Cuesta creer que funcionarios del Pami desconozcan la realidad. Tal el caso del señor Eduardo G. Elizalde (director ejecutivo de Pami Rosario), quien escribió en este diario el pasado 18 de septiembre un artículo titulado "Mis mayores, los únicos privilegiados". ¿Cree este señor que son privilegiados quienes van a Pami por alguna dolencia y les dan turno para dentro de varios meses y aún más de un año? ¿Cree que es privilegiado el que va a la guardia siempre por algo imprevisto y debe esperar horas para ser atendidos, y esa espera en lugares para nada confortables? ¿Cree que es un privilegio acceder a baños inmundos o a habitaciones en deplorables condiciones? Esa obra social a la que llama la mejor de nuestro país y aún de Latinoamérica tiene una recaudación respetable por cuanto el descuento que hacen a los haberes de todos los jubilados del país es elevada y compulsiva. Habla de resoluciones, hace expresiones de deseo, de una gestión transparente (esto es lo que siempre debiera ser) para "atender adecuadamente las necesidades de sus beneficiarios". Sería más efectivo elaborar menos programas, menos resoluciones, menos planes con llamativos títulos, y sí planificaciones sencillas y posibles de concretar y real sentimiento de solidaridad a quienes tanto lo necesitan. Además, de su artículo se desprende un afán de ensalzar a la licenciada Graciela Ocaña; lástima que emplee argumentos que señalan meras enunciaciones, voluntarismo puro, alejado de la realidad cotidiana.