bien, pero la forma y las palabras son muy adolescentes. Es una canción que tiene unos seis o siete años. Era un momento de mi vida en el que yo criticaba cosas muy puntuales que tienen que ver con la industria, y escribí mucho al respecto. Después empecé a sacar la foto un poco más desde lejos, y empecé a hablar del mundo y del capitalismo como en "Decantación", que no tiene ninguna proclama en ese sentido, más allá de lo que se entienda. Me gusta más decir las cosas sin proclama y sin ponerme en un lugar moral distinto. Es parte de una búsqueda.
—¿Qué pensás que sigue distinguiendo al grupo?
—El grupo es muy rico melódicamente. Trabajamos mucho las cuestiones melódicas. Tenemos una búsqueda de la canción que siempre pica alto, tratamos de que sean muy buenas. A veces llegás y a veces no. En este disco yo escucho una banda que es original, pero la originalidad no está buscada como objetivo, no es forzada. También tiene que ver con el hecho de laburar con un productor que te baja permanentemente a tierra. Y al final logramos hacer otra vez algo que es distinto. Huevo y yo como compositores somos diferentes, y además queremos convivir. Somos hijos musicales de los Beatles y de Talking Heads, de tipos que hacían una música que picaba alto. Estamos acostumbrados a hacer canciones y que la búsqueda esté orientada a que sean inolvidables. Estamos preocupados por la forma de las canciones, porque sean lindas. No siempre fue así.
—¿Cuánto cuesta mantener una banda unida acá en Rosario durante tantos años?
—Son muchas vidas durante mucho tiempo (risas). Y estamos hablando de vidas que exceden incluso a los integrantes, porque el nacimiento de un hijo de un miembro de la banda implica un miembro más en la banda. Si hay que cuidarlo o se enferma ese día no podés ensayar (risas). Eso explica también por qué lleva tanto tiempo cerrar un disco. La frase de que la música es el arte de combinar los horarios y las agendas más que los sonidos está cada vez más presente. Dedicarse a la música también implica que todos tienen que laburar de otra cosa porque la banda sola no da para vivir, es más lo que se lleva que lo que aporta. A eso hay que sumarle un escenario recesivo y que el rock ya no es la música más convocante. Eso hace que sea más difícil todo lo que tiene que ver con los recursos que la banda necesita para realizarse. Después está el hecho de cómo bancar a una persona durante 20 años. Nosotros nunca nos separamos, pero tuvimos momentos en los cuales funcionamos más por inercia o porque la banda era como el hijo que no tiene la culpa de que papá y mamá se lleven mal (risas). Queremos mucho a la banda y nos queremos entre nosotros. Eso es importante, y ni hablar lo que te aporta la música cuando marcás cuatro y te sale algo lindo. Eso es impagable, pone en caja muchos sinsabores. Yo estoy en un momento de renovación en mi relación con la música.
—¿Por qué? ¿Ves la música desde una perspectiva distinta después de los 40?
—Sí. Yo tuve mi época de desencanto, mi época de "al final el rock es una mierda", mi época de "quisiera hacer otra cosa, quisiera escribir, quisiera ser humorista". Nunca dejé de hacer música, pero sentí que no le estaba poniendo el cuerpo y el alma como la música se lo merece. Yo no tengo nada que reprocharle a la música. Vos no podés exigirle nada a la música porque la música te da todo. Después de un tiempo de desconexión volví a estudiar, volví a escuchar de otra manera. Tuve una etapa de mi vida en la que pensaba sólo en texto, que lo que quería decir no tenía lenguaje musical. Pero armé otra banda hace un año y fue un reencuentro con el rock muy loco. Además escuché "Abraçaço", de Caetano Veloso, que me pareció el disco más rockero de los últimos años. Ahí me dije: "Mirá todo lo que se puede hacer con el rock con tres tipos, tres tipos y una idea genial". Entonces empecé a carburar otra vez con la idea del rock como modo de expresión. El rock te permite hacer cualquier cosa musicalmente, y no cualquier música te permite eso. Todas las respuestas que yo busco están en la música. Ya gasté muchas palabras y no logré sentirme mejor. Si yo fuera un músico al ciento por ciento el mundo tendría a un tipo mucho más bueno y positivo.